A través de las opiniones de más de cien periodistas de todo el mundo, Fernando Belzunce ha construido un fresco que refleja el estado de la profesión en el momento actual. El enorme coro de voces autorizadas relata, en primera persona, no sólo su propia experiencia, sino que, además, nos ofrece sus recomendaciones para salir del túnel que son estos tiempos oscuros, en los que no se acaba de ver la luz al final.
En el prólogo, el escritor y periodista nicaragüense Sergio Ramírez sitúa al lector en el contexto actual que vive la prensa. Y tira por elevación: siendo la misión del periodismo “desnudar los hechos para enseñar la verdad”, hoy en día ya no solo es el periodismo, sino “la verdad misma la que se pone en cuestión”.
A ello hemos llegado por una sucesión de factores, que se analizan desde múltiples puntos de vista. Probablemente, el factor más importante haya sido la revolución tecnológica. “Internet y los sueños rotos”, dice Belzunce, refiriéndose a las grandes ilusiones que los periodistas se habían hecho con la irrupción de la red mundial y cómo, poco a poco, esas ilusiones se han ido desinflando.
Hay quien opina que los dueños de los periódicos de papel se equivocaron en sus estrategias para afrontar la irrupción de internet y que ha habido falta de autocrítica del llamado periodismo de calidad.
Algunos periodistas ven que en Internet hay una confusión de formatos, que la opinión aparece mezclada con la información. Tal vez sea porque, como dice uno de ellos, “la opinión es muy barata y la buena información muy cara”. También se critica la homogeneización del diseño a la que obliga la necesidad de reducir al máximo los tiempos de carga. Tal vez tenga razón el que asegura que “el teléfono no está hecho para leer periódicos”.
El problema más grave, en cualquier caso, es el modelo económico en Internet. Todos coinciden en que no hay negocio para los medios en la publicidad digital, porque el espacio perdido por los medios ha sido ocupado por las redes sociales y otras plataformas. La relevancia no se puede medir por la audiencia, porque siempre va a imponerse la desinformación o el contenido de baja calidad. Nadie duda, eso sí, de que Internet nos ha traído unas herramientas con las que ni hubiéramos soñado hace unos pocos años.
¿La IA será una nueva herramienta? Sin duda. Pero también algo más que va a hacer que el estatus quo actual no vaya a durar demasiado, declaran los expertos. Nos acercamos, según algunos, a una nueva revolución, mayor incluso que la digital: la de la Inteligencia Artificial. Al igual que la IA ya está transformando la web, en breve volverá a cambiar la forma en la que actuamos con respecto a las noticias.
Una de las partes más impactantes del libro es en la que se recogen los testimonios de periodistas víctimas de ataques, especialmente a las mujeres. Así, Jineth Bedoya, subdirectora de El Tiempo (Colombia), cuenta con detalle cómo fue secuestrada, torturada y sometida a una violación múltiple por un grupo paramilitar. Tras su liberación, amenazada de muerte, quiso seguir informando, pese a que todo el mundo se lo desaconsejara. “No me voy al exilio. Prefiero que me maten aquí de un disparo en la cabeza a morirme en Berlín de tristeza, sin ser lo que soy, periodista”.
También en Colombia se produjo el caso de la emisora de radio de la localidad de Caquetá, donde la guerrilla mató a su director y quien le sustituyó. “Más tarde, también mataría al tercero y al cuarto. El quinto se exilió. Toda la plantilla fue eliminada”.
Desde Pakistán, nos cuentan que “hay una cultura de impunidad en los ataques a periodistas”. Desde Birmania, cómo los medios independientes han tenido que instalarse fuera del país y los periodistas han de trabajar de manera encubierta, ya que su integridad física corre peligro. Desde Nicaragua, corroboran que “la prensa en el exilio es la última reserva de libertad”. Y desde El Salvador, denuncian una “persecución desde las redes de los medios”, a quienes acusan de ser “enemigos del país” por investigar al Gobierno.
Esta última fue la práctica utilizada contra la premio Nobel Maria Ressa, fundadora de la web Rappler.com, quien sufrió más de medio millón de ataques contabilizados en las redes. “El periodismo de calidad no puede sobrevivir en las redes sociales. Hemos sido mercantilizados. No permito que mis reporteros consulten los rankings de popularidad, porque la popularidad no puede ser un criterio (…). El verdadero problema es que esas plataformas premian el mal periodismo, el sensacionalismo y la falsedad”.
El auge de los regímenes autoritarios, y su uso de las redes como arma política, es otro de los fenómenos comunes en el mundo entero. “El acelerador de la polarización está en las redes”, afirma una periodista española. “¿Podrían existir esos populismos sin redes?”, se pregunta una periodista argentina. “Probablemente —se responde—. Parte de lo que lograron (los políticos populistas) fue gracias a que las redes amplifican sus mensajes. Los algoritmos priorizan lo que genera ruido”.
De gran interés resultan los testimonios de periodistas que tuvieron que vivir y cubrir, sobre el terreno, las sangrientas consecuencias del terrorismo. Empezando por el caso de ETA en España. O el de los informadores valencianos obligados a informar sobre la tragedia de la dana a la vez que la padecían.
El periodismo de guerra no podía dejar de estar presente a través de los testimonios de sus protagonistas. “¿Merece la pena?” es la pregunta que está en el aire. Mónica G. Prieto, que relata el secuestro en Siria durante seis meses de su marido, Javier Espinosa, opina que sí. “Todo sería peor si no estuviéramos allí. Los crímenes serían el triple de numerosos, el triple de violentos”.
El periodista freelance Gustavo Villarrubia relata cómo conoció a Julio Fuentes el día en que el periodista de El Mundo fue asesinado en Afganistán, junto a otros tres reporteros, y cómo la casualidad quiso que no se sumara a la expedición que encontró la muerte en el camino a Kabul.
Catalina Gómez, de France 24, revive la cena, en junio de 2023 en una popular pizzería en Kramatorsk (Ucrania), con su amiga la novelista Victoria Amelina, el escritor Héctor Abad, y el diplomático Sergio Jaramillo, todos ellos de origen colombiano. Fue la cena que interrumpió el misil que hirió de muerte a Victoria Amelina.
A lo largo del libro se sugieren medidas y objetivos para romper con el fatalismo que se ha apropiado de nuestras redacciones: conseguir que la información importante resulte interesante, recuperar la confianza de la audiencia, librar la batalla por el tiempo y la atención, mantenerse firmes en la vigilancia a los poderosos, no cejar en el periodismo de investigación, asumir que nuestro trabajo no es un concurso de popularidad, sacar el máximo partido de los nuevos lenguajes y las narrativas digitales, asumir que no somos taquígrafos pero tampoco activistas…
Para los periodistas, la lectura del libro de Fernando Belzunce es una inagotable fuente de inspiración, tan necesaria en estos tiempos oscuros. Para los no periodistas, es una forma de recuperar la fe en una profesión que sufre el desapego de la sociedad, de comprender que nuestro trabajo no es solo dar noticias, sino también comprobarlas e interpretarlas, y que, sin su labor de contrapeso, los poderosos camparían a sus anchas.



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