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Dos cabalgan juntos (XVI)

“Vuelve la vista y mira lo que pasa”, dice un verso de Cervantes. En esta nueva entrega, la realidad de Lesbos es el tema que desarrollan los dos escritores que cada mes exponen su punto de vista sobre un mismo tema. García Ortega Pérez Zúñiga, como Stewart y Widmark en la película de John Ford, cabalgan juntos en pos de un único destino: la literatura

Welcome refugees…, o no, Adolfo García Ortega 

El pasado 9 de septiembre, el campamento de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, ardió por los cuatro costados. En ese campamento había unas 13.000 personas que habían huido de la guerra, el hambre, el horror, la miseria y el dolor. Eran refugiados sobrevivientes de diversas procedencias que habían llegado allí desde Turquía, un país cuyo gobierno chantajea con ellos, además de sacar réditos económicos que van a las arcas de la dictadura del islamista Erdogan. Había refugiados que venían de Siria, de Afganistán, de Yemen y de otros países en guerra, sin futuro en las próximas décadas. Estaban en Lesbos, que es uno de los lugares que la Unión Europea, por medio de Grecia, ha destinado a ser una estación de paso (es un eufemismo) para refugiados, y donde se suponía que ya no corrían peligro (otro eufemismo). Pero lo cierto es que los refugiados viven allí en un limbo detenido en el tiempo, en espera de una explosión interna. La explosión llegó con ese último incendio que arrasó el campamento. Y de nuevo las noticias, por unos días, llegaron a las casas de los europeos a la hora de los telediarios, abriéndose camino entre la densa y constante información sobre la Covid-19, enfermedad mortal que, para mayor desgracia, también acecha a los refugiados de Moira. No hubo muertos esta vez, hubo heridos. A nivel material, se perdió todo, incluida una clínica abierta para cuidados urgentes.

"Todo fueron promesas y buenas palabras. Pero la realidad es que no ha pasado nada"

Como no podía ser menos, la Comisión Europea alzó la voz y empezó a pedir a los estados miembros colaboración inmediata y a corto y medio plazo. Todo fueron promesas y buenas palabras. Pero la realidad es que no ha pasado nada. Es más, el número de asimilación de refugiados por país, según los compromisos adquiridos, no se ha cumplido, como no se venía cumpliendo ya desde hace años, y salvo seguir pagando a la Turquía de Erdogan para que no nos envíe más refugiados de los que podemos asumir, no se ha movido un dedo. Puede que el único dedo alzado haya sido el de los países del Este de Europa, inmersos en una deriva antidemocrática y dictatorial ultraderechista, que han bramado furiosos contra cualquier posible aumento de acogida, por su parte siempre estreñida (aunque en España no somos más generosos). En conclusión, miramos para otro lado. He leído en algún sitio que, de los miles que han ido llegando a Lesbos, a día de hoy tan solo se ha sacado de la isla a 640, que han ido a parar a Alemania, Bélgica, Francia, Irlanda, Luxemburgo, Finlandia y Portugal. Se ve que en España, con las pateras, ya tenemos suficiente.

Hace poco más de un año, a primeros de marzo de 2019, la eurodiputada Maite Pagazaurtundúa viajó a Lesbos, al campamento de Moria. Posteriormente escribió esto en su informe: “La situación en el campo de identificación y registro de Moria es infrahumana. Miles de personas se agolpan en barracones y tiendas de campaña sin sistema regular de agua potable, sin saneamiento de aguas fecales, con duchas comunes sin agua caliente. El campo está  gestionado por el Ejército griego, con un comandante al frente desde hace dos años. Las autoridades griegas se encargan de la seguridad y el catering, cuyo reparto hace la ONG española REMAR. No hay asistencia médica oficial en el campo pese al número de potenciales pacientes. En caso de enfermedad, los habitantes del campo deben dirigirse al hospital público de Mitilene o a alguna de las ONG’s sanitarias que operan en la isla. MsF trata a cientos de niños todos los días que padecen infecciones respiratorias y de la piel y diarrea, además de problemas de salud mental. No hay escuela por ser considerado de paso, pese a que el 30% por ciento son menores. Los alimentos, a través de un catering traído cada día desde el exterior, son distribuidos a través de una tarjeta de racionamiento. La población, incluidos niños y embarazadas, tiene que hacer colas de hasta dos horas, tres veces al día, para conseguir comida y agua embotellada. No hay leche todos los días y se sirve una comida caliente al mediodía. El campo está desbordado y en las afueras del mismo se han instalado centenares de tiendas improvisadas”. Un año después, todo eso se ha agravado, y ahora, con el incendio, que no es el primero que se produce en Moria por razones desconocidas, aunque todas apuntan a la imposible convivencia entre los refugiados, la situación se ha vuelto insostenible.

