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Un mundo más amable, más humano, menos raro

Un mundo más amable, más humano, menos raro

Nada más ridículo que escuchar eso de “siempre se van los mejores”. Se dice en el pasillo de un tanatorio o en una columna muy sentida, incluso en un tuit. Y ya se sabe: no es verdad aunque a veces consuele. Como tampoco es verdad lo de “bicho malo nunca muere”. Henry Kissinger, que se ha muerto con cien años, se había propuesto poner en duda esto último. Seguro que eso habría pensado al menos Christopher Hitchens si aún estuviera entre nosotros. Ya siento tener que admitir que no he leído del gran polemista inglés su celebrado Juicio a Kissinger, pero sí disfruté en su momento de los mandobles a dos manos esparcidos por sus formidables memorias Hitch-22, donde hay un momento en que después de acusarle de mentiroso, asesino, criminal de guerra y pseudoacadémico le remata tachándolo de pesado.

En la misma semana en que nos dejó el que fuera secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional con Richard Nixon y Gerald Ford, se fueron por este orden Hematocrítico (27 de noviembre), Shane MacGowan (30 de noviembre) y Concha Velasco (2 de diciembre). MacGowan era un broncas pero había que quererlo… en la distancia, eso sí. Tenía la peor dentadura del rock, más whisky que sangre en las venas y se llevaba bien con el turbio Gerry Adams, pero no había duda: el mundo era mejor cuando sonaban sus canciones, esa mezcla imposible de folk irlandés y punk desatado que nos dejó unos cuantos himnos.

"Cada uno en su estilo eran personas mágicas que gozaban del consenso que solo atesoran quienes merecen ese adjetivo"

Adiós a la mujer más querida de España. Así tituló El Mundo en su portada de papel la despedida a Concha Velasco. Tampoco nos habría chirriado si algún medio hubiera destacado que, con la muerte por un infarto de miocardio de Miguel López, Hematocrítico, también se nos fue el hombre más querido de España en internet, donde derrochó ingenio a manos llenas, sentido común y toneladas de humor. Lo cierto es que no podía haber más contraste entre lo inesperado de una muerte y lo previsible de la otra. Cada uno en su estilo eran personas mágicas que gozaban del consenso que solo atesoran quienes merecen ese adjetivo.

Decía hace un momento que nos temíamos desde hace tiempo el final de la Velasco —ni Concha ni Conchita— y, al mismo tiempo, los nacidos en el siglo XX teníamos, al menos hasta hace pocos años, el secreto convencimiento de que siempre estaría ahí. Hizo mucho teatro y mucha televisión, grabó discos y fue presentadora, pero cuando el otro día llegó la noticia, cada uno se acordaría de alguna película buena o mala —da igual— pero echada por la tele, cuando no había plataformas, con ella de protagonista. A mí, en concreto, me entraron unas ganas tremendas de volver a ver Pim, pam, pum… ¡fuego! dirigida por Pedro Olea. Tenía entonces 35 años de plenitud absoluta y le daba la réplica a un Fernando Fernán Gómez, como ella, en estado de gracia.

Y me acordé estos días de los versos más cantados de La lista de la compra de La Cabra Mecánica: “Te quedas a mi lado / Y el mundo me parece / Más amable / Más humano / Menos raro”.

Les echaremos de menos.

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