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Albert Einstein profundiza en la Teoría de la Relatividad General

Albert Einstein profundiza en la Teoría de la Relatividad General

Escribir que el siglo XX, como esa aurora de una nueva era de la civilización que habría de ser, empezó en 1918, con la derrota de los imperios centrales en la Gran Guerra, y no en 1900, como el irrevocable cómputo de las centurias y la cuenta sistematizada del curso del tiempo demuestran, es algo tan manido que la paradoja que supone se ve disminuida. No por ello, y siempre según los historiadores y otros sabios, es menos cierto que fue con la paz, que sucedió a tanta sangre, cuando el mundo decimonónico quedó definitivamente atrás. Puede que el ejemplo —por cuestiones políticas además de por repetido— haya dejado de ser pertinente, pero sigue siendo harto revelador: las damas que despiden a los soldados, que van a morir a las trincheras, visten faldas que les llegan hasta el tobillo; las que reciben a los que vuelven de derrotar al Káiser, son las alegres flappers que bailan el charlestón, cuyas faldas dejan al descubierto sus rodillas.

El hombre aún es sinónimo de la humanidad entera. Pero cuando la Gran Guerra acabe, la especie en su totalidad —o sus cabezas pensantes— atisbará el camino por el que llegará pensar en sí misma como un accidente pasajero en un planeta en continua transformación. “En el umbral del siglo XX, vigilia de la Primera Guerra Mundial, dominaba aún el optimismo racionalista, fruto del pensamiento del siglo XVIII y de parte del XIX, según el cual el hombre aprovecharía el desarrollo de la ciencia para gobernarse conforme a los conocimientos y a los principios racionales, es decir, científicos”, escribe Maurice Crouzet en su Historia general de las civilizaciones (Destino, Barcelona, 1967).

"Entre esas nuevas ideas, pilares de esa nueva era que inaugura el siglo XX, sobresale la Teoría de la Relatividad General de Albert Einstein"

El racionalismo y el optimismo cientificista, ya cuestionados en el pensamiento decimonónico por Kierkegaard y Nietzsche, son socavados por algunos pensadores desde mucho antes del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo (28 de junio de 1914). La crisis que se anuncia entonces, más allá de la herencia de Kant y de Comte, duda hasta del humanismo renacentista. Frente a las antiguas nociones científicas, surgen nuevas lógicas que pretenden superar a la de Aristóteles.

Entre esas nuevas ideas, pilares de esa nueva era que inaugura el siglo XX, sobresale la Teoría de la Relatividad General de Albert Einstein, en la que introduce el concepto de la curvatura del espacio-tiempo, que cambió radicalmente la concepción de la gravedad y la geometría del Universo. En realidad, es una ampliación de la Teoría de la Relatividad Especial, que el sabio ya dio a conocer en 1905. Si bien entonces el físico alemán que habría de ser el científico más celebrado y admirado del siglo XX —ya en el XXI, en 2005, su famosa fórmula, E=mc2, será reproducida en la iluminación de los rascacielos de Taipéi durante el Año Mundial de la Física— no acaba de ser tomado en serio por sus pares. Desde que hace apenas unos meses, el 25 de noviembre de 1915, publicase la Teoría de la Relatividad General, las cosas han cambiado radicalmente. Albert Einstein es mucho más que un profesor de física en el instituto Káiser Wilhelm de Berlín y un miembro de la Academia de Ciencias prusiana.

"Y como, según reza el adagio, una imagen vale más que mil palabras, para visualizar algunos fenómenos difíciles de creer, alumbró experimentos mentales que ilustraban los principios de su Teoría"

El destino ha querido que otro 20 de marzo, como el de hoy, pero en 1916, se cumplieran los 189 años de la muerte de Isaac Newton, el 20 de marzo 1727 —según el calendario juliano vigente en la Inglaterra de entonces; el 31 según el gregoriano—. Por eso, puede entenderse como algo más que una mera coincidencia que Einstein, el 20 de marzo de 1916, hace hoy 108 años, esté refutando a Newton. “Al aplicar a todos sus movimientos —incluida la gravitación— su teoría, hasta entonces limitada a los movimientos rectilíneos uniformes, Einstein identifica la gravitación con una fuerza de inercia, mientras que Newton la explicaba por una propiedad especial de los cuerpos” (Crouzet).

En 1921, cuando al físico alemán se le conceda el Nobel —no por la Teoría de la Relatividad General, pues el encargado de evaluarla en la academia sueca “no la entiende y teme que también pueda refutarse”, dicen las noticias biográficas del sabio—, aún no se valora uno de los grandes logros de este físico, que tan sólo era un empleado en la Oficina de Patentes de Berna (Suiza) cuando publicó su Teoría de la Gravedad Especial.

Esa virtud de su razonamiento no es otra que su afán por evitar la erudición en exceso, las formulaciones matemáticas incomprensibles para el común de los mortales. Y como, según reza el adagio, una imagen vale más que mil palabras, para visualizar algunos fenómenos difíciles de creer, alumbró experimentos mentales que ilustraban los principios de su Teoría. Verbigracia, el envejecimiento más lento de los viajeros siderales. Einstein predijo fenómenos difíciles de creer hace más de 100 años, pero perfectamente plausibles en esa nueva era que anunciaban. Entre los más célebres destacó la paradoja de los gemelos: si de dos gemelos idénticos uno de ellos viajase al espacio, al regresar a la Tierra sería más joven que su hermano porque el tiempo discurrió más lentamente para el viajero sideral. Así se escribe la historia.

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