El Apolo IX vuelve a casa

Explorados todos sus rincones, e incluso explotados algunos de los lugares de la Tierra que otrora fueron anecuménicos —aquellos desconocidos e inhabitados por el ser humano mientras se sucedían las civilizaciones—, el 13 de marzo de 1969 la sociedad industrial había alcanzado tal grado de desarrollo que su tecnología le permitía superar las distancias y las condiciones que, sin duda desde la noche de los tiempos, limitaron las posibilidades de aventura de la especie.

Una de sus quimeras más antiguas fue la «conquista del espacio», que aún se decía en 1969; la «exploración espacial» parece más adecuada para nuestro tiempo. De una u otra manera, nuestros ancestros más remotos soñaron con ella desde que imaginaron por primera vez lo que pudiera haber más allá del cielo. El 13 de marzo de hace hoy 55 años, con el feliz regreso a casa del noveno vuelo del programa Apolo, se dio un gran paso en ese viejo sueño Si bien no tan grande como el que Neil Armstrong habría de dar unos meses después, el 20 de julio, al convertirse en la primera persona que pisó el suelo lunar, sí que despejó algunas de las dudas que planteaba el trayecto más largo que habría de hacer un terrícola. Por así decirlo, fue un preámbulo del viaje de Armstrong.

"La agencia aeroespacial estadounidense, desde sus comienzos, venía trabajando en ese anhelo. Dicho de otra manera, venía desarrollando proyectos para la exploración del espacio exterior"

La misión del Apolo IX demostró, probándolo en repetidas ocasiones, que el habitáculo del Apolo XI, que habría de llevar a Armstrong a La Luna, era eficaz, al igual que el módulo de mando. Schweickart, uno de los tripulantes del Apolo IX, había permanecido 37 minutos en el espacio para probar el traje espacial, capaz de resistir temperaturas extremas, de los 130º bajo cero a los 150º sobre cero, además del impacto de los micrometeoritos. Y la humanidad, que unos meses después habría de dar su “gran salto” acompañando a Armstrong sobre el suelo lunar, se deleitaba, ávida, con todo aquello.

La agencia aeroespacial estadounidense (NASA), desde sus comienzos, venía trabajando en ese anhelo. Dicho de otra manera, venía desarrollando proyectos para la exploración del espacio exterior. Eso sí, siempre rivalizando con los soviéticos, quienes llamaban a los astronautas «cosmonautas» y a menudo se habían adelantado a los estadounidenses en el camino.

"Observada desde tan lejos como lo hizo la tripulación del Apolo IX, la vieja Tierra resulta tan pequeña que no es raro que los terrícolas se ayuden unos a otros"

Paradójicamente, la ciencia ficción, en todos sus formatos, es uno de los géneros narrativos más apegados a la realidad del tiempo en que concibe sus relatos. A menudo es más fácil ver simbolizada una época en sus alegorías fantacientíficas que en el supuesto reflejo de aquel tiempo que nos propone el realismo al uso por aquel entonces. Las utopías, en un principio tan alejadas de cualquier tiempo y cualquier espacio, se convirtieron en distopías cuando la sociedad comunista dejó de ser una quimera y se hizo realidad materializándose en las distintas dictaduras de los miserables que anegaron de sangre el siglo pasado. George Orwell, inglés, trotskista y uno de los tres grandes utopistas que conoció el siglo XX, nos habla de cómo el estalinismo puso fin al sueño igualitario del marxismo en la última gran fábula que se haya escrito —canónica, además, porque antropomorfiza a los animales—: Rebelión en la granja (1946).

Ya alejándose de la amenaza comunista, que hasta principios de los años 60 —hasta la crisis de los misiles en Cuba de 1962, si hemos de ser exactos— tuvo a la ciencia ficción atenta a la amenaza nuclear, hasta el punto de que los platillos volantes simbolizaban a los “rojos” invadiendo el “mundo libre” y menudeaban las pastorales postcatástrofe atómica, en 1969 las películas pasan de mostrar la Tierra tras un posible holocausto nuclear —El planeta de los simios (Franklin J. Shaffner, 1968)—, a las visiones de nuestro planeta desde otro lugar del universo en Atrapados en el espacio (John Sturges, 1969).

"Es de entonces de cuando datan no las primeras, pero sí las mejores imágenes del Planeta Azul, nuestro Planeta Azul visto desde el espacio"

Observada desde tan lejos como lo hizo la tripulación del Apolo IX, la vieja Tierra resulta tan pequeña que no es raro que los terrícolas se ayuden unos a otros. En la propuesta de Sturges fueron los soviéticos quienes rescataron a los estadounidenses. Los antagonismos parecían ir quedando atrás. Con el tiempo nos dirían que también aquello, la conquista del espacio, fue un capítulo más de la Guerra Fría.

Pero el 13 de marzo de 1969, cuando amerizó el Spider, que llamaron sus tripulantes a la nave con la que orbitaron 151 veces alrededor de la Tierra durante 241 horas, su misión parecía un logro de la humanidad entera, uno de sus momentos estelares.

Es de entonces de cuando datan no las primeras —con una calidad muy inferior, y de forma muy restringida, venían viéndose imágenes de la Tierra, tomadas desde su órbita, desde 1946—, pero sí las mejores imágenes del Planeta Azul, nuestro Planeta Azul visto desde el espacio.

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