"La mirada hacia Lesbos no es de compasión, es de justicia"

Estos son los hechos. Siempre he creído que los escritores, no sé por qué, tenemos una obligación adquirida, la de denunciar los hechos, las injusticias, las situaciones inhumanas o antidemocráticas. Tal vez sea porque, mal que nos pese, somos eso que llaman “intelectuales”. Tal vez sea porque sintamos que, al escribir, fijamos un pensamiento colectivo, una idea válida para muchas personas. Tal vez sea porque creamos que con la literatura va emparejada una exigencia moral que, aunque no nos la pida nadie, nos la exigimos nosotros mismos, en la convicción de que la sociedad nos lo exige también. Y esto es ser “intelectuales”.

Queda dicha aquí, pues, la palabra sobre el abandono cruel que Europa tiene hacia los refugiados, esas personas estigmatizadas que llenan la boca de los políticos de ultraizquierda para tranquilizar su conciencia buenista y la boca de los de ultraderecha (a veces la derecha sin más) para vomitar su bilis y su racismo.

Queda expuesta aquí, en fin, la realidad. “Vuelve la vista y mira lo que pasa”, dice un verso de Cervantes en su Viaje del Parnaso. No nos engañemos: aunque cueste, hay que mirar lo que pasa. La realidad, en suma. Y la realidad es política. Muchas personas, a veces masas enteras, dudan de la realidad misma, de que la realidad sea precisamente eso, real. Los opinadores que despotrican contra todo son personas que parece que siempre tienen que estar aprobando la realidad, dándole su sanción para que exista, juzgándola o negándola, cuando la realidad es tautológica: es lo que únicamente puede ser lo que es. La mirada hacia Lesbos no es de compasión, es de justicia. Pero no está mal que tengamos también compasión. Y en grandes cantidades.

Visito Moria, Ernesto Pérez Zúñiga

Visito Moria. No cojo un avión para hacerlo. Puedo ir desde cualquier lugar del mundo. También tú tienes esa posibilidad. Nada humano nos es ajeno. De hecho, podríamos ser perfectamente tú y yo los que estamos allí dentro. Juntos. Ayer. Mañana. Ya pasó otras veces. Los españoles refugiados en los campos del sur de Francia. Hace 80 años. Hacinados. Enrejados. En tierra extraña. Con la expectativa de una liberación que no llegaba nunca. Todo lo contrario: se complicó con la guerra que venía a Francia. Iban de una guerra a otra hasta que la segunda terminó. Luego, el vacío. ¿Qué podían construir con él?

Construyeron esta Europa que se soñaba a sí misma solidaria, convencida, que apuntalaba fuertes democracias y leyes transpiradas por los derechos humanos tras la barbarie de los egoísmos nacionales. Nunca otra vez. Así es como lo decían, Moria.

"Soy sirio. Soy dentista. Soy siria. Soy maestra. Soy profesor de literatura. Soy panadero. Soy bailarina. Soy un niño que aprendía en una escuela. Soy una niña que ya no es"

Qué decimos nosotros, los hijos y los nietos de aquellos europeos. Los bisnietos oyen nuestras palabras, miran nuestras acciones. Miran la isla de Lesbos. Qué hay allí. Un confinamiento. Después de estos meses de pandemia, quizás hasta parezca normal: un confinamiento dentro de otro, como una caja china o una muñeca rusa de seres que no pueden ser. Nosotros, sí. Ellos, no.

Soy sirio. Soy dentista. Soy siria. Soy maestra. Soy profesor de literatura. Soy panadero. Soy bailarina. Soy un niño que aprendía en una escuela. Soy una niña que ya no es. Ayudo a mis padres a conseguir cualquier cosa cada día: comida, agua, medicinas, jabón. Soy un viejo. O una vieja. Soy una mujer o un hombre que me creía fuerte. Soy cualquiera y puedo tener tu rostro.

La guerra, una guerra de la que Europa tampoco es inocente, nos expulsó de nuestro país. No te puedo contar el pasado. No puedo contar los muertos que quedaron atrás. El viaje hasta Moria. También nosotros sabíamos lo que era un «viaje de placer». También teníamos ese concepto. Es fácil perder un concepto para siempre. Solo tienes que viajar hasta Moria. Verte en una circunstancia como esta. Que te toque a ti perder el concepto «viaje de placer» para siempre. Vosotros los seguís haciendo incluso con el virus, en cuanto os liberan un poco. Os quejáis de vuestro encierro. No os podéis imaginar lo que es un encierro de verdad.

Cuando viajamos a Moria, detrás había una esperanza: Europa. Nos tuvimos que conformar con contemplarla tras su propia frontera. Escondida. Agachada. Como tratando de que no la viéramos y perfectamente visible, ridícula incluso en su voluntad de pasar desapercibida. Cada día nos llegaban noticias de que algunos países acogerían a algunos de nosotros. ¿Os imagináis eso? Vivir en estas condiciones y oír que algunos de nosotros iban a ser acogidos. Por fin. Pues para eso vinimos. Para eso vamos los que huimos aquí o en cualquier punto del planeta y de la Historia.

Eran tan pocos los acogidos, pasaba tanto tiempo, que nos fuimos olvidando. Con tanta tierra, con tantas ciudades que en Europa hay de norte a sur, de este a oeste. A veces nos partimos de risa cuando nos llegan noticias (porque sabemos leer, os lo aseguro) del abandono de las zonas rurales en España o en otras partes del continente. La España vacía. Nos imaginamos allí, en ese vacío, nos conformamos con poco. Nos partimos de risa y de dolor. Europa está vacía, sí, desde luego que sí. Toda Europa está apretujada en el campo de Moria.

Europa era el campo de Moria. Vino el virus y Moria fue más Europa todavía. Para qué enumerar la reunión de calamidades que vivimos, como una concentración de plagas. Todas para Moria. También salen en los periódicos. Podéis leerlas. Pero las palabras se han convertido en algo que no vale nada. Las palabras y las promesas.

"También, como vosotros, tememos al virus, aunque aquí, en esas letrinas, hay muchas otras enfermedades"

Nosotros leemos esas noticias y las vivimos al mismo tiempo. Nos fuimos convirtiendo en expertos en la teoría y en la práctica. Hasta que nos quemaron el campo. Las llamas hablaban por nosotros (era nuestro inconsciente que deseaba salir de aquí) pero también hablaban por vosotros (era vuestro inconsciente que nos quería hacer desaparecer).

Entonces nos habéis llevado a un lugar mucho peor. Se llama Kara Tepe. Nos habéis llevado porque todo esto sucede gracias a vuestros impuestos o gracias a las ayudas que dais a las organizaciones humanitarias. Gracias por traernos a Kara Tepe. No hemos viajado mucho. Nuestro «viaje de placer» ha sido breve. Seguimos en Lesbos. Es verdad que en el trayecto hemos visto grandes carteles de vuestros centros comerciales, publicidad de supermercados con ofertas en pescadería o en verduras, parecida a la que veíamos en Damasco. Es el colmo. Incluso hemos visto publicidad de ventas de parcelas y de apartamentos con vistas al mar.

También las tenemos en Kara Tepe. Vistas al mar. Preferimos ir a la orilla a hacer nuestras necesidades porque las letrinas del campo son infectas. También, como vosotros, tememos al virus, aunque aquí, en esas letrinas, hay muchas otras enfermedades. De todas formas, miro un rato el mar. Una luz inmensa. No para de moverse. ¿Qué hemos hecho? Le pregunto. Y una ola llega a mis pies. Luego se marcha. Ella sola. Europa sigue inmóvil.

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