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El día que conocí a Homero

(Entrevista realizada a Carlos García Gual la semana antes del inicio de la cuarentena)

La editorial Turner tiene su sede en un céntrico piso de Madrid, sobre una sucursal de Rodilla donde me tomo el tercer café de hoy. Afuera, el tráfico ajetreado de la calle Diego de León me indica que es media mañana; suena, cercano, el griterío apagado de un colegio, con los alumnos desfogando juventud en los últimos minutos de recreo; un claxon se eleva, distorsionado, sobre un atasco lejano mientras el asfalto vibra coordinado con el horario de los metros de Madrid. La atareada vida editorial de Turner continúa, y nosotros esperamos en una sala tapizada de libros. Al fondo suenan teléfonos, voces apagadas, choque de tazas, la vibración insistente de algún móvil, mientras la lluvia golpea con furia la “T” serigrafiada en rojo sobre el cristal de la ventana. Jeosm prepara sus cámaras y yo acabo de poner la Moleskine sobre la mesa cuando Carlos García Gual cruza, sonriente, el umbral de la puerta. Una singular luz mediterránea se impone al gris tormentoso exterior mientras el filólogo toma asiento, ajeno a la meteorología. Conversa con sencillez, como si ignorase que las musas lo acompañan y mira con la sabia tranquilidad de un pescador del Peloponeso. Sus palabras, cantarinas, propias de un aedo, inundan la sala y poco a poco Madrid desaparece. Navegamos rumbo a Ítaca.

 

—Siempre quise creer, profesor, que Ulises existió.

(El filólogo me mira con benevolencia, como si temiera desilusionarme con la verdad)

"Odiseo era un prototipo en formato gran héroe de aquellos navegantes griegos"

—Bueno… el gran Ulises es un héroe mítico, de la imaginación. No sabemos si habría realmente un núcleo histórico, ya nos lo irá diciendo la arqueología. Lo que sí es cierto es que Ulises representa a los navegantes griegos de la época de la colonización. En el siglo VIII antes de Cristo, cuando Homero compone el poema definitivo, había muchos griegos que cruzaban el mar en esos barquitos negros, con un ojo en la proa y una vela cuadrada, arriesgándose incluso a llegar al estrecho de Gibraltar y cruzarlo. Muchos de ellos eran gente curiosa, como Ulises, que navegaban, trataban con pueblos lejanos y se las ingeniaban para llegar a sus casas más ricos de lo que habían salido. Podemos decir que Odiseo era un prototipo en formato “gran héroe” de aquellos navegantes griegos.

—¿Se podría seguir la Odisea como una guía de viaje por el Mediterráneo?

—Hay algunos autores y navegantes que lo han intentado, y el poema arroja algunas certezas: Feacia sería Corfú; la isla de los Cíclopes Trinacria, o sea, la actual Sicilia; Circe viviría cerca de Nápoles, Calipso a lo mejor en algún lugar del norte de África, y los lotófagos habitarían la pequeña isla de Yerba, próxima a Túnez… Pero en el Mediterráneo hay mil islas que podrían ser. Son solo suposiciones…

—¿Por qué le gusta a usted leer la Odisea?

"En la Ilíada hay mujeres muy potentes, pero en la Odisea existe una galería muy singular de magas seductoras del Mediterráneo"

—Porque no solo tiene un héroe más moderno que los demás, sino que está poblada de personajes muy interesantes, hombres y mujeres. Es verdad que en la Ilíada hay mujeres muy potentes, como la propia Helena o Andrómaca, pero en la Odisea existe una galería muy singular de magas seductoras del Mediterráneo: Circe, peligrosa; Calipso, idílica; Nausícaa, inocente. O las ancianas sabias, la madre de Ulises en el más allá, o la vieja nodriza Euriclea. Y también los personajes masculinos, como el hijo, Telémaco, o el porquerizo Eumeo, que demuestra ser mucho más acogedor y más noble con el náufrago que los propios nobles. Todos ellos son personajes sugerentes en lo literario y valiosos en lo histórico, pues nos dan una idea clara de la organización de aquellas sociedades antiguas.

—También está el viejo perro Argos, que reconoce a su dueño a pesar del disfraz.

—Cuenta Bryce Echenique que de niño odiaba ir a clase, hasta que un día el maestro les contó la historia del perro de Ulises. Aquel viejo perro fiel le hizo comprender que por oír historias así merecía la pena volver a la escuela.

—Para varias generaciones de lectores presentes y futuras usted siempre será, por encima de otras muchas cosas, el traductor de la Odisea.

"Ulises es el más moderno de los héroes griegos porque no es un héroe de la fuerza ni de la guerra, sino de la astucia"

—Sí, claro, claro. De aquello salí convertido en un admirador de Ulises y de los viajes de aventuras. Siempre digo que Ulises es el más moderno de los héroes griegos porque no es un héroe de la fuerza ni de la guerra, sino de la astucia. Además de ser un gran narrador de historias y un explorador curioso, que incluso baja al mundo de los muertos, a pesar de que la inmortalidad no le interesaba mucho.

—Cuando la hermosa Calipso le ofrece la inmortalidad, él la rechaza…

—Exacto, pues lo que él desea es volver a casa y contar su historia. Odiseo es un personaje curioso, y muy griego. Yo creo que, precisamente por eso, los griegos modernos lo consideran su héroe ejemplar frente a Aquiles, que es el guerrero de la fuerza, o Héctor, que es, al fin y al cabo, un defensor de la ciudad; el primer patriota de la literatura en sentido moderno.

—Pero Ulises es también un gran guerrero, y un patriota que defiende y añora su reino.

—Sí, eso es cierto, pero Odiseo tiene algo que los demás no poseen. Homero lo describe como polytropon, el de las muchas vueltas.

—El de los mil trucos.

"El tono vibrante de la Odisea se vuelca muy bien en el castellano, que es una lengua rica en sentido y en tonos"

—El de las múltiples tretas. Yo lo traduje así porque acentualmente me sale más el tipo de dáctilo de los hexámetros homéricos. Ya sabe, el juego rítmico de una sílaba larga y dos breves. La musicalidad es algo muy bonito en estas cosas, aunque tiene también un añadido de intuición. A veces la traducción no recoge la música, pero siempre recoge lo esencial. El tono vibrante de la Odisea se vuelca muy bien en el castellano, que es una lengua rica en sentido y en tