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De la Ilustración hasta Houellebecq

De la Ilustración hasta Houellebecq

Si fuese cierto que la etimología de Pirineo procede del término griego pyros, «fuego», y fuese también cierto que dicho término se debe a un incendio tan grande que llegó a fundir las vetas de oro y de plata de esas montañas, diría que fue una pena que éstas no acabasen de arder hasta desaparecer completamente. Cuán diferente hubiese sido la historia de Europa si ese muro de piedra no hubiese impedido que las ideas circulasen libremente por esa nueva Mesopotamia que habrían flanqueado el Dordoña y el Ebro (si no el Loira y el Guadalquivir, puesto que soñar es gratis).

No se trata de una mera fantasía de afrancesado. También el norte de Europa hubiese salido ganando. De un lado, la Península no habría quedado tan aislada tras el Concilio de Trento. ¿De qué hubiera servido que en 1559 se prohibiese —como de hecho se hizo— realizar estudios universitarios en el extranjero? Del otro lado, los cátaros y los protestantes franceses habrían podido escapar de la cruzada albigense y de la noche de San Bartolomé, y los libertinos y los ilustrados, que fueron mucho más perseguidos de lo que suele decirse, habrían hallado refugio entre sus hermanos del sur.

Creo que no exagero cuando digo que aquel que lea Palabrería de lujo. De la Ilustración hasta Houellebecq (2021), de Toni Montesinos, sentirá por unos instantes que esta utopía es cierta. En sus más de cuatrocientas páginas descubrimos o recordamos con un estilo trepidante y fastuoso a los más importantes escritores de la literatura francesa de los últimos tres siglos. Pero no se trata de una simple historia de la literatura francesa (como si ese proyecto pudiese ser simple), se trata de un ensayo, de un diálogo, de un anecdotario y también de una excelente guía de lectura, puesto que el autor comenta y compara las mejores ediciones y traducciones, y exhibe un conocimiento profundo y vertiginosamente actual de las principales corrientes críticas y académicas.

Una de las principales virtudes del libro es su apertura a todo tipo de estilos, ideas e ideologías, sin que por ello deje de oírse la voz del autor, que se erige en un interlocutor que derrama, como diría Descartes, el menos común de todos los sentidos, que es el sentido común. Su espíritu omnívoro es a la vez hedonista y respetuoso, de modo que no agobia al lector, ni busca impresionarlo, ni trata de atraparlo, sino simplemente abrirle su apetito de aprender y de leer.

Lo cierto es que resulta prácticamente imposible soltar el bolígrafo, pues no hay párrafo que se deje leer sin exigir algún tipo de anotación. Sólo diré:

Que Voltaire llamó a Diderot pantophile, pues se enamoraba inmediatamente de cualquier tema que empezaba a estudiar.

Que los escritos de Friedrich Melchior Grimm apuntan a que “el otro gran factor, aparte de la filosofía, del Siglo de las Luces fue la frivolidad”.

Que “Charlotte-Sophie d’Aldenburg, que nunca estuvo en París, no por ello fue menos francesa”.

Que Lord Chesterfield escribió unas Cartas a su hijo que deseo leer.

Que los arranques de ingenio de Antoine de Rivarol, conocidos como “rivalorianas”, fueron recogidos por un admirador en un libro titulado Pensamientos diversos.

Que es necesario que releamos la genealogía del conocimiento que D’Alembert realizó en el “Discurso preliminar” de la Enciclopedia.

Que Madame de Tencin, la madre biológica de D’Alembert, al que abandonó nada más nacer, escribió una serie de novelas de espíritu libertino.

Que D’Alembert tiene una Historia de la destrucción de los jesuitas (1765), que publicó bajo seudónimo, por consejo de Voltaire.

Que las últimas palabras de Julie de Lespinasse, que tanto influyó en D’Alembert, fueron: “¿Todavía vivo?”

Que la esposa de Jean-Jacques Rousseau dijo que un filósofo “es un loco que se atormenta toda su vida para que se hable de él cuando ya no esté”.

Que La nueva Eloísa de Rousseau, con sus más de cien ediciones entre 1761 y 1800, supuso la dignificación de un género literario tan denostado como era la novela, de modo que la gran novelística del siglo XIX no puede explicarse sin dicha obra.

