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Colección Cantonet: Las joyas de la corona (VI)

Colección Cantonet: Las joyas de la corona (VI)

Pienso que con este artículo daré por finalizada mi andadura por el coleccionismo de Cantonet, entendiendo que no es cuestión de dar la chapa a los lectores con los triunfos conseguidos. Con estos seis artículos de productos de alto nivel daré por rellenada la celda de este panal tintiniano.

Jordi Tardà, un gran “tintinaire”

Siempre he comentado y he reconocido que con el que fue gran tintinólogo Jordi Tardà los aficionados a Tintín aprendimos muchísimo.

Al margen de las exposiciones que llevó a cabo de manera magistral en Girona (Fontana d’Or), Madrid (Fundación Carlos de Amberes), Valencia (Centre Octubre de Cultura Contemporanea), Vitoria y Ávila, las cuales dejaron embobados a más de uno, también llevó a cabo desde el 2007 y por espacio de más de diez años el programa radiofónico Tintin a la ràdio, emitido en Catalunya Ràdio, con el que durante 16 programas de una hora de duración en época veraniega y navideña nos abrió a todos un espectro fantástico de conocimiento a desarrollar, de la mano de los más importantes tintinólogos mundiales. Sus entrevistas con dichos expertos fueron caldo de cultivo para los que nos afanábamos a recorrer dicho universo, y particularmente el fascinante mundo del coleccionismo en torno a Tintín.

Recuerdo que la esposa de Tardà un día me explicó que en la inauguración de la exposición llevada a cabo en Madrid a media tarde de un sábado, asistiendo como persona invitada el que fuera alcalde de Madrid, el señor Alberto Ruiz Gallardón, quedó tan sorprendido que no queriendo quedarse con una simple presencia protocolaria, hizo a su secretaria cancelar todos los actos institucionales a los que le quedaba por asistir dicha tarde y así poder pasear y deleitarse por toda la exposición, acompañado por las extensas explicaciones que Jordi le iba dando.

Jordi fue un hombre que disfrutó de libertad de movimientos y no dudó ni un instante en adentrarse en las trincheras de este mundo, viajando con mucha frecuencia a Francia y Bélgica y pudiendo aprender in situ de los grandes hergenianos que lo apadrinaron e incluso creyeron en su pasión tintinófila.

"Hablando con Romy, esposa de Tardà, se quedó muy sorprendida cuando le expliqué la pequeña relación tintinesca que mantenía con Arturo Pérez-Reverte a raíz de su presencia en nuestra tienda"

Su capacidad de difusión y divulgación era incuestionable. En los medios de comunicación era todo un referente. Eso provocó que, mientras algunos tintineros con vista aprovecharon sus contactos para acercarse a este mundo francófono, llegando a departir informaciones muy valiosas sobre las fuentes de inspiración con algunos de ellos, otros se limitaron a distanciarse de él y de todo lo que había conseguido. La presencia de Jordi en actos tintinianos anulaba a cualquiera que se las diera de “sabelotodo”, los cuales se nutrían de su hipotético prestigio con las palmas de cuatro acólitos aburridos. Como digo, la presencia de Jordi disgustaba a más de uno. Siempre ha pesado más el afán de protagonismo de algunos tintinianos de manguito y oficina que los que aportan nuevos senderos a recorrer, gozar y hacer disfrutar a los demás.

Por lo que a Cantonet respecta, siempre lo hemos tenido en buen recuerdo y consideración, ya que aprendimos mucho de él, con él e, incluso una vez fallecido, compartiendo anécdotas con su esposa.

Un buen día, hablando con Romy, esposa de Tardà, se quedó muy sorprendida cuando le expliqué la pequeña relación tintinesca que mantenía con Arturo Pérez-Reverte a raíz de su presencia en nuestra tienda. Se quedó perpleja recordando que su marido Jordi había intentado entrevistarlo infructuosamente para su programa radiofónico en cuatro ocasiones, sin obtener ninguna respuesta ni resultado.

En los entornos de ADH (Les amis de Hergé), en años posteriores a su fallecimiento, se le recordaba en gran estima. Muchos de estos tintinólogos, al ser informados de que nosotros éramos de Barcelona, se nos acercaban diciéndonos con severo orgullo: “Yo conocí a Jordi Tardà”. El propio Jean-Pierre Talbot (actor que hizo de Tintín en dos películas) era uno de ellos.

LAS AVENTURAS DE PEPITO, PANCHO, MARIPOSA Y LOS FERNANDOS (ahí lo dejo)

En la exposición de la Fontana d’Or de Girona, a cuya inauguración fuimos invitados, quedamos boquiabiertos con algunos de los productos allí expuestos. Uno de los que más me cautivó fueron las hojas escritas a máquina de las primeras traducciones hechas al castellano, correspondientes a los álbumes editados por Casterman, llamados “los del medallón”. Dichos libros eran El secreto del unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo. En la cubierta llevaban un óvalo significativo en el que estaba impresa la frase “LAS AVENTURAS DE TINTIN POR HERGÉ”, que hacía que se les llamara con el nombre mencionado.

Las hojas en cuestión tenían infinidad de curiosidades que se dirigían a un punto de reflexión. En ese punto, la persona que admiraba dichas hojas entendía que la persona que había llevado a cabo el intento de traducción no tenía ni la más mínima idea de gramática castellana.

Esas traducciones estaban hechas por una persona de educación francófona que se postuló delante de los responsables de Casterman como entendido de la lengua castellana sin los más mínimos conocimientos de las normas de acentuación, ni del uso de los signos de interrogación, admiración y otras cosas no menos relevantes de la gramática castellana.

Esas páginas tenían como añadido fascinante el hecho de ir acompañadas por las hojas en vegetal con la traducciónes corregidas y definitivas, realizadas por calígrafos profesionales a tinta china, y las pruebas de imprenta realizadas en policromía, ya que por aquel entonces todavía no se conocía la cuatricomía.

Los colores usados eran el amarillo, un carmín en vez de lo que hoy conocemos por magenta, un púrpura o violeta, un azul bastante alejado al cian de cuatricomía, y el negro de siempre.

Teniendo en cuenta que dichas traducciones se hicieron para los dos libros referidos, veremos que, conteniendo cada uno de ellos 62 páginas, el resultado es que en su momento existieron 124 páginas traducidas al castellano y que las mismas tuvieron que ser corregidas meticulosamente por alguna persona con dominios gramaticales de la misma.

"Esa persona al cargo de dicha corrección fue don José Miguel de Azaloa, intelectual vasco de gran calado y prestigio, e incluso alumno aventajado de Miguel de Unamuno"

Las hojas que contenían el intento de ser traducciones válidas al castellano, al margen de las deficiencias ortográficas mencionadas, contenían unas salidas de contexto ciertamente elocuentes. Al aprendiz a traductor de marras postulado para llevar a cabo su trabajo en los libros editados por Casterman, supongo que en un afán de quedabien a nivel quijotesco, no se le ocurrió otra cosa que intentar implantar la traducción de Tintín et Milou por los nombres de “Pepito y Pancho”, a los Dupond bautizarlos como “los Fernandos, Fernandez y Fernando” como consta en las fotografías adjuntas; y el nombre que quedó durante unos cuantos libros incluso traducidos por Conchita Zendrera sin ser corregido fue el de “Profesor Mariposa” por el de “Profesor Tornasol”.

Ante tal desaguisado, viendo la falta de conocimientos ortográficos, y observando las licencias que se había tomado el aficionado a traductor, Casterman puso en manos de una persona cualificada y considerada dentro de la lengua castellana el encargo de rectificación y corrección de todas esas páginas.

Esa persona al cargo de dicha corrección fue don José Miguel de Azaloa, intelectual vasco de gran calado y prestigio, e incluso alumno aventajado de Miguel de Unamuno. Dicha persona incluso fue recomendada como traductor por Casterman mediante carta dirigida a Pablo Zendrera, hermano de Cochita Zendrera, de editorial Juventud.

Don José Miguel fue la persona que puso en solfa la traducción paupérrima del aficionado referido, del cual su nombre no nos consta y, dados sus despropósitos, mejor así, para no hacerlo caer en mayor desprestigio.

"Merodeando por una de las casas de subastas online que más frecuentamos, apareció un lote que se componía de una de esas páginas mecanografiadas, con todo tipo de correcciones gramaticales"

Así pues, dichas hojas escritas a máquina por el aficionado en cuestión y la corrección lingüística llevada a cabo por don José Miguel constituyen un legajo de originales de nivel museístico. Don José Miguel devolvió los nombres de Tintín y Milú a su origen con el cambio significativo en Milou de la “ou” por una simple “ú” acentuada, y a los “Fernandos” los rebautizó como Hernández y Fernández, pero el que se quedó sin corregir fue el del “Profesor Mariposa”, y es muy probable que por ese motivo quedase reflejado dicho nombre en varios de los libros posteriores editados por editorial Juventud.

Bien. En la exposición de Jordi, esos documentos me provocaron una seducción tremenda, y dado que tenían que existir 124 páginas traducidas y al mismo tiempo me constaba que Jordi no las poseía todas, entendí que era un producto a buscar y, si se ponía a tiro, pieza de caza que poner a buen recaudo.

Un buen día, merodeando por una de las casas de subastas online que más frecuentamos, apareció un lote que se componía de una de esas páginas mecanografiadas, con todo tipo de correcciones gramaticales y con la sustitución dos veces del nombre Tintín por el de Pepito. Ese documento iba acompañado del vegetal hecho por el calígrafo con la transcripción correcta y corregida al castellano, así como las pruebas de color pertinentes de dicha página.

Esa empresa de subastas tiene la virtud, o la desventaja, según se mire, de otorgar a todos los interesados en algún producto de un minuto más desde que se hizo la última licitación. Eso provoca que, si hay varios interesados en dicho producto que van licitando reiteradamente, la venta se pueda alargar considerablemente, y el precio puede subir en función del interés de los pujadores. Hay una hora de finalización, pero queda en manos del interés de los licitadores su conclusión. No hay tiempo límite.

Recuerdo que el día de la subasta estaba en la Galerie Can Tonet y, siendo las ocho de la tarde, decidí cerrar el establecimiento, no sin antes asegurarme de que la venta de dicho producto acabase en mis manos.

En principio la hora de finalización eran las ocho y cuarto. El precio, en aquel momento y antes de cerrar la tienda, estaba en 325 euros, por lo que licité por valor de 600 euros para asegurarme el tiro y me fui a mi domicilio.

Al cabo de unos 25 minutos llegué a casa y encendí el ordenador, esperando que la subasta hubiera finalizado y la hubiera ganado. Cuál fue mi sorpresa de que todavía estaban licitando dos personas interesadas y, habiendo otorgado el sistema de un minuto más reiteradamente por cada puja que hacían, el importe por el cual iban era de 515 euros, y seguían licitando.

No me lo podía creer. El calentón era descomunal. Llegaron a sobrepasar mi precio de 600 euros, poniéndolo en 626.

"No recuerdo ninguna otra subasta en la que me obcecara tanto la obtención de una pieza, y he de decir que al cabo del tiempo constaté que aquel día hice el canelo"

Llegados a este punto, cerré los ojos, reflexioné un instante, no más de quince segundos, y decidí dar un golpe de puño en la mesa haciendo una puja de 900 euros. Los otros dos licitadores no se esperaban que, después de más de 30 minutos en estado de letargo, yo volviera a aparecer con una puja que, supongo, entendieron que era determinante. Los licitadores nunca saben cuál es la cifra que sus contrincantes ponen como tope máximo, pero por el comportamiento a la hora de licitar pueden interpretar si vas en serio o vas de farol. Hicieron un par o tres más de intentos más para ver por donde iban los tiros y finalmente, a la cifra de 725 euros, se plantaron y dejaron de licitar; dejaron correr el minuto de carencia pertinente y gané la pieza que tanto anhelaba.

Debo explicar que la cifra que se paga no es la cifra de la licitación máxima. No, se paga la cifra inferior del inmediato licitador. Por tanto, 725 euros, a los que hay que añadir el porcentaje de derechos de sala e impuestos, más el envío del artículo ganado.

No recuerdo ninguna otra subasta en la que me obcecara tanto la obtención de una pieza, y he de decir que al cabo del tiempo constaté que aquel día hice el canelo.

Después de lo descrito, mi objetivo fue ir adquiriendo las páginas en que estuvieran las correcciones de nombres propios como la de “Pancho” por “Milú” y la de “los Fernandos, Fernández y Fernando” por “Hernández y Fernández”. Piezas más museísticas que de colección.

"Todo lo que adquieras para tu colección tiene que costearse con el poso de tu bolsillo, aunque sea a plazos. Es la única manera de sentir felicidad plena al conseguir una pieza"

Así fue. Un buen día, desgranando con la esposa de Tardà un buen número de documentos y papeles, inicialmente sin ninguna relevancia, apareció un dossier repleto de esas páginas, traducidas y corregidas, con sus respectivos vegetales y sus pruebas de color. Entablamos una negociación adecuada y me hice con ellos. En el entresijo de esas hojas aparecieron las significativas páginas, con las traducciones y correcciones de los nombres explicados con anterioridad.

El mundo del coleccionismo tiene estos inconvenientes, los cuales hay que saber afrontar con una y exclusiva premisa principal: todo lo que adquieras para tu colección tiene que costearse con el poso de tu bolsillo, aunque sea a plazos. Es la única manera de sentir felicidad plena al conseguir una pieza. La constatación de adquirir en propiedad sea un pin, una vitola, un llavero o un dibujo original, es momento indescriptible de inmensa alegría y emoción.

Como comprobará el lector, a veces por listo y otras veces por insensato, las conductas, reacciones y decisiones del coleccionista con sus dichas y avatares mantienen un pronóstico incierto en su cometido.

Tras un largo trayecto recorrido, siempre queda la huella de lo conseguido en positivo y la sonrisa del recuerdo lejano de unos cuantos fracasos convertidos en anécdotas que no han conseguido desvincularnos de este mundo.

Y es que, a pesar de todo, por suerte… siempre nos quedará Tintín.

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