Ya en sus tiempos, Pedro de Valdivia hablaba de la dureza del clima, del terreno y de la naturaleza en las tierras chilenas. Porque sí, todo el que conozca Chile sabe que su naturaleza es desbordante —cordillera y mar, lagos y ríos, glaciares, bosques, islas…—, pero también terrible —desiertos, volcanes, terremotos, maremotos…—. Por eso no debería extrañar que una novela que tiene en su centro —y en su título— una técnica como la siembra de nubes —que busca domar el clima evaporando y precipitando nubes artificialmente— nos llegue de la mano de una autora chilena.
Hay dos ideas a nivel personal y emocional que se enfrentan desde el principio de la narración, a ambos lados de un paisaje que va aclarándose con el paso de las páginas: la de que Amelia, la protagonista, está a punto de abandonar su casa para marcharse a otro país, a otra ciudad, y la de que su lazo familiar con un personaje ausente, Aquiles, plantea preguntas que nadie se ve capaz o dispuesto a resolverle. El abandono de una realidad inmediata frente a la búsqueda de respuestas del pasado. Y esta confrontación se nos presenta a través de una imagen poderosa: Amelia, que intenta vaciar su piso a toda costa antes de su partida, no sabe qué hacer con los libros que Aquiles dejó allí al marcharse.
En La siembra de nubes, el texto avanza como en un torbellino, a través de fragmentos cortos que dejan, por aquí y por allá, pinceladas de temas, de personajes, de incógnitas del pasado, que van ganando cuerpo, como nubes dispersas, ennegreciéndose, mientras los días de la protagonista pasan y la realidad la va arrastrando, incontrolable. Conocemos a su abuela, honesta, cercana y desinteresada; a Benito, su novio, posesivo y violento; a Dalia, su amante, de una carnalidad imprevisible; a Ventura, la que fuera mujer de Aquiles, cerrada y, tal vez, resentida… Todos estos retratos van precipitándose en torno a Amelia, impregnados de un halo crepuscular, a medida que se acerca la fecha de su viaje, entre los ecos de otras migraciones en la historia familiar (de Chile a España y de vuelta o por otros países de Hispanoamérica) y las rimas trágicas de una novela ficticia sobre los “niños de Rusia” (zarandeados por sus circunstancias de un lado a otro, de la penuria al lujo y a la peor de las desgracias).
Con la meta de esa partida apuntalada en la última página, la protagonista busca la manera de tomar el control de una vida que la zarandea, poniendo cada una de sus relaciones en el lugar que se merece, descubriendo a quién vale la pena preguntar y a quién no sobre su pasado, ajustando su contexto con una voluntad creciente, como sembrando nubes, para disponer de las herramientas necesarias para buscar una verdad que no llegará hasta que dé con la tecla exacta, con el momento, el lugar, la pregunta y el interlocutor que necesita para que esa lluvia caiga donde y como tiene que caer.
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Autor: Claudia Apablaza. Título: La siembra de nubes. Editorial: Almadía. Venta: Todos tus libros.


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