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Crónicas de Danvers (XIV): Italia, años sesenta (II)

Crónicas de Danvers (XIV): Italia, años sesenta (II)

Mercedes no ha sido más feliz en su vida. Todas las noches ha salido por la ventana para ver a Raúl, y él la ha llevado a bailar a todas las verbenas de la orilla del Tíber. Bailes cada noche más lentos y más cerca, algún beso robado y sobre todo las las miradas, la complicidad y muchas, muchas risas. No importa que él sea un gitano intentando huir de su vida en España y ella una joven aristócrata. Son dos jóvenes enamorados que se sienten libres en Roma.

Durante el día Mercedes sonríe sin parar en las misas, en los rosarios, e incluso ante los pescozones e insultos velados de sor Inés. Sólo le ha contado sus escapadas nocturnas a su amiga María, que la conoce, la quiere, y la ha pillado entrando por la ventana dos noches seguidas.

"Una tarde descubren que el portón de hierro de una de las casas grandes de la vía Giulia está abierto, y se cuelan en el jardín de un palacete abandonado"

Con su ayuda y una supuesta gastroenteritis muy contagiosa, ambas consiguen lo que quieren: María se queda en la residencia y así descansa un poco de sor Inés, cuya maldad va in crescendo, —ya no es que si se muerda la lengua se envenene, es que si estornuda las mata a todas—, y Mercedes comienza a quedar con Raúl también de día. Hacen del Caffé Perú su rincón secreto, y entre paseos, spaguetti al limone y algún que otro negroni, vuelan las horas. Una tarde descubren que el portón de hierro de una de las casas grandes de la vía Giulia está abierto, y se cuelan en el jardín de un palacete abandonado, que tiene un invernadero de cristal semiderruido al fondo. Consiguen entrar en él a través del follaje y esa misma tarde, poco a poco, entre caricias tímidas al principio, juegos y besos, se dejan llevar y se descubren ellos, sorprendidos, emocionados, enamorados.

Caffe Perú

Al amanecer, aún temblorosos y con la vida a flor de piel, Raúl y Mercedes corren a la residencia. Ella va despeinada y con alguna brizna de hierba el pelo, pero el mundo le es completamente ajeno. Cuando entra por la ventana, presa de la felicidad máxima, sor Inés le atiza un bofetón de concurso. Al fondo de la habitación, llorando, María la mira con una disculpa silenciosa. Parece ser que alguien las delató, y aunque ella no sucumbió al interrogatorio, sor Inés decidió quedarse a esperar a la que faltaba.

"El marqués se ve obligado a aceptar, y las dos amigas emprenden el largo viaje de vuelta esa misma mañana"

Después del bofetón ha venido la llamada a sus padres, la acusación de conducta absolutamente inadmisible, y la sugerencia del regreso inmediato a Madrid, no vaya a ser que el resto la tome como ejemplo y aquello se convierta en una bacanal constante. El marqués se ve obligado a aceptar, y las dos amigas emprenden el largo viaje de vuelta esa misma mañana, con la propia sor Inés como celadora. Mercedes recoge sus cosas ante su mirada de hurón, se encierra en sus recuerdos y no habla con nadie. Se da cuenta de que conoce muy poco el mundo de su gitano, no sabe dónde vive en España ni cómo localizarlo. Y no puede avisarle del cambio de planes, porque cualquier intento de comunicación es imposible.

Raúl Santos vuelve al Trastévere, al piso que está compartiendo con unos amigos, feliz. Ha quedado con ella en un rato en una cafetería al lado de la Piazza Navona. Después de desayunar, quiere enseñarle el taller secreto de un marmolista romano con el que pretende hacer negocios. Tendría que recorrer Europa vendiendo y recogiendo piezas de mármol, pero haría cualquier cosa por ella; no sabe dónde vive en Madrid, y tampoco conoce su apellido, pero se ve a la legua que está acostumbrada a lo mejor, y quiere poder proporcionárselo. Está perdidamente enamorado.

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