Me compraría todos los libros del mundo. Todos. Me llevaría a casa colecciones enteras de narrativa, de ensayo, de teatro que colocaría amorosamente en mi biblioteca. Lomo tras lomo, ordenadamente, sin faltar ni uno. Hojearía todas las sinopsis, todas las portadas, leería las primeras páginas. Luego los volvería a dejar en la estantería, y nunca los volvería a abrir. Da igual que no los lea, el placer reside en tenerlos, en mirarlos, en la posibilidad de que llegue el día adecuado para que ese libro y yo nos encontremos.
Como todos los adictos, intento enganchar a otros para sentirme menos culpable. Por eso aprovecho este espacio para extender mi virus y recomendarles que hagan como yo y se dejen llevar por la inmoralidad de comprar libros. Que se gasten el dinero que no tienen en libros que no se van a leer.
Pero ¿dónde? ¿Dónde pueden ir a arruinarse comprando libros?
El mejor lugar para tirar el dinero comprando libros es el Salón del Libro Teatral. Una feria del libro dedicada a los libros relacionados con el teatro. El rincón donde se reúnen los verdaderos letraheridos, los que buscan el café de los muy cafeteros. Obras de teatro. Métodos de interpretación. Manuales de dramaturgia. Revistas sobre teatro. Vicio en estado puro.
Sé que usted es un verdadero lector de esta revista, no uno de esos que la hojea y la deja olvidada en la butaca. Le estoy hablando a usted, el que se la lleva a casa y la lee con detenimiento y busca entre sus páginas las obras que va a ver la semana siguiente, y la siguiente. Usted, que sí es un lector serio, debe ir a esta Feria y comprar obras de teatro como si no hubiera un mañana, como si Putin ya hubiera apretado el botón, como si el próximo apagón fuera a durar un mes y por fin tuviéramos tiempo para leer tranquilos, sin notificaciones, ni Netflix, ni mensajes de audio de más de dos minutos.
¿Puedo leer una obra de teatro? ¿La entenderé? ¿Por cuál empiezo?
Por la primera página de la obra. El prólogo es mejor saltárselo, lo ha escrito un amigo de la autora deprisa y corriendo. ¿Cómo se llama el personaje? ¿Cómo habla? ¿Me resuena lo que dice? ¿Quiero saber más? ¿Voy por la página siete y me sigue interesando? Me lo compro.
En la época de los móviles y los mil compromisos, el teatro tiene la ventaja de la brevedad. Muchos textos se leen en una hora u hora y media. En el tiempo de un viaje en AVE podemos llegar mucho más lejos que a Barcelona, o a Sevilla.
Del 23 de octubre al 26 de octubre el Teatro Valle-Inclán, la sede del Centro Dramático Nacional, se va a convertir en un teatro en que se van a programar al mismo tiempo miles de obras en un fin de semana. Todas no se desarrollarán en el escenario, sino en la mente de los lectores. Cualquiera puede acercarse, empezar una obra y si no le gusta probar otra. Seguro que va a encontrar alguna a su gusto.
Las actrices pueden acudir a buscar su próximo personaje, ese que les va a ayudar a dar el máximo en el escenario. Los directores, el texto que necesitan poner en escena. Las productoras, el siguiente desafío que les va a enamorar y a quitar el sueño. Los autores, textos que les van a invitar a imaginar nuevos mundos y nuevos personajes.
Y los lectores en general, literatura dramática, obras de teatro que puedes disfrutar en la soledad de tu habitación sin pagar una entrada.
Otra oportunidad de respirar literatura, de pasear entre libros y dejarnos llevar por el placer de buscar en las portadas la próxima aventura, un nuevo amigo, una frase que nos hará detenernos, volverla a leer, levantar la mirada, descubrir algo nuevo al mismo tiempo que nos reconocemos a nosotros mismos y dar gracias a la literatura por hacer que la vida merezca la pena ser leída.



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