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Cuentínimos

Ilustración: Miguel Repiso, Rep

Había una vez un diplomáximo mexicano que escribía cuentínimos. Se llamaba Jorge F. Hernández y era divertido, inteligente y generoso, tanto que veces quería abarcarlo todo, aunque su figura enorme y redonda como un balón de fútbol pensado para los dioses le impedía entrar por ciertas rendijas imposibles para él, como el aburrimiento, la apatía o la mala literatura. Por eso, cuando el mundo tuvo que encerrarse ante la amenaza de un extraño virus, al diplomáximo, escritor de vocación, no se lo pensó dos veces y para ayudar a sus congéneres a sobrellevar el raro confinamiento que padecían, se puso manos a la obra y empezó a compartir cada día un cuentínimo, como bautizó a esas pequeñas obras en honor del maestro Efraín Huerta, quien había creado los poemínimos. Nacidos con la chispa de la literatura instantánea a partir de chismes, chistes o para honrar la memoria de algún ser querido del autor —entre los que figuran Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar y su Lichi—, los cuentínimos, que el diplomáximo grababa para leerlos a diario en sus redes sociales, llegaron a oídos del dibujante Miguel Repiso, Rep, en Buenos Aires, y éste de inmediato le propuso hacer una serie ilustrada que el próximo mes de agosto publicará el sello mexicano Minerva Editorial bajo el título de Cuarentínimos para la cuentena. He aquí un botoncito de muestra, titulado “La custodia”: “Dicen que todas las noches la bibliotecaria cierra Moby Dick para que no se moje la alfombra; guarda el Quijote para que no deambule por ahí don Alonso, y luego pone en su caja las Cartas de Cortés y el mamotreto de Bernal Díaz del Castillo para que cesen los gritos. La bibliotecaria recoge las gafas de cualquier Quevedo; revisa que el Dante esté apagado; cierra todas las puertas del Madame Bovary e impregna de insecticida La Metamorfosis de Kafka.” Como bien dice el diplomáximo: “El cuento es de quien lo trabaja”.

SALIÓ RANA

"Cabreadísimo, Taibo II le dio a Montt quince días para romper los contratos con las empresas de marras"

A Paco Ignacio Taibo II se la han jugado en Colombia. Según una investigación de la Liga Contra el Silencio de ese país y de la organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), “basada en el testimonio de una decena de fuentes y en una amplia documentación” compartida en un comunicado, el escritor Nahum Montt —quien había asumido la dirección de la filial del Fondo de Cultura Económica en Colombia el 4 de abril de 2019, como parte del equipo de nuevos titulares que Taibo II, en su calidad de director general de la editorial estatal mexicana, puso al frente de las ocho sucursales que el FCE tiene en América y España— se valió de su cargo para favorecer a su hijo, Germán Montt, quien era accionista de tres empresas que ofrecieron a la filial servicios tan diversos como asesoría para hacerla rentable, administración del estacionamiento y manejo de distribución y almacenamiento de libros, por todo lo cual se les pagaba un millón de pesos mexicanos al mes (unos 40 mil euros al cambio). El propio Taibo II, quien aseguró tajante que el problema ya está resuelto, admitió el chanchullo de su ya excolaborador y narró que en la filial abierta en Bogotá desde 1975, la cual cuenta con el Centro Cultural García Márquez, uno de los más grandes que tiene el FCE en el extranjero, se pagaron durante meses grandes sumas de dinero a unas empresas por servicios que no lo valían y gastos absurdos. “Así de feo”, reconoció el escritor, quien aclaró sin embargo que ya no hay forma de recuperar el dinero, porque no hubo ilegalidad, pues “no se encontraron motivos para perseguir a esas empresas, pero sí para liberarnos de ellas”, añadió. Cabreadísimo, Taibo II le dio a Montt quince días para romper los contratos con las empresas de marras; no le aceptó su renuncia hasta que finiquitara los contratos, y acordó la devolución de los gastos que Montt hizo con la tarjeta de representación, reteniéndole parte sustancial de su salario. Paco espera ahora a que pase la crisis de la pandemia para reestructurar la filial. Pero tendrá que tener mucho ojo con el resto de filiales, porque la verdad es que parece que ni existen, aunque seguro que en ellas todos cobran como si hicieran mucho.

EL TESTAMENTO LITERARIO DE DANIEL LEYVA

"Como coinciden quienes lo han leído, todo en la literatura de Daniel Leyva es un juego, en el sentido más estricto del término"

Se puede decir que la historia la empezó a escribir desde los años 70 del siglo pasado, durante sus años en París, la ciudad a la que el escritor Daniel Leyva llegó muy joven y donde se quedó por más de una década. Fue una ciudad que lo acompañó a lo largo de su vida literaria, que despuntó definitivamente en 1976, cuando su poemario Crispal le hizo merecedor del Premio Xavier Villaurrutia. Leyva falleció a los 70 años en octubre del año pasado, pero cuatro años antes había comenzado la que es su obra póstuma, el libro de poemas Divertimento, que circula en México desde marzo coeditado por Ediciones Sin Nombre y Producciones Delba. Construido a partir de endecasílabos coincidentes, este poemario es la continuación de aquella historia parisina de los 70, con un personaje de ficción que, según Amelia Becerra Acosta, su esposa, tiene mucho de él. Leyva, amante de los juegos, la precisión y la disciplina literarias, comienza esta obra casi con los mismos versos que aquella germinal del año 76: «Pensé en suicidarme esta mañana / pero cuando salí a la calle y sentí el frío / decidí aguantar una semana más». Este libro y su novela Administración de duelo S. A. (Alfaguara), que sí publicó en vida, son una especie de testamento literario de su autor, ya que escribió ambas obras al mismo tiempo a pesar de que, a raíz de una enfermedad, le habían dicho que solo viviría tres meses. Leyva —autor de novelas como Una piñata llena de memoria, El cementerio de los placeres o El espejo equivocado, y de la antología de prosa breve mexicana El vuelo del colibrí— fue un hombre vital, que vivió sus últimos años gozando, creando, viajando y jugando, sin recluirse ni deambular por salas de espera y hospitales más de lo necesario. Como coinciden quienes lo han leído, todo en la literatura de Daniel Leyva es un juego, en el sentido más estricto del término, porque le interesaba jugar con la estructura de las historias, pero también con el lenguaje, y siempre partía de un convencimiento: “Una buena historia contada con las palabras inadecuadas puede ser banal; una historia banal contada con las palabras adecuadas puede ser sensacional”. Amén.

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