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Diferentes formatos, un mismo escritor

Diferentes formatos, un mismo escritor

Recuerdo una charla de mi añorado Francisco González Ledesma en la que repasaba su etapa como escritor de bolsilibros. Contaba, por ejemplo, que en una ocasión se fue la luz de todo el vecindario y él subió a la azotea con su máquina de escribir para terminar la novela a la luz de la luna llena. Los plazos eran ajustados y había que cumplir, ser rápido no solo de mente, sino también escribiendo y entregando. Eran otros tiempos. Luego siguió hablando de su etapa de novelista de éxito y de periodista, y de la gran diferencia que había entre esos trabajos.

Porque ser escritor no solo significa poner una letra detrás de la otra, sino adaptarte a diferentes formatos, estilos, lenguajes y medios.

En mi caso me dedico principalmente a la novela negra. Por regla general tengo una estructura terminada y me puedo dar el lujo de ir modificándola sobre la marcha. Si no tengo plazo de entrega, incluso me recreo en algunas partes, alargando unas tramas, recortando otras, siendo más introspectivo cuando toca, más visual en escenas de acción y descripciones, expandiendo un segundo durante dos páginas o resumir tres años en cuatro líneas. Las opciones son infinitas cuando estás ante el papel en blanco.

No hay límite de extensión más allá del que marque la historia. Nunca mires atrás tiene apenas 150 páginas, mientras que Los señores del humo alcanza las 550. Normalmente me oriento más por las palabras, y la media suele ser de unas 90.000, que editado corresponde a unas 300 o 400 páginas, dependiendo del tamaño de letra, márgenes, etc. Es, como digo, mi zona de confort.

"Cuando cambias de formato también cambias la forma de escribir"

Hay una excepción en todo este asunto: La última palabra de Juan Elías. Esta novela continuaba la serie de Mediaset Sé quién eres, lo cual supuso un reto. Por un lado, me encontré con personajes ya creados, cada uno más amoral que el anterior, y con todas las tramas cerradas al final de la temporada. No se trataba de una adaptación al uso y tuve que idear toda la historia desde cero a partir de unos pocos cabos sueltos. Por supuesto, el libro tenía que estar preparado para cuando acabara la serie, así que el plazo para escribirlo fue muy escaso. En 21 días lo terminé y pienso que es de mis mejores trabajos. Tenéis todos los detalles en este artículo.

Cuando cambias de formato también cambias la forma de escribir. A día de hoy, tengo publicados dos audiolibros en plataformas tan potentes como Storytel y Audible. Hace un tiempo ya escribí un artículo en Zenda sobre este tema, así que para no repetirme diré que el formato lo condiciona todo. Al escribir debes ser más evocativo, mucho más visual, intentar que en los diálogos no hablen más de dos personajes porque si no puede ser un lío para el oyente. En el caso de Doula además me pidieron que fueran diez partes de unas 10.000 palabas aproximadamente, lo que luego se tradujo en una hora por episodio. La libertad del escritor sigue existiendo, pero también juega un papel fundamental el oficio para medir los tiempos y las extensiones de cada parte, sobre todo si quieres que cada final quede en todo lo alto con un cliffhanger de altura. Se trata de un trabajo en equipo, y aunque está todo lo que pusiste, los actores y los técnicos terminan de darle brillo al conjunto.

"Al final, para 90 minutos escribí 90 páginas… que en palabras son unas 25.000. Es decir, una cuarta parte de la extensión de una novela"

Por si fuera poco, también he publicado un cómic, Toxic detective, y tengo más en la recámara. En este caso el guión no es el resultado final, sino una herramienta de trabajo. El dibujante debe saber lo que quieres en cada momento, y al lector solo le llegará la parte dialogada. Al contrario que una factura para Hacienda, aquí hay poco consenso sobre la forma final que debe tener. Está el conocido como “estilo Marvel”, donde se le dan unas pautas al dibujante y luego se escriben los diálogos sobre la página acabada. Yo opté por un guión muy detallado, donde describía lo que ocurría en cada viñeta. Me obsesionan cosas como que las páginas pares estén a la izquierda y las impares a la derecha, por lo que las sorpresas deben ir siempre a la vuelta de hoja. El resultado fue que por cada página de cómic que veía el lector, yo había escrito dos de Word que solo iba a ver el ilustrador. Además, el formato influía enormemente. Era un cómic en blanco y negro en formato francés de 46 páginas, nada que ver con una grapa de superhéroes en formato USA. 46 páginas dibujadas, ni una más ni una menos, que supusieron un guión de casi 100 en Word.

Y, puestos a salir de mi zona de confort, ahora estoy tratando de hacerme un hueco en el cine.

Hace poco salió la noticia de que un guión que he escrito ha sido seleccionado en varios certámenes. Se trata de La mina, una historia de suspense y terror con pocos personajes y apenas un par de escenarios. Y aquí el formato sí lo es todo. Hay unas reglas muy estrictas, o yo al menos me lo tomo así. Si en una novela puedo poner “era un frío día de otoño”, en guión primero especifico que es de día. Si estamos en un interior o exterior y el lugar donde transcurre la escena. Luego viene la descripción, con textos tipo “una fuente congelada con carámbanos de hielo colgando. Las hojas secas cubren el suelo”. Todo visual, que se sepa que es otoño y que hace frío, pero con imágenes. La estructura daría para otro artículo, pero hay manuales muy buenos que hablan de todo esto. Al final, para 90 minutos escribí 90 páginas… que en palabras son unas 25.000. Es decir, una cuarta parte de la extensión de una novela. Del tema de las reescrituras ya debatiremos otro día, porque ahí empieza la locura.

"Escribir es un trabajo, pero el formato lo condiciona todo y toca adaptarse"

Al igual que el cómic o el audiolibro, el trabajo del escritor no es el final ni mucho menos. Un guión es un instrumento de trabajo. Puede que determinadas escenas deban ser cambiadas sobre la marcha, o que algunos diálogos no funcionen como se esperaba y toque modificarlos en el mismo set de rodaje. Tal vez ese día de otoño frío se ruede en pleno agosto y sea imposible falsearlo y tu historia de granizo y nieve se tenga que convertir en otra de surfistas en Mazarrón, o que simplemente el productor obtenga una subvención de Canarias y por contrato parte del rodaje deba transcurrir allí. Ni siquiera el guión se puede dar por finalizado en el montaje, porque ahí es habitual que cambien el orden de escenas, eliminen unas o recorten otras. Y, sin embargo, un buen guión marca la diferencia. Es una locura maravillosa.

Escribir es un trabajo, pero el formato lo condiciona todo y toca adaptarse. Hay compañeros en Zenda más adecuados que yo para hablar de cine, teatro, poesía, televisión, guión radiofónico… o incluso artículos como este, que, por si tienen alguna duda, ronda las 1.200 palabras. Y no, no tenía ni fecha de entrega ni máximo de extensión. Es lo que tiene jugar en casa.

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