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Desclasarse o crecer

Desclasarse o crecer

Hay una palabra que nunca, jamás, relacionaríamos con un futbolista adolescente fichado por un gran equipo. Puro prejuicio, supongo. Aun así. “Introspección”. La capacidad de mirarse y contarse. Asumimos que un chaval que juega bien al fútbol y empieza a ganar pasta es sinónimo de chulería, videojuegos y nada. Pero es mucho más importante, más definitorio, más compartido, lo que no vemos: la presión, el miedo, los sueños ajenos peleándose con los propios. Porque el futbolista adolescente que retrata (y fue) Valentín Roma es un chaval de barrio, que está ganando en Madrid mucho más que su padre en la fábrica de Barcelona. ¿Es su sueño, entonces, o es la venganza de otros, su rebelión en cabeza ajena contra un destino de clase?

Es importante, claro, entender que Valentín Roma es Doctor en Historia del Arte y Filosofía, profesor de Teorías Artísticas Contemporáneas en la Universidad de Barcelona, y más. Es importante, claro, entender que el don de unas piernas rápidas, una visión de juego, un toque excepcional, no tiene por qué ser incompatible con la curiosidad intelectual, la reflexión social, la capacidad crítica.

Eres un mierda y un galerías. Así llamábamos entonces a los que exageraban sus gesticulaciones.

Nosotros, como público, los llamamos cosas peores: narcisistas, niñatos. Y nos creemos mejores. Ellos dan patadas, nosotros pensamos. ¿Seguro? El libro de Valentín Roma demuestra que no. Que la estadística es lo que tiene: hay pensadores en todos lados, y brutos, desgraciadamente, también en todos lados.

Si quiero que me acepten debo aprender qué significa el silencio, cuánto puede unir y por qué en ocasiones hay que romperlo.

Este futbolista adolescente aprende desde pequeño a mostrarse distinto en su casa (que es un barrio de la periferia de Barcelona), en el pueblo de sus padres (donde no le dejan jugar al fútbol por miedo a la envidia, a que le partan, por joder), en la cantera madrileña a la que emigra. Aprende que en cada lugar hay unos códigos para no destacar, pero que ningún código le define.

…vivo en el interior de un fabuloso desacierto, hablando por boca de otros, cambiando de convicciones ante la menor presión según quien sea el oyente. «De la mentira, comerás; de la verdad, ayunarás».

En la España que estrena Transición, este chaval se sabe un chico de clase baja con un talento con el que todos sueñan.

…un sentido común del honor, la retórica y el resentimiento… 

Una clase y un talento que le otorgan una responsabilidad: él puede desclasarse y desclasar a su familia. Él puede salir, pero…, ¿a dónde y a qué precio?

Hoy creo que aquellas semanas me inocularon el virus de la soberbia y la tergiversación, que tras aquellos días me convertí en un canalla.

Chavales que viven fuera de sus casas, con otros como ellos, de cualquier pueblo, ciudad o clase social, con los que solo comparten la soledad, el estrés y el filtro. “No todos llegaréis, no todos llegan”. Chavales con miedo a los que se empuja al individualismo y a la soberbia. 

…si tienes remordimientos pronto se te considera un afeminado o un filósofo.

Y, ahí, en ese entorno, espoleado por la inquietud, por el sexo, por las hormonas, nuestro futbolista adolescente pelea por ser él mismo hasta cuando sale al campo.

Siempre salgo el último, más que una manía se trata de una «posición metafísica», con ello noto que hay ciertas imágenes clausurándose a mis espaldas, ideas que solo se certificarán si yo soy quien las cierro.

Un verano, un día cualquiera decide dejarlo a pesar de que es perfectamente consciente de que está en tránsito.

Me alejo de mi clase social porque triunfo jugando al fútbol y porque gano el triple que mi padre. Porque se me permite albergar ‘inquietudes existenciales’, y porque en ellas deposito un yo verdadero, misterioso y siempre a punto de ser alcanzado.

Los caminos del desclasamiento, dice, son múltiples, inescrutables, y hasta es posible un desclasamiento del desclasarse. Porque cuando lo deja, lo deja todo. Estaba pensando demasiado, quizá.

¿Cuando miran ven lo mismo un burgués y un proletario? ¿Se emocionan de idéntica manera y ante una misma obra de arte opresores y oprimidos?

Da igual. Lo dejas y al día siguiente no pasa nada. Nadie te llama, nadie te persigue. Ya no eres un futbolista. Eres un tipo que pelea por ser él mismo en un mundo donde a nadie, tampoco a los no futbolistas, le resulta cómoda y rentable la introspección. Muchos rehúyen esa pelea, otros la afrontan y Valentín Roma, encima, la cuenta: ha elegido crecer. Gracias.

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Autor: Valentín Roma. Título: Retrato del futbolista adolescente. Editorial: Periférica. Venta: Fnac

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