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Crónicas del Reichstag: el ascenso político de Hitler

Crónicas del Reichstag: el ascenso político de Hitler

Se ha dicho muchas veces que la República de Weimar murió dos veces. La asesinaron y se suicidó. El asesinato, el asalto violento, es más conocido: ha sido narrado, filmado e interpretado en múltiples ocasiones. Hitler juró destruir la democracia desde dentro y así lo hizo. Esta es la historia, en cambio, de un fracaso político, de un suicidio de Estado. La gran destreza y principal cualidad de este libro pasa por explicar con claridad cómo se produjo ese complejo proceso de quiebra y de disolución interna, sin recurrir, como se ha hecho tradicionalmente, a la violencia como factor único y determinante.

Alemania, y esto mantiene enormemente inquietante el libro en nuestros días, era una república moderna, industrial, con libertades civiles, separación de poderes, seguridad jurídica, libertad de prensa y referéndums públicos normalizados y consolidados. Un sistema democrático con plenas garantías constitucionales que, tratando de evitar múltiples riesgos y, en particular, un golpe de estado militar, terminó desembocando en una dictadura legal. Parecía entonces una solución menor. Hitler no tomó el poder, sino que a Hitler el poder se lo ofrecieron. Esta es la lección trágica de un libro de historia, de un libro para el presente cuidadosamente construido, que narra día a día, hora a hora, la rápida sucesión de unos acontecimientos que llevaron al bloqueo creciente de las instituciones y finalmente del propio sistema, en medio de un clima creciente de polarización y desestabilización interna.

"La herida de Versalles, lejos de estar cerrada, seguía sangrando no solo entre los nazis y los excombatientes, y canalizaba una movilización paramilitar sin precedentes"

Gracias al trabajo intensivo de fuentes de archivo, sobre todo electorales y policiales, Ryback consigue mostrar cómo actuaron y se retroalimentaron esos acontecimientos, fracturando aún más el contexto social y político ya dividido desde la omnipresente crisis económica de fondo de 1929. A través de la prensa y la radio, aunque en menor medida, y de la documentación administrativa y judicial, el libro nos traslada a aquellos días de plena incertidumbre. Pero, no lo hace para dar una simple panorámica retrospectiva. El autor, a través de la narración, trata de situarse en los distintos puntos de vista con los que el electorado medio alemán percibía aquella realidad cambiante. Mientras los titulares de los grandes periódicos nacionales e internacionales dan por muerto a Hitler o cuando menos estancado, la prensa y las radios locales comienzan a hacerse eco de sus mítines por todo tipo de pueblos y localidades pequeñas. El seguimiento de sus noticias y viajes, sin embargo, comienzan a ser replicadas en cada uno de los 1600 medios locales agrupados dentro de las grandes empresas de comunicación nacionalistas conservadoras. Usando este tipo de paradojas, cambiando de escala, el relato se adentra también en la perspectiva de Hitler y sus más cercanos colaboradores. Al mismo tiempo que crece el nerviosismo entre sus fieles por una campaña electoral permanente que está hundiendo las arcas del Partido (Goebbels anota las cifras en su Diario), Göring deja sin turno de palabra al candidato y su principal rival a la cancillería del Reichstag. Antes de tener la llave de todos los resortes del poder, los nazis controlan el tiempo de la tramitación parlamentaria. La realidad es que tienen (y así lo sentían ellos mismos) un enorme respaldo social, como muestra la protesta general por la imposición de la pena de muerte a los jóvenes alemanes acusados de asesinar en una pelea al polaco Konrad Pietzuch, cuyo juicio fue seguido con multitud de desórdenes públicos por toda Alemania. El caso muestra cómo la herida de Versalles, lejos de estar cerrada, seguía sangrando no solo entre los nazis y los excombatientes, y canalizaba una movilización paramilitar sin precedentes. De los comunistas y socialdemócratas a los partidos nacionalistas y de derechas, en todos los pueblos y ciudades alemanas, el odio, los crímenes, los altercados terminados en muertos, superaban los recintos medievales de las viejas capitales de provincias y detenían el tráfico cotidiano de las grandes avenidas de las capitales federales. La gran diferencia es que los nazis supieron sacar más rédito político de aquella situación, convirtiéndose en víctimas de la violencia que ellos mismos fomentaban, dentro de un bucle electoral continuo.

"Tres semanas después de las elecciones de enero de 1933, el Reichstag promulgó una ley habilitante que facultaba a Hitler y sus ministros para aprobar leyes y hacerlas cumplir"

En menos de un año, abril de 1932 y enero de 1933, se celebraron tres elecciones en Alemania. En las presidenciales de abril, Hitler perdió de manera abrumadora ante Paul von Hindenburg. En las generales de julio, el Partido Nazi, que aspiraba a la mayoría absoluta, fue el más votado, pero se quedó en el 37,3% de los votos, porcentaje insuficiente para formar gobierno. En las de noviembre otra vez ganó el partido nacionalsocialista, aunque con 34 escaños menos que en las de julio, por lo que quedó todavía más lejos de formar gobierno. Hitler había perdido dos millones de votos y su partido estaba agobiado por las deudas. Sin embargo, apenas dos meses después es nombrado canciller. La gran coalición conservadora naufraga. Tras destituir a sus líderes, Papen y Schleicher, Hindenburg, el gran mariscal de campo, deja de oponerse al innombrable, al cabo Hitler, siempre que se mantuviera dentro de la constitución.

Tres semanas después de las elecciones de enero de 1933, el Reichstag promulgó una ley habilitante que facultaba a Hitler y sus ministros para aprobar leyes y hacerlas cumplir. Al año siguiente, el presidente Hindenburg fallecía. Ese mismo día, Hitler fusionó la presidencia y la cancillería, instaurándose como jefe de estado y de gobierno, un acto final en el que cumplía su promesa de desmantelar el sistema democrático, pero manteniendo intacta la constitución de Weimar que tanto había criticado en los años anteriores. La Constitución de 1919 quedó como testimonio de la fragilidad del imperio de la ley, como nos recuerda su artículo primero “el poder político emana del pueblo”.

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Autor: Timothy W. Ryback. Título: El ascenso de Hitler al poder, 1932-1933. Traducción: Alejandro Pradera. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.

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