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Crónicas de Danvers (XIX): La merienda

Crónicas de Danvers (XIX): La merienda

Cuando doña Isabel invitó a merendar a Filo, tenía las cosas muy claras. Le pidió a Clara que preparara los bollitos de nata que tanto le gustaban, y aunque todavía no hacía frío, le hizo encender la chimenea en el saloncito para crear un ambiente más íntimo, que animara a la confidencia.

Se vistió lo más sencilla posible, sin maquillaje y con el pelo recogido en un moño tirante, y recibió a su vecina con la sonrisa más humilde del mundo, como si jamás le hubiera exigido que no tendiera su colada en la cuerda de enfrente de su ventana.

Filo acude tensa, escamada. Nunca ha confiado en la Isabel, y viendo cómo trata a la pobre Clarita y lo a menudo que se está viendo con el Aguilar, percibe que no es trigo limpio. Esta merienda le da mala espina desde el principio. Llegó convencida de que la invitación se debía a sus bragas, que a la señora le parecerían muy grandes y muy de color carne —porque ella debe de llevarlas de la tela de las nubes—, pero tiene curiosidad, y además, como sabe que Clarita prepara los mejores bollitos de nata de toda Castilla la Nueva, no le importa la sarta de impertinencias más o menos disimuladas que sabe que le van a caer.

"Filo se lanza a por ellos sin remedio, y escucha. Escucha cómo Isabel le recuerda cuando, de niñas, jugaban todas juntas en la plaza"

Cuando llega, Isabel se levanta y la coge del brazo como si fueran amigas de toda la vida. La conduce al saloncito, se sientan, y aparece Clarita como si la hubieran conjurado, con un plato lleno de bollitos de nata. Filo se lanza a por ellos sin remedio, y escucha. Escucha cómo Isabel le recuerda cuando, de niñas, jugaban todas juntas en la plaza, y habla de cuánto le gusta Valdepenín, de la suerte que tienen de vivir en un pueblo en el que todos son amigos de toda la vida, y del vínculo especial que hay entre las mujeres, “sonoridad” le parece a Filo que lo llama. ¿Ella será sonora? Posiblemente sí, se está quedando sorda y habla muy alto. Cuatro bollitos después, disipada la tensión, y con restos de nata en el bigote, se lanza a hablar de su vida, de sus sobrinos, que son como nietos, y de lo mal que duerme últimamente. A Isabel le pasa lo mismo. Sobre todo, desde que Lorenzo Aguilar, que “no es tan bueno como parece, que Dios me perdone por decirte esto, pero entre amigas se puede contar”, está poniendo a su nombre las fincas de casi todos los habitantes del pueblo para construir una urbanización monumental con la que va a ganar muchísimo dinero.

—No se habrá atrevido a poner un pie en las que nos dejó padre a Paqui y a mí, que esas van a ser el sustento de mis nietos, que yo sé que van a volver al pueblo, que eso vale mucho dinero, Isa.

Filo ya está totalmente entregada, que lleva seis bollitos. Isabel hace como que no ha oído lo de “Isa”, y continúa.

—¿Las de detrás del pilón? Ay, cariño, creo que sí… El otro día en la cena me contó que os las había comprado y que os había pagado todo lo que costaban, y ya ha metido ahí las máquinas, ¿no es cierto?

"Filo se enciende. Se pone en pie y recorre el salón, pensativa. Se sienta, esta vez al lado de Isabel y la coge del brazo. Isabel no puede evitar un gesto de dolor y lo retira"

Filo se enciende. Se pone en pie y recorre el salón, pensativa. Se sienta, esta vez al lado de Isabel y la coge del brazo. Isabel no puede evitar un gesto de dolor y lo retira. Filo, que es lenta de pensamiento, pero rápida de obra, le levanta la manga. Y al ver la piel arrugada, morada, amarilla y verde, sube un poco más la tela y ve también las quemaduras de cigarrillo. Isabel se la baja, avergonzada. O no.

—Filo, cielo, perdóname, yo no quería que vieras esto, no quería contarte, júrame que de aquí no sale —lágrimas en los ojos—. Me tiene amenazada, no puedo ir a la policía, no puedo hacer nada, sólo soy una mujer, una viuda, encima. Cada día es peor. Sé que al final me va a matar. Yo estoy resignada, pero tú, tú todavía puedes luchar, mujer, por lo tuyo y por lo de Paqui, por lo que es vuestro. No le dejéis que os lo quite. Y no le digas nunca que yo te lo he contado, porque me va la vida en ello.

La mira muy profundo, para asegurarse de que Filo la está entendiendo, porque nunca puede una estar segura de que Filo la esté entendiendo, y Filo, que ha hecho suya la causa de Isabel, la suya propia y la de todo Valdepenín, asiente despacio. La coge de la mano y le pide, con su voz más dulce, que le cuente más de Lorenzo.

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