Inicio > Libros > Dos veces cuento > Cruce, de Arturo Pérez-Reverte
Cruce, de Arturo Pérez-Reverte

Dicen que a Hemingway le sobrecogía una narración de menos de la mitad de una línea, con la forma de un anuncio clasificado: «For sale: baby shoes, never worn». Hasta se la atribuyeron a él. Quizá por su lacónico estilo y su poder de zarandear lo de más adentro de las entrañas. Aunque difícil de traducir sin alterar su dramatismo, «Vendo botitas de bebé, sin estrenar» respeta la media docena de palabras. Podían ser patucos o incluso una silla de recién nacido o una cestita, un babero o un sonajero mudo. No se trata de reciclar ropa o el artículo que cada cual quiera que sea. Es certificar el abandono, la ausencia, la desaparición. O la espera finalmente infructuosa. El corazón pisoteado por la mala fortuna. Si quien lo acaba de leer no adivina las circunstancias, si no descifra los hechos, si no rescata a los protagonistas sumergidos bajo ese entrecortado mensaje —quién vende, por qué, qué ha ocurrido, qué ha pasado con la criatura, qué sienten ¿los padres?, cómo sufren, dónde, qué le piden a la esperanza, quién responderá al aviso…—, ese lector no pondrá los pies ni el alma en el territorio que marca la ficción. La técnica del iceberg o de la omitir. Hemingway puro. Y puritito cine Billy Wilder: «Nobody can portray what the audience can imagine». Mejor no retratar lo que puede imaginarse el público. «La hora del lector», que completa huecos como en un álbum de cromos. Como se infiltra una caries o una lesión de rodilla. Como esas noticias donde se resalta lo que no ha ocurrido: la ausencia de un presidente a un foro internacional, un futbolista veterano sin convocar a su selección. Lo que no está es.

Con este recuadro de periódico en la sección «Se vende» se intuye además uno de los prodigios de lo literario: al trasplantar un tipo de texto, un género incluso —un anuncio por palabras, un pósit, una noticia suelta o un viejo despacho de agencia periodística— y hacerse literatura, por arte y por la magia de aceptar que todo nos cabe en la ficción, las palabras ganan en la imaginación y el equipaje cultural de quien lea.

De parecida estirpe narrativa, esa que exige leer con capacidad reflexiva, visión creadora, que llene vacíos y acierte a componer la fisonomía y sondear ese pozo de corazón del personaje, medir su reacción, sentir su actitud, reproducir el complicado recorrido hasta esa calle que puede poner un punto difícil o una flecha en su vida, «Usted se encuentra aquí», es este microrrelato de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951), reportero, narrador, articulista de éxito siempre y hombre de una pieza. A ver qué hay todavía en esa calle que divide, desde principios de este siglo, con una hendidura que solamente nosotros vemos al leerla, el planeta y ese hombre que se ha puesto a pensar. Que tomará una decisión. Puede que gracias a nosotros. O a pesar de nosotros. Un hombre anónimo y lúcido que es casi todo el género humano en esa calle.

*****

Cruce, de Arturo Pérez-Reverte

Cruzaba la calle, cuando comprendió que no le importaba llegar al otro lado.

—————————

El País Semanal, n.° 1.246, 13 de agosto de 2000

4.7/5 (152 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

6 Comentarios
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
basurillas
basurillas
1 mes hace

Se llamaba Jhon y cruzaba Abbey Road.

ricarrob
ricarrob
1 mes hace

Por mi parte le veo a esto dos perspectivas diferentes. Por un lado es intentar reconstruir una historia hacia el pasado del cruzador de calles y hacia su futuro. Completar la aventura vital que ha evocado en nosotros con su “comprendió que no le importaba”. Todo un mundo de posibilidades al respecto si no conocemos nada más, el contexto que se dice ahora y que está tan de moda. Todo, absolutamente todo es contexto hoy en día. Quizás lo pusieron de moda los políticos cuando ante declaraciones públicas intempestivas siempre dicen: “está tomado fuera de contexto”. Por eso, todos ellos son unos verdaderos h… de p…, dentro de todos sus posibles contextos.

Elucubrando, quizás don Arturo se refiera a Gaudí a punto de ser atropellado por el tranvía. Sin importarle.

Este punto de vista que menciono es un intento de objetivar la subjetividad de don Arturo, cosa harto imposible. Porque, además, nuestro intento objetivador va a estar siempre impregnado de subjetividad. La historia de la filosofía está llena a rebosar de este intento de dilucidar y esclarecer lo subjetivo y lo objetivo. Siglos de darle al magín para no llegar a ninguna conclusión. Como ahora mismo el nuevo Pasmado no es capaz de completar la historia, no es capaz de darle al magín y no para de darle al Mazón. Pobrecillos. Deberían leer esta frase de don Arturo.

Otro punto de vista es el puramente subjetivo. Nada de intentar completar la historia del viandante. Es lo que a mí me evoca esta frase, es la magia del escritor, del buen escritor. Porque, a mi edad provecta, ¿cuántas calles he cruzado sin pensar, sin importarme? ¿Cuántas he dejado de cruzar por falta de decisión? La metáfora de cruzar la calle me evoca sentimientos encontrados y un repaso a acontecimientos ya pasados pero siempre presentes. ¿Cuántas calles debería haber dejado de cruzar? ¿Cuántas otras debería haber cruzado? El saldo de una vida es eso: las calles que hemos cruzado y las que no. La dualidad entre cobardía y valentía. La reconstrucción siendo ya viejos de lo que podría haber sido si hubiéramos cruzada aquella calle o qué habría pasado si no hubiéramos cruzado aquella otra. Porque, siempre hay alguien esperándonos al otro lado de la calle incluso después de haber transcurrido el tiempo. El misterio del tiempo siempre presente, con un pasado y un futuro flexibles como diría María Zambrano.

Y hay calles que nos vemos obligados a cruzar todos, nos importe o no nos importe hacerlo. Sin saber qué nos espera al otro lado. Quizás en esa calle, nada nos espera. El vacío.

Porque, tal como me he referido a los que tenemos ya una edad, estamos a punto de cruzar nuestra última calle. La última calle…

Hacer magia con una sola frase. Ese es el privilegio de un buen escritor. Evocar. Despertar nuestros recuerdos, nuestro inconsciente, nuestra vida.

Lo de menos es la reconstrucción en pasado y en futuro de la historia. Aunque también es un ejercicio mental en el que también está implícita nuestra subjetividad.

La última calle…

Saludos a todos.

Manuel Queimaliños Rivera
Manuel Queimaliños Rivera
1 mes hace
Responder a  ricarrob

Tanto camino hace desaparecer la magia. Pero se agradece.

Antonio
Antonio
1 mes hace

-Encontrado el camino del que había salido, supo que estaba en el mismo sitio escrito en la otra parte.
No fue la casualidad, es redondo.-

Mi respeto a reverte, iniciando con mi gratitud al leerle con un micro también.

Inspirador y de lo mejor que tenemos en la lengua. Y que hemos tenido.

Un saludo.

basurillas
basurillas
1 mes hace

Anda que si estuviese el cruzador en una piscina olímpica…

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
1 mes hace

Hemingway se inspiró en James Joyce cuyo Ulises está protagonizado por Leopold Bloom, un corredor de avisos en la prensa escrita de Dublín, Irlanda; Joyce se inspiró en El Lazarillo de Tormes de Fray Juan de Ortega, cuyo protagonista es un pregonero en Toledo. Todos narradores, porque contar historias está en el origen de la civilización.