Que Condorcet escribió su Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano durante los cinco meses que logró esconderse de Robespierre, en casa de Madame Vernet.

Que Chamfort intentó suicidarse sin éxito en varias ocasiones, hasta que finalmente lo logró.

Que quiero leer el libro de Mario Verdaguer, titulado Las mujeres de la revolución (1932).

Que el pene de Napoleón I acabó siendo subastado como reliquia.

Que el tema del Adolphe de Benjamin Constant es que “en la vida la gran cuestión es el dolor que causamos.”

Que Chateaubriand rechaza la moda melancólica que Rousseau inauguró, y que luego el Werther de Goethe transformó en una verdadera oleada de suicidios.

Que Madame de Staël tiene escrito un texto titulado De la influencia de las pasiones en el que distingue entre la felicidad “deseable” y la felicidad “realizable”.

Que Stefan Zweig dijo que Balzac fue capaz “de colocar al lado del cosmos terrestre otro cosmos completo de su entera creación”.

Que Eugène-François Vidocq, ladrón y policía, y autor de unas trepidantes Memorias, inspiró a Victor Hugo a la hora de construir a los dos protagonistas de Los miserables: Jean Valjean y el inspector Javert.

Que, según dice Edmond Goncourt, en su Diario, el marqués de Sade “es el espíritu de la Inquisición, el espíritu de la tortura, el espíritu de la Iglesia medieval, el horror a la naturaleza… ¿No observan ustedes que no hay ni un animal ni un árbol en Sade?”

Que en la represión de la comuna de París de 1871 fueron ejecutadas unas 30 000 personas (según Henry Kamen, en sus cuatro siglos de vida, la Inquisición española mató a unas 3000 personas).

Que Flaubert escribió unos “pensamientos escépticos” a los dieciséis años.

Que el mismo Flaubert dijo en una carta de 1862 que Madame Bovary era “un amplio espejo reflejando el género humano cogido in fraganti un día señalado de su vida infinita”.

Que Flaubert leyó a Montaigne la noche que pasó velando a su hermana muerta.

Que pocos meses antes de suicidarse, como Primo Levi por no haber podido soportar su paso por un campo de concentración, Jean Améry escribió una novela titulada Charles Bovary, médico rural, en la que le daba la palabra al sufrido esposo de Emma Bovary.

Que Baudelaire tuvo que pagar una multa de trescientos marcos por seis poemas de Las flores del mal (pero que ese mismo año recibió una beca del gobierno francés de 2500 francos como ayuda para la creación).

Que Dumas hablaba de “los hijos de las doce Españas, que consintieron en formar un solo reino, pero que no consentirán jamás en formar un solo pueblo”.

Que Léon Bloy, el gran fustigador del espíritu burgués de finales del XIX y principios del XX, fue admirado por Rubén Darío, por Kafka, e incluso por Borges, quien lo llamó “especialista de la injuria”; y que sus contemporáneos lo llamaban “el verdugo de la literatura contemporánea”.

Que Verlaine dijo de Rimbaud que fue “plus libre que les plus libres”.

Que Valle-Inclán escribió magistralmente sobre la batalla de Verdún, y que pueden leerse sus artículos en un libro titulado Visión estelar de un momento de guerra: Verdún 1916.

Que la librería parisina Shakespeare and Company fue fundada por un antiguo soldado norteamericano llamado George Whitman cuyo sueño era tener una librería en París.

Que la Nouvelle Revue Française rechazó la publicación de En busca del tiempo perdido alegando que: “Está lleno de duquesas, no es para nosotros.”

Que el biógrafo de André Malraux dice que éste, más que anticomunista, había devenido hostil a la hegemonía de los más fuertes.

Que quiero leer más sobre la fundación de la editorial La Pléiade.

Esto es sólo una pequeña selección de las cientos de pasajes que llamaron mi atención. Pero este libro, como París, no se acaba. Aquellos que hayan leído los excelentes ensayos de Toni Montesinos sobre Whitman o Thoreau no habrán necesitado llegar hasta aquí. Aquellos que estén oyendo hablar por primera vez de su obra no se equivocarán si piensan, como el Rick de Casablanca, que este puede ser el inicio de una gran amistad.

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Autor: Toni Montesinos. Título: Palabrería de lujo: De la ilustración hasta Houellebecq. Editorial: Subsuelo. Venta: Todostuslibros

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