«Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad». Esta frase de Sir Arthur Conan Doyle podría entenderse como una muestra más de su necesidad de creer en lo inexplicable. El «padre» de Sherlock Holmes y de la lógica detectivesca en la ficción dedicó gran parte de su vida a perseguir fantasmas, mesas parlantes y hadas. Su búsqueda fue más que un mero pasatiempo: se convirtió en una obsesión sostenida por una fe ansiosa de pruebas. Perseguía lo invisible, no para desmentirlo, sino para confirmarlo, como quien necesita palpar el aire para convencerse de que respira.
Así arranca La belleza del fantasma, publicado por Eolas Ediciones, un ensayo breve y sugerente —sutil como los espectros que se insinúan y dejan volar nuestra imaginación—. El libro de Eudave se presenta dentro de la colección «La Belleza»: ensayos narrativos en pequeño formato, pero extensos en prodigios, acerca de jardines, escritura, infancia… Todos unidos por una particular forma de ver el mundo a través de lo bello. Porque, según anuncia la frase-insignia de John Keats que acompaña todos sus títulos: «La belleza es verdad y la verdad belleza. Es todo lo que necesitas saber en la tierra». Siguiendo esta premisa, Eudave no nos ofrece un tratado sobre lo paranormal, sino una exploración íntima y literaria de eso que llamamos «fantasma».
Como lectora, ya conocía a Cecilia Eudave por otras de sus obras —entre ellas su novela Bestiaria Vida y el libro de microrrelatos Microcolapsos, publicados también en Eolas—. En todas, se mueve con destreza en territorios donde lo real se desdobla y abre una grieta, tarde o temprano, hacia lo fantástico. Esa manera de mantenernos siempre en vilo, al borde de lo imposible, vuelve a estar presente aquí, pero de una forma un tanto distinta: no se trata de la narración sostenida de una ficción, sino casi de un dietario espectral, un cuaderno de apuntes donde cada reflexión, como un destello, ilumina un aspecto distinto de lo fantasmal, lo insinúa.
Eudave escribe con la ligereza de quien abre ventanas: de pronto entran Emily Dickinson, Juan Rulfo, barcos fantasma, desaparecidos políticos o incluso inteligencias artificiales. Así desfilan memorias personales y ecos literarios: Dickinson y su cercanía con lo inasible; los desaparecidos políticos que se vuelven presencia obstinada; los barcos fantasma que surcan mares eternos; Pedro Páramo como raíz de una genealogía mexicana de los espectros. Pero también hay espacio para fantasmas más contemporáneos: las figuras virtuales que habitan en las redes, las inteligencias artificiales que nos podrían devolver voces y rostros ausentes. Sin embargo, lejos de la acumulación de nombres y datos, lo que sostiene el ensayo es una voz íntima, que insinúa más que expone y se deja atravesar por los espectros como por corrientes de aire. Sus páginas se leen como fragmentos de un diario y, al mismo tiempo, como pequeños microrrelatos, muy al estilo Eudave: retazos que condensan la intensidad de lo invisible en unas pocas líneas.
En esta visión de lo espectral, los fantasmas, como es natural, no solo asustan: acompañan, insisten, sostienen. Son la forma que adopta el recuerdo cuando se niega a desaparecer pero también representan deseos, lugares y, sobre todo, historias. Anécdotas que, junto a las reflexiones, se combinan en los doce breves capítulos del libro. Como la historia del «tercer hombre», una figura de esperanza que según nos cuenta podría aparecer en situaciones límite —un accidente, una catástrofe— para sostenernos. No todos lo ven, solo quien atraviesa el trance. Es un fantasma en positivo: la presencia que salva, la mano que se tiende en la oscuridad. Esa inversión de la figura espectral —del miedo a la ayuda— revela la amplitud con la que Eudave aborda los fantasmas, esas criaturas que nos proporcionan una inspiración infinita.
La clave de este ensayo —además de «la belleza» si seguimos el propósito de la colección—, diría que radica en la combinación de lo íntimo y lo cultural, lo literario y lo cotidiano, lo clásico y lo tecnológico. Eudave no intenta definir al fantasma, sino desplegarlo en algunas de sus posibles formas y hablar de la vida misma a través de su figura. Y así nos ofrece destellos de su naturaleza, que es también la nuestra. Quizá no se trata de creer o no en lo espectral, sino de aceptar que su belleza consiste en permanecer junto a nosotros, aunque sea en forma de sombra, y funcionar como metáfora del paso del tiempo, la melancolía, lo desconocido… y de nosotros mismos. Tal y como la propia Eudave nos dice: «Los cazamos, los narramos, los estudiamos, los necesitamos. ¿Por qué? Porque el mundo no podría vivir sin fantasmas, aunque les tema, los exorcice, los rechace o los quiera crear». De una forma u otra están ahí, los necesitamos. Y al llegar a la última página, me pregunto si la verdadera belleza de lo espectral son será recordarnos que nunca estamos solos del todo.
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Autora: Cecilia Eudave. Título: La belleza del fantasma. Editorial: Eolas. Venta: Todos tus libros.


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