Una familia viaja en automóvil a la playa. El trayecto es largo, el tiempo caluroso y el espacio que deben compartir los cuatro hermanos en la parte de atrás del coche, limitado. La hija mediana rememora la infancia mientras el coche avanza por el asfalto caliente del verano.
En este making of Inés Bortagaray cuenta la genesis de Prontos, listos, ya (Las Afueras).
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El origen de Prontos, listos, ya está en un texto nacido en el taller de Mario Levrero. Yo iba al taller. Fui, intermitentemente, entre 1999 y 2001 (la amistad fue más larga, y duró hasta su muerte, en el año 2004, aunque decir esto es inexacto, porque es ciertamente discutible que la amistad termine cuando muere uno de sus protagonistas, una sigue conversando con los seres queridos, la conversación continúa). En ese periodo surgió una colección de libros llamada “de los Flexes Terpines”. Mario Levrero dirigió esa colección de libros que se vendieron exclusivamente por suscripción. Fueron catorce títulos de libros pequeños, preciosos, de papel y tapa rústicos. Uno de ellos fue mi primer libro. Se llamó Ahora tendré que matarte. Varios de esos textos habían nacido en ejercicios del taller. Uno contaba la relación con una amiga querida, que había tenido que irse de la ciudad porque a su papá, un ingeniero inglés, lo habían mandado a Pakistán a trabajar en una represa. Eva, la hija de un inglés y de una argentina, en tiempos de la Guerra de las Malvinas, se iba a vivir muy lejos. Eva y su familia peregrina.
Prontos, listos, ya no empieza con Eva, pero contiene a Eva. Entendí que ella y el retrato de esa amistad íntima en los días previos a la despedida eran parte de un pensamiento dado a las digresiones, parte de un relato que debía enunciarse desde la infancia. Que esa voz perteneciera a una niña en medio de un viaje familiar rumbo a un balneario, que va apretada en el asiento de atrás de un auto demasiado chico para tanta gente, una niña que debe pelear con sus hermanas y su hermano para obtener lo que quiere (la ventanilla) y que sabe que debe contener la náusea, pero que el vómito será inevitable, resultó natural. Porque esa voz, que guía todo este trayecto, necesita contar quién es, o necesita contar de qué es capaz, o, por lo menos, trazar las coordenadas de su repertorio de gustos, aficiones, odios e inquietudes. Y esa es la historia. Ese trayecto caliente y apelmazado, y la deriva del pensamiento, mientras afuera se suceden los postes y adentro suena una radio mal sintonizada. No tuve que trabajar para adoptar esos modos, esa respiración, o un lexicón infantil que se acomoda en los usos y costumbres de los ochenta en Uruguay, porque la verdad es que la infancia para mí está muy a mano.
Hoy, tal vez, el testimonio de un viaje de varios centenares de kilómetros que se hace observando por la ventanilla o contando postes resulte, para quienes tenemos hijos chicos, en edad de pelear en el asiento trasero de un auto, un compendio de pasado o de pura nostalgia. Pero yo, que ahora en el asiento de adelante, dos por tres hago viajes largos con dos niños que preguntan a cada rato cuánto falta para llegar, creo que aunque muchas cosas han cambiado hay algo importante que perdura: el paisaje a través de la ventanilla, el traqueteo, las curvas y los repechos, modulan el pensamiento, van aplacando apuros e impaciencias. A veces hasta barren la ilusión de que alguna vez habremos de llegar, porque parece como si desplazarnos fuera, para siempre, nuestro destino. Como las nubes.
Prontos, listos, ya es un libro que ha viajado y que me ha hecho pensar en algo que posiblemente sea muy obvio, pero que yo no había pensado antes: hay menos recuerdos que personas. Muchas personas compartimos memorias. Esta historia, hecha de memoria e imaginación (que es casi decir lo mismo), o hecha de verano, infancia y desasosiego, no es mía. Yo la escribí o le di forma, pero es de quien la lea y que acaso, en el camino, evoque sus propias expediciones.
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Autora: Inés Bortagaray. Título: Prontos, listos, ya. Editorial: Las Afueras. Venta: Todostuslibros.


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