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Margaryta Yakovenko: «Escribir sobre la guerra es lo más difícil»

Margaryta Yakovenko: «Escribir sobre la guerra es lo más difícil»

Frágil y contundente, Margaryta Yakovenko, nacida en Ucrania en 1992, actual periodista de El País, se sentó a narrar su historia de desarraigo en la soledad de la pandemia, en mitad de la incertidumbre y el desamor. El resultado fue Desencajada (Caballo de Troya, 2020), la historia de Daria Kovalenko Petrova, constituida como el vórtice en el que convergen una ruptura amorosa en la era de las redes sociales, la reconstrucción de un relato familiar marcado por la guerra y el exilio, las dificultades económicas y el testimonio de una generación que ha asumido su vida como un estado de crisis permanente. Al fondo vibra un marco histórico ahora más actual que nunca: la Unión Soviética, Ucrania y la sociedad occidental en el siglo XXI.

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—Con una biografía como la tuya, ¿era inevitable escribir esta primera novela con un peso autobiográfico importante?

"Después de contar esa experiencia migratoria que me rondó en el corazón y la garganta durante muchos años, me quedé más ligera"

—Sí, así es. Yo quería escribir otras cosas, pero sabía que hasta que no contase este relato primero no iba a ser capaz de contar nada más. Todas esas historias que yo tenía acumuladas en la cabeza debían destaponarse con el corcho de Desencajada. Después de contar esa experiencia migratoria que me rondó en el corazón y la garganta durante muchos años, me quedé más ligera; incluso libre para contar una historia completamente distinta.

—¿Escribir para ti es terapia o venganza?

—Escribir, de alguna forma, es para mí llegar a ciertas conclusiones que no habría podido alcanzar con lucidez solo con el pensamiento o el recuerdo. Antes de escribir Desencajada llevaba mucho tiempo rumiando mi experiencia y la de mi familia, tratando de encontrar el sentido de identidad y de pertenencia a un lugar. No lograba encontrar en mis lecturas una experiencia que fuese completamente igual o parecida a la que yo había tenido, tal vez porque otros escritores migrantes no se habían hecho las mismas preguntas que yo me hacía o no habían llegado a las mismas conclusiones. Mi novela me sirvió para aclararme a mí misma, y cuando puse el punto final fue como si soltara un lastre, como si hubiese encontrado una respuesta, o al menos algo de esperanza. Fue una forma casi de contarme un cuento a mí misma donde me convencía de que no necesitaba hacerme todas esas preguntas, o al menos no hacía falta responderlas todas.

—Pero tú llegaste a España procedente de Ucrania siendo todavía una niña y has pasado aquí la mayor parte de tu vida. ¿Esa conciencia de desarraigo se cultiva?

"La ficción es el lugar más libre que hay ahora mismo"

—Yo no sé si se cultiva o si va dentro de cada uno. Es verdad que he conocido a mucha gente con una experiencia parecida a la mía con la que he hablado y que me han dicho en confianza que en su caso no habían experimentado esos sentimientos, que no compartían conmigo la nostalgia ni la sensibilidad por una patria perdida. Ellos seguían con su vida con normalidad, pero en cambio a mí había algo que me lo impedía. Entonces yo no sé si es algo adquirido por la experiencia de mis padres o algo que yo he ido masticando sola a lo largo de los años. No sabría decirte exactamente de dónde salían esas ganas de contar aquello o, mejor dicho, de contármelo.

—Tú eres periodista política, y de alguna manera al hacer periodismo estás obligada a escribir cada día sobre una realidad que te permite la reflexión. ¿Por qué elegiste entonces la ficción?

—Porque la ficción es el lugar más libre que hay ahora mismo. Bueno, la poesía también lo es, claro… El periodismo no te puede dar la libertad que necesitas; al contrario, te acaba cortando y dejándote un marco que tienes que rellenar y que no está hecho por ti, sino por otros. Una noticia es una noticia porque alguien ha dicho que las noticias tienen que ser de una forma determinada, y en cuanto te sales un poco del marco enseguida te llaman al orden.

—Bueno, la presencia “modificadora” del editor no solo está en la prensa, también en las editoriales.

—Es verdad, claro, pero en mi caso no hubo nadie que me coartara la escritura de la novela. Con Desencajada tuve plena libertad de decir exactamente lo que quería decir y cómo lo quería decir. Si quería repetir la misma palabra en la misma frase tres veces lo podía hacer y nadie me decía que eso estaba mal, porque al final eso era mi estilo. En los medios de comunicación españoles pasa algo preocupante en ese sentido, y es que el estilo personal del periodista se va coartando o adaptando, y al final terminas escribiendo como escriben los demás. Eso me da mucha pena. A lo mejor en las revistas no pasa; en reportajes largos, entrevistas o crónicas sí que puede haber cierto espacio de libertad, pero me temo que no es lo habitual. El día a día del periodismo es un marco cuadrado en el que tienes que incrustar un texto, y no te puedes salir de eso. Esto lo he hablado muchas veces con Karina Sainz Borgo, y ella suele decir una frase muy acertada, y es que para quienes tenemos una sensibilidad literaria el periodismo es como un par de zapatos que te aprietan.

