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Chapu Apaolaza: «Yo sigo corriendo el encierro bajando a buscar a mi padre»

Chapu Apaolaza: «Yo sigo corriendo el encierro bajando a buscar a mi padre»

Entrevistamos a Francisco Apaolaza, periodista y escritor. Francisco fue bautizado con el nombre de su padre, que de pequeño lo llamaba Chapuli. De él heredó el don de la palabra precisa, una sonrisa luminosa y la mirada inconfundible de la lealtad. Chapu creció admirandolo, estudiando sus maneras, sus actitudes, su porte, sus palabras, grabando cada detalle con minuciosa avidez, tal vez porque intuía —un instinto de muchacho inteligente— que padre e hijo disponían de poco tiempo. El 29 de abril de 1998, se publicaba este artículo en El País:

Paco Apaolaza, crítico taurino de El Diario Vasco, murió ayer en San Sebastián, a los 48 años de edad, como consecuencia de un infarto cerebral. Se encontraba acompañado por su esposa, Amparo, y su único hijo, Chapu. La labor crítica de Paco Apaolaza, siempre en defensa de los fundamentales valores de la fiesta, fue muy importante. Dotado de una sólida formación humanística, un estilo literario propio y natural ingenio, sus crónicas, basadas en un conocimiento sólido de la tauromaquia, traslucían estas virtudes y resultaban deliciosas.

Dieciocho años después de la muerte de su padre, Chapu Apaolaza publica su primer libro, que titula 7 de julio (Libros del K.O, 2016). Aparentemente este es un libro sobre la Fiesta de San Fermín y sobre el encierro. Pero solo aparentemente.

En el centro de la calle de Santo Domingo, la más peligrosa de Pamplona, Chapu detiene el tiempo con palabras reconstruyendo los fragmentos de una ausencia y un dolor tan intensos y tan hermosos como lo es la vida después de que la muerte haya pasado rozándola con su asta.

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—¿Qué es el encierro para ti, Chapu?

—Es algo sagrado. Es el circulo perfecto que encierra la vida de mi padre, mi propia vida (con todo lo que hay en ella; mi mujer, mis amigos, mi familia) y la vida de mis tres hijos.

—El encierro encierra la herencia de tu sangre. ¡Qué imagen!

"Es verdad que hay otros ritos más depurados o alambicados, como el toreo, pero ninguno puede expresar tanto en tan poco tiempo"

—Jajaja. Algo así; pero fuera de mí, yo entiendo que el encierro de los Sanfermines es un traductor del ser humano en todos los idiomas. O sea, hazte la idea. Hay un tío en Fukuoka que pone la tele y por una parte puede pensar que eso que está viendo es una cosa rara de los españoles pero tras esa primera impresión las imágenes le revelan una verdad; comprende lo poderoso que es el ser humano. El toro pasando por la calle es la gasolina de los Sanfermines, que a su vez son la gasolina del lado festivo del mundo en el mundo entero: en Australia, en EEUU, en Texas, Birmingham o Soria, a las 8 de la mañana hora Pamplona, la gente que mira hacia ese punto diminuto de la geografía española sabe que el ser humano ha vencido. Y eso es acojonante. No hay nada igual. Es verdad que hay otros ritos más depurados o alambicados, como el toreo, pero ninguno puede expresar tanto en tan poco tiempo; en apenas cuatro segundos de encierro uno puede entender de lo que es capaz el ser humano.

Qué curioso, Chapu, porque en 7 de julio no ensalzas la fiesta de esa manera; de hecho, en tu libro el encierro se reduce a ser el escenario por donde pasa, breve e intensa, la vida.

—Desde que escribí ese libro he comprendido mejor el encierro porque no he parado de darle vueltas al concepto, y es que pesar de la polémica, la mala prensa de las fiestas, las borracheras y la supuesta locura de los corredores, lo que queda por encima es una verdad universal. Me refiero a que el encierro es el reto ancestral del hombre de querer ponerse delante de su miedo.

—De hecho, dedicas un capítulo al miedo.

—Exacto. Porque corriendo experimenté algo fundamental, y fue saber que el miedo tiene una parte débil. Ya me lo había dicho mi padre en nuestro primer encierro: “Chapuli, aunque te has preparado vas a tener miedo, pero no te preocupes: el miedo desaparece justo en el momento en el que comienzas a hacer eso que te da miedo. Se disuelve”.

—¿Qué libro querías que fuese 7 de julio?

"El miedo tiene una parte débil"

—Cuando empecé a escribir este libro no quería contar los Sanfermines, ni siquiera lo que era el encierro. Quería narrar despacio, con una mirada implicada y sentimental, el significado del encierro. Pensé entonces en un libro dirigido a toda esa gente que cree, tal vez con razón, que el encierro es solo un espectáculo; gente que mira la tele asombrada u horrorizada o va a Pamplona sin saber muy bien qué es exactamente aquello y por qué corren esos tíos. Yo sí sabía por qué corría; sabía que para mí el encierro nunca había sido una gamberrada ni una chiquillada sino algo que me había transformado por dentro. A mí y a mucha gente, claro.

—Pero tú, a pesar de ser joven, eres ya periodista veterano con muchas historias en tu mochila. ¿Por qué contar el encierro?    

—Todos los que nos dedicamos a esta profesión tenemos una historia periodística que queremos hacer, porque creemos que es “lo que nos pega”. Yo había estado trabajando sobre la guerra de inteligencia contra los furtivos en África con temas de espionaje y demás, y había viajado y vivido allí. A la vuelta estaba convencido de que esa era la historia que tenía que contar, pero no terminaba de cuadrarla. Entonces Emilio Sánchez Mediavilla me dijo algo que nunca olvidaré: “Todos tenemos una historia que nos pellizca y que está mucho más cerca de lo que creemos”. Cuando decidí sentarme a contar me di cuenta de que no era África, sino Pamplona. Mi historia periodística era contar el encierro.

—¿Y cómo lo supiste?

"Es difícil comprender desde fuera cómo el encierro afecta al individuo por dentro"

—Porque tenía una necesidad de contar casi física. Se convirtió en un reto personal el comprobar si sería capaz de explicárselo al lector. Es que el encierro es muy difícil de comprender si se mira en su conjunto, porque no llegas a la realidad de los individuos. Cuando ves el encierro en TV parece un ballet; parece que tiene unas normas plásticas, una especie de coreografía salvaje en la que todo tiene sentido. Ves sucederse los cuerpos de los hombres delante del toro, pero no lo entiendes. Es difícil comprender desde fuera cómo el encierro afecta al individuo por dentro.

¿El resultado de 7 de julio es realmente esa historia que querías contar?

—Mi padre siempre me decía “Chapu, coge el vídeo, pon la tele y ponte un encierro. Analiza cada persona, de dónde viene, hacia dónde va; por qué acierta o por qué resulta corneada. Obsérvalos”. De alguna manera, eso que aprendí mirando a mi padre y mirando también aquellos vídeos y que luego llevé a la práctica es lo que he querido contar en este libro: un encierro a cámara lenta en el que va entrando gente y a la vez van entrando también sus historias. Para eso me utilicé a mí mismo; mi mirada me sirvió como cámara literaria para explicar todas esas vidas que en unos pocos minutos echan una carrera con la muerte. La gracia del encierro es que es una cuestión individual, y a la vez perfectamente colectiva. Es un sentimiento puesto en común. En este libro he intentado contarlo con honestidad, lo mejor que he podido.

—¿Cómo clasificarías este libro que has escrito?

—Algo así como un género de biografía tribal. La historia de un conjunto de gente que coincide en la misma cosa y al final se constituye como tribu integrada por unos individuos que son distintos a los demás; indestructibles, diría yo, porque han entrado en contacto con la vida en su manera más salvaje.

—¿Has tenido ocasión de hablar con algún corredor del encierro que haya leído este libro y ver si siente lo mismo que tú cuentas?

"Cuando terminé el libro tenía mucho miedo. Llegué a pensar que tal vez todo aquello era fruto de una mirada no compartida"

—Pues mira. Cuando terminé el libro tenía mucho miedo. Llegué a pensar que tal vez todo aquello era fruto de una mirada no compartida, de mi propia ceguera o de algo que en el fondo podía estar inventándome. Pero al terminar la presentación se me acercaron dos corredores veteranos de Santo Domingo (la calle de Pamplona), que para que me entiendas son como los grandes guardianes de la Cámara Secreta del Templo de Salomón, y me dijeron: “Nosotros hemos sentido lo mismo que tú sentiste”. Esas palabras fueron lo mejor que, como autor, me ha pasado nunca.

—Tu padre, también periodista, al que tanto admirabas y admiras, y que murió cuando tú eras un adolescente, está muy presente en este libro. ¿Cuánto hay de homenaje a él?

—Todo. Este libro es el nexo entre mi padre y yo. Es una especie de ouija que utilicé para comunicarme con él y también con la parte de él que hay en mí. Yo sigo corriendo el encierro bajando a buscar a mi padre y de alguna manera me he convertido en él. En la Cuesta de Santo Domingo yo soy mi padre. También, encadenado a esa realidad, juego con la fabulación o el deseo salvaje de que algún día mis hijos puedan entrar en el recorrido del encierro conmigo y me hagan inmortal cuando yo ya no esté. Esa cadena irrompible sostiene este libro.

—El capítulo final lo dedicas a la muerte, pero está, más que ninguno, lleno de decenas de vidas.

—Terminé de escribir el primer capítulo, que comienza el día de mi primer encierro, cuando mi padre se acerca a mi cama, me toca y me dice “Chapuli, despierta”, y pensé que en esas pocas páginas ya había escrito todo lo que quería contar y que no había libro. En realidad, el resto de los otros seis capítulos son un despliegue de ese primero, porque en la relación de mi padre conmigo está la tradición y está la cadena de la que te hablaba antes, y también está el miedo, la fiesta, y claro, la muerte. Y esa muerte, que en realidad es la de mi padre, se multiplica en todas las ausencias de los corredores muertos.

—¿Qué es la muerte para ti?

"Vuelves a correr con otros que como tú han regresado al centro de la calle"

—En los encierros aprendí a mirar, digamos, sin espanto. Por eso en 7 de julio quise contar la muerte como algo natural, algo que sencillamente quiebra y te enseña que cuando corres en mitad de la calle y estás más vivo que nunca porque estás venciendo el miedo, lo único que puede interrumpir ese torrente es, precisamente, la muerte. Como el caso, por ejemplo, deMathew Peter Tassio, que es en realidad todos los casos. Un joven que no había salido mucho de su pueblo, que había viajado a conocer el mundo antes de su primer trabajo, que un rato antes estaba con sus amigos riendo, corriendo con toda la vida por delante cuando de pronto eligió aquel preciso segundo y no otro para levantarse ante la manada, hacer un movimiento equivocado y entonces recibió una cornada fatal. Y se desangró allí delante nuestro. Y murió. Ya no estaba. Pero seguimos corriendo. Los lloramos cada día y los echamos de menos cada año, cuando volvemos a correr con otros que al día siguiente han regresado al centro de la calle. Y cuando pasa eso estás triste pero ferozmente vivo, pues ha esquivado una vez más la muerte que está allí de manera tan precisa. Esa contradicción tan humana es el argumento de 7 de julio.

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