Nace Anaïs Nin

Otro 21 de febrero, el de 1903, viene al mundo en París una niña cuyo destino ha de ser singular. De origen español, aunque quizás no tanto como asegurarán las noticias biográficas de sus ediciones autóctonas de finales de los años 70, su padre fue el compositor cubano Joaquín Nin. Y bien es cierto que, en 1879, cuando nació este futuro miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, Cuba era la España de ultramar, pero una provincia más de España, como pudiera serlo Segovia o cualquier otra. En cualquier caso, Anaïs Nin, su hija —y de Rosa Culmell Vaurigaud, cantante cubana de origen francés— la niña nacida un día como hoy, tuvo dos nacionalidades: francesa y estadounidense. Ninguna de ellas fue la de la Piel de Toro que, también a finales de los años 70, llamaban frecuentemente a nuestra geografía —y por ende a nuestro país— en las ediciones de El Ruedo Ibérico, casa parisina experta en esos textos que, por los rigores y las censuras del tardofranquismo, era totalmente inviable publicar aquí. Y si, como decía Rosa Chacel, la patria de un escritor es su lengua, Anaïs Nin, la niña nacida hace hoy 121 años —cuyo destino habría de convertirla en una de las grandes escritoras de la centuria pasada—, siempre escribió en la lengua de Baudelaire o en la de Poe.

Corría 1914, el año de la Gran Guerra, cuando Joaquín Nin —por cierto, amigo de Maurice Ravel hasta el punto de ser testigo de la composición de su célebre Bolero (1928)— decidió abandonar a su familia en Barcelona. En la capital catalana, todavía hay una calle que recuerda a la pequeña Anaïs que pasó por allí, quien, con el tiempo, habría de ser la celebrada escritora hoy evocada. Tras la separación, el panorama que se le presentó a Rosa Culmell en España no debió de ser muy halagüeño. Así las cosas, cogió a sus tres hijos y decidió trasladarse a Nueva York. Anaïs ya había padecido los dos traumas sobre los que pivotaría su obra: el abandono del padre y el desarraigo, la falta de una verdadera patria.

"En fin, que la niña que vino al mundo el 21 de febrero de 1903 estaba llamada a convertirse en una de las grandes diaristas del pasado siglo"

Fue entonces, con apenas once primaveras, cuando la joven empezó a escribir sus célebres Diarios, cuya publicación habría de aguardar hasta 1966 y proseguir tras la muerte de su autora en Los Ángeles en 1977. Los inició en Journal d’ enfance (1978) como una carta al progenitor perdido. Cada vez más distante del autor de sus días —a quien ha referido los pormenores del viaje en sus epístolas—, ante la hostilidad que, en un principio encuentra en todo, recién llegada a Estados Unidos, los nuevos asientos de la precoz bitácora —aunque quizás no tan temprana, teniendo en cuenta que hablamos de una adolescente tan letraherida como lo fueron tantos de la primera mitad del siglo XX— se irán convirtiendo en una incipiente introspección psicológica a la búsqueda de un sentido de la existencia.

Tras un primer volumen que se extiende entre 1916 y 1920 —según la edición definitiva, que tendrá tiempo de empezar a preparar con su traductora la propia Nin antes de morir—, comienza a escribir en la lengua de Henry Miller. Miller fue uno de sus grandes amigos, y de sus fuentes de inspiración. Le evocará muy especialmente en el tomo dedicado a los años que se fueron entre 1931 y 1934. Aunque lo más sustancioso de su relación con Miller y su mujer de entonces, June —quien también la sedujo poderosamente—, será expurgado del resto de las entradas del dietario donde, cronológicamente, le hubiera correspondido estar. Hablamos del Diario de una poseída, que, aquí en España, conoció una edición en 1986 bajo el título de Henry y June: del diario no expurgado de Anaïs Nin.

"De joven fue una mujer bellísima, que bien pudo enamorar a su futuro esposo vestida de flamenca, tal y como nos la muestran algunas fotos de ella llegadas a nuestros días"

En fin, que la niña que vino al mundo el 21 de febrero de 1903 estaba llamada a convertirse en una de las grandes diaristas del pasado siglo. Aunque, eso sí, la de los diarios —los verdaderos diarios, no las novelas escritas a modo de diario— nunca ha sido una literatura popular. Ajena a los gustos de las masas, afanosa en su tarea, por la magnitud de sus esfuerzos y su búsqueda de lo perdido, de la memoria, Nin llegará a ser comparada —por sus lectores más apasionados, eso sí— con el mismísimo Marcel Proust. De ser así, el mundo de Guermantes, para Anaïs, será el París de los años 30. Allí, amén de a Miller, frecuentará a alucinados de la talla de Antonin Artaud.

Anaïs regresará a su ciudad natal con su primer marido, el banquero Hugh Parker Guiler. De joven fue una mujer bellísima, que bien pudo enamorar a su futuro esposo vestida de flamenca, tal y como nos la muestran algunas fotos de ella llegadas a nuestros días. Pero España —hay que insistir—, siempre le tocó de refilón. Estudió el baile flamenco en Estados Unidos mientras se empleaba como modelo.

Hasta el final de sus días sus diarios serán una actividad íntima, privada, de los que, empero, extraerá el material para sus ficciones. Su primera publicación profesional —por así llamarla—, será un ensayo sobre D. H. Lawrence. Aparecido en 1932, verá la luz, en parte, a sus expensas. Como editora, aunque la suya fue una industria pequeña y modesta, también se hizo notar. Además de sus primeros libros llevó a la imprenta algunos de Miller.

"Polígama, si es cierto que además de con Parker Guiler estuvo casada entre 1965 y 1966 con Rupert Pole, cultivó la amistad de Salvador Dalí, Edmund Wilson, Gore Vidal, James Agee y Lawrence Durrell, entre otros clásicos de la heterodoxia del siglo XX"

Anaïs Nin fue una de las grandes mujeres del siglo XX. Y teniendo como tuvo la centuria pasada uno de sus pilares en Sigmund Freud, hizo del psicoanálisis una de sus mayores inquietudes. René Allendy, en algunos aspectos más afecto a Carl Jung, y Otto Rank, uno de los discípulos más destacados de Freud, fueron los primeros que la sentaron en sus divanes. Sabido es lo estrechamente ligado que está el sexo a la psicología de una persona. Bien pudo ser ésa la causa de que nuestra diarista fuera amante de los dos. También fue en aquel París donde, basándose en algunos asientos de su dietario, concibió La casa del incesto (1949). Uno de sus hermanos aseguró que dicho incesto nunca existió.

De vuelta a Estados Unidos cuando se avecinaba la guerra, escribió relatos eróticos por encargo de un pagador ignoto. Esas piezas fueron el origen de Delta de Venus (1979), también de publicación póstuma, que la consagró como una de las grandes autoras de literatura erótica, amén de una de las pioneras en focalizarla desde una perspectiva femenina. Polígama, si es cierto que además de con Parker Guiler estuvo casada entre 1965 y 1966 con Rupert Pole, cultivó la amistad de Salvador Dalí, Edmund Wilson, Gore Vidal, James Agee y Lawrence Durrell, entre otros clásicos de la heterodoxia del siglo XX. Anaïs Nin fue una mujer libre cuyo encanto personal le permitió amar a todo aquel que le vino en gana. Así se escribe la historia.

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