—Con la situación actual de conflicto, que parece que se agrava sin remedio, y todas esas imágenes de tu país devastado, y familia y amigos que se han quedado allí, y los miles de testimonios diarios, te debe de resultar muy difícil ser una periodista objetiva.

"Es imposible ser objetiva cuando es tu familia la que está allí"

—Bueno, yo creo que nunca se puede ser un periodista objetivo. Se puede y se debe intentar ser veraz y nunca se debe mentir, ni manipular, ni publicar informaciones falsas. Pero sin duda es imposible ser objetiva cuando es tu familia la que está allí, porque además el relato que ellos te cuentan probablemente te lo creas más que el que te cuente alguien que no conoces siendo testigo de los mismos hechos. Cuando tu familia te llama para contarte algo que están viviendo, sin duda te lo crees tal cual, y a lo mejor ellos están trasmitiendo una información que no es la verdadera, pero es la que perciben. En esos momentos soy consciente de que para mí, como periodista, prima la veracidad sobre la objetividad, claro.

—Decías en la novela: “Veinte años no son una etapa, es una vida”. Y es como si la protagonista, una muchacha muy joven, se culpara por seguir viva mientras otros, los que se habían quedado atrapados en el dolor de la guerra, estaban muertos o simplemente no había podido escapar. ¿El sentimiento más fuerte para escribir Desencajada fue el miedo o la culpa?

—El sentimiento más fuerte para escribir fue la incomprensión. Siempre digo que soy mucho mejor persona cuando me siento a escribir. Probablemente si pasara una semana sin tocar una libreta me convertiría en una persona horrible con los demás. Alguien irascible, con rabia contenida. Entonces la escritura es para mí el desahogo, la necesidad de sentarte para escribir algo que probablemente nadie vaya a leer nunca pero que no te importa porque lo escribes para tratar de desenmarañar lo incomprensible. Cada vez sales de la habitación siendo otra persona.

—La escritura como algo terapéutico.

—No estoy segura de considerarlo terapia porque no sé si me cura de algo; desde luego sí me ayuda a comprender de dónde viene el enfado, la tristeza y la rabia. Y a veces me deja con muchas preguntas también, pero al mismo tiempo siento que para la gente que me rodea lo mejor es que yo esté saciada de esa escritura. Por el bien de todos (risas).

—A propósito de Karina Sainz Borgo, periodista y escritora, ella ha citado muchas veces una idea que también aparece en tu libro: “Uno es del lugar donde están sus muertos”. Un sentimiento que para los que nunca hemos sufrido el destierro es algo que ni siquiera se plantea.

"Es curioso, pero te preocupa a veces en mitad de una guerra cómo puede quedar el cementerio donde están tus muertos antes que el estado en el que haya podido quedar la casa donde vivías"

—Claro. Mira, mi familia y yo llevamos en España casi 22 años, y mi madre me decía el otro día que con la guerra de Ucrania se había dado cuenta por primera vez de que su alma y su corazón seguían allí. “Mi alma y mi corazón”, decía. “Por fin lo sé”. Y luego añadió: “Yo pensaba que mi corazón estaría aquí, donde están mis hijos, pero no. Sigue allí, con mis padres, mis abuelos, mis bisabuelos, donde están mis raíces y mis muertos. Ha tenido que ocurrir un conflicto así para darme cuenta del lugar al que pertenezco”. Yo no he tenido esa experiencia, pero me sirve el caso de mi madre y creo que tiene mucha lógica, porque a lo largo de la historia lo hemos visto en muchos escritores. Es curioso, pero te preocupa a veces en mitad de una guerra cómo puede quedar el cementerio donde están tus muertos antes que el estado en el que haya podido quedar la casa donde vivías. Hay incluso gente en esta guerra que ha llegado a la frontera cargando con sus familiares muertos durante la huida para poder enterrarlos en lugar seguro.

—Cuando escribiste Desencajada, el mundo estaba en el momento más duro del confinamiento y las dimensiones de la pandemia eran apocalípticas. La novela entonces tenía más sentido para ti que para nadie. Ahora, inmersos en el exilio y el desarraigo que nos está dejando esta guerra, Desencajada está más de actualidad que nunca. ¿Has vuelto a leerla ahora? ¿La escribirías quizás, de otra manera?

—Bueno, yo considero que ahora escribo mejor. Probablemente ahora haría una novela más madura de lo que es Desencajada, pero al mismo tiempo entiendo que se escribió en un momento muy puntual, en pleno confinamiento y en completa soledad; una soledad que evidentemente me retrotrajo a aquellos años que había estado de pequeña sola también. Si la volviera a escribir, probablemente sería un libro distinto, yo quiero pensar que más madura en la escritura, sin duda, pero no sé si mejor. Desencajada era la mejor versión de novela que aquella chica pudo escribir entonces. Es, de alguna manera, el testimonio acertado del alma de alguien que ya no soy yo.

—Hablas en esta novela no solo del desarraigo y la soledad, sino también del desamor.

—Sí. Le presté a la protagonista de la novela mi vacío, mi desolación, mi abandono, mi desamor efervescente. Fue muy duro, porque decidí escribirla desde mi propia herida abierta. El desarraigo migratorio es, de hecho, la parte más calmada de la historia.

—¿Es más difícil escribir sobre exilio o sobre la guerra?

"Siempre he querido contar la guerra desde los ojos de una mujer que al final se queda sola o con sus hijos"

—Muchas veces he pensado en escribir una historia de guerra, pero en el marco de la Segunda Guerra Mundial, partiendo de la experiencia de mis antepasados. Al final, toda mi familia cuenta una historia de guerra y de muerte a lo largo de los años, y ahora vemos que de nuevo se repite, como un destino del que no te puedes librar. Ayer justo me pregunté si esa historia tendría ahora algún sentido, cuando estamos viviendo el pleno apogeo de un conflicto que no sabemos cómo va a acabar ni cuándo. Y es muy difícil escribir sobre algo mientras está sucediendo. Escribir sobre la guerra es lo más difícil, creo. Es que el exilio y la guerra han sido temas recurrentes de la literatura de todos los tiempos, que han dado, además, grandes novelas. Estoy pensando en Vassily Grossman, por ejemplo. Y claro, uno no puede competir con esas historias. Pero sí es verdad que siempre he querido contar la guerra desde los ojos de una mujer que al final se queda sola o con sus hijos. Y esa historia sí que me parece que no está del todo contada, al menos de momento. Lo estamos viendo ahora, además, cada día. Ya hemos tenido muchas novelas de hombres combatiendo, pero las que acaban cuidando de los niños, del futuro, de la tierra y de los muertos son las mujeres. Ellas son la literatura que quiero hacer.

—Tú escribes en español, pero a la hora de nombrar los sentimientos, ¿lo haces usando las palabras españolas o subconscientemente recurres a tu lengua materna?

—Fue difícil, y cuando empecé a escribir Desencajada se lo comenté a mi editor, porque me iban viniendo a la memoria cosas que yo había escuchado de pequeña; canciones, frases hechas muy bellas, muy tiernas, que al trasladarlas a la escritura en español se empobrecían; eran como malas traducciones. Temí que mi novela fuese un Frankenstein de idiomas, y sobre todo que pareciera una traducción y no una novela en castellano. Pero desde luego sí que es cierto que todos aquellos sentimientos cuando los recordaba solo sabía nombrarlos en un idioma, y ese idioma no era el castellano.

—La historia de la literatura está llena de escritores bilingües.

"De las lecturas de los clásicos siempre se aprende, tanto de lo bueno como de lo reprochable que puedan tener"

—Algunos de los mejores escritores del siglo XX escribían en un idioma que no era el suyo materno, y esa capacidad les otorgaba un plus a la hora de construir las frases de una manera distinta. En Nabokov, por ejemplo, lo vemos muy claro porque él daba unas vueltas a las cosas que cuando lo lees en inglés sientes que es como estar frente una genialidad inédita del lenguaje, pero al leerlo en ruso te das cuenta de que lo que está haciendo es trasladar su lengua materna a una estructura distinta. Presentado en otro idioma aparece como un estilo innovador, pero en realidad está haciendo trampas, pues es algo tan elemental como beber del conocimiento que ya tenía de su otra lengua. Me refiero siempre a lo formal, claro. Otra cosa es, qué duda cabe, el talento. De las lecturas de los clásicos siempre se aprende, tanto de lo bueno como de lo “reprochable” que puedan tener.

—¿Hay alguna novela que estés leyendo ahora y que pueda consolarte o ayudar a comprender esta guerra?

—La verdad es que no. Hasta antes de ayer no he podido coger un solo libro. A diferencia de aquella etapa de soledad y desamor durante la pandemia en la que Joan Didion me consoló con su literatura y su duelo, en estas semanas de guerra no había podido encontrar nada. Lo que buscaba realmente era desconectar, porque las guerras sabemos cómo funcionan, y aunque parezcan incomprensibles no hay que entenderlas tanto. Son muy simples, en realidad. Lo único que no comprendes es el por qué. Pero hace un par de días, como te decía, cogí un libro que no tiene nada que ver, El Gran Gatsby. Realmente toda esa superficialidad, esas fiestas y ese modo de vida que parecen tan olvidados hoy, después de una pandemia y ahora en mitad de un conflicto, la verdad es que sí me está ayudando a desconectar del horror esta novela que había leído muy jovencita en el instituto y que ahora se me presenta con muchos más matices. Podría haber escogido una novela policíaca (me apasiona ese género) pero realmente no quería más muertos.

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