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Desde la Ciénaga con amor: los caballos lentos de Jackson Lamb

Desde la Ciénaga con amor: los caballos lentos de Jackson Lamb

Los caballos lentos de Jackson Lamb siguen galopando. Con Apple lanzada a producir una temporada tras otra de la serie protagonizada por Gary Oldman (con la reciente luz verde a la quinta, anunciada a primeros de 2024, habrá cinco en poco más de dos años), Slow Horses se va configurando y asentando como uno de las grandes lugares felices del aficionado al género de espías. La serie permite un somero análisis basado enteramente en tópicos británicos sin perder su carácter lúdico, su humor y su apuesta decidida por la acción física, como si el relato de las operaciones de estos espías fracasados o caballos lentos no eximiera de bajar al barro, sino justamente al contrario.

"Cada trama funciona, lo tenemos comprobado, como un crescendo que convierte sus desenlaces en exhibiciones de acción"

Pero hablábamos de tópicos británicos. Porque como ocurre con el nuevo y disfuncional Smiley de Le Carré recreado no por casualidad por el mismo Gary Oldman, todo en ella funciona con una precisión británica, una precisión y sofisticación argumental que sin embargo no se avergüenza de complementar sus complicaciones con acción a granel. Cada trama funciona, lo tenemos comprobado, como un crescendo que convierte sus desenlaces en exhibiciones de acción en las que Herron, o el showrunner Will Smith, no ocultan su amor por el relato de aventuras. De acción acción, sin rejuvenecimientos o actualizaciones estéticas: hay más de la Jungla de Cristal original de John McTiernan en esta serie (con esos planos holandeses en las temporadas del director Jeremy Lovering) que en toda la filmografía americana reciente del desaparecido género en la última década y media, sin ornamentos a lo Guy Ritchie o desproporciones de FX digitales.

Fundamentada en sus personajes y arcos sencillos pero claramente definidos, cada temporada de Slow Horses funciona como un largometraje extendido desprovisto de relleno o melodrama. Un artilugio de confabulaciones secretas que va dibujando un mapa de las alcantarillas del servicio británico, de su ordenada amoralidad, y que va adquiriendo velocidad según transcurren los seis capítulos de cada de sus temporadas. Temporadas en la que no todos los protagonistas salen vivos (lo que incrementa la tensión) y en la que Herron se divierte recreando el organigrama nacional y el devenir político y corporativo de la Pérfida Albión sin permitirse un segundo meramente instructivo o de indulgencia narrativa.

Slow Horses es, también, una serie profundamente social en términos puramente británicos. Redefiniendo la noción de éxito y triunfo de una sociedad moderna, de honor adscrito al rancio abolengo anglosajón (¿se acuerdan de los trajes de Kingsman, otra joya sobre lo rebelde de la tradición?), estos espías fracasados de las corralas populares son los nuevos caballeros de la Mesa Redonda británica. Héroes populares de la vieja estirpe obligados a servir a su país y soportar su condición de títeres de unas clases superiores que habitan los despachos del MI5, lo bastante malencarados para generar cierta dosis de comedia negra políticamente incorrecta y adecuadamente británica. Subversión aparente de clichés pero para reforzar la tradición.

"Que Oldman y Scott Thomas convivan en ocasiones en el mismo encuadre explorando las dobleces de sus personajes ya otorga a Slow Horses la categoría de nuevo clásico televisivo"

Por eso su castillo es la Ciénaga, un desvencijado y anónimo edificio en el barrio de Finsbury, entre un restaurante chino y un quiosco de alquiler de DVD, de paredes amarillentas y mesas desordenadas. Su líder no es un rey de exquisita barba y brillante corona sino Jackson Lamb, un espía caído en desgracia que no se lava el pelo, luce una apestosa gabardina y que hace de los reflujos gástricos una forma de expresión. Su ambigua matriarca es Diana Tarverner, una burócrata trepa a la que Kristin Scott Thomas presta su porte aristocrático y que podría representar el único suspiro de decencia del viejo régimen. Que Oldman y Scott Thomas convivan en ocasiones en el mismo encuadre explorando las dobleces de sus personajes ya otorga a Slow Horses la categoría de nuevo clásico televisivo.

Todo en la serie, y el desenlace de su tercera temporada sobre todo, dispara a las nociones de idealismo y continuismo británico, un enfrentamiento entre burocracia y realidad, traicionera pero humana metodología de espionaje e impersonal tecnología, que refuerza la tradición de un género desde los márgenes de la ironía. La tensión y el nervio se palpan en cada temporada de los Caballos Lentos, el sentido del humor se hace constante y refuerza el suspense y el mensaje. Los seis capítulos que componen cada temporada aprietan y exprimen el material sin que el hilo se pierda o la tensión disminuya. Una joya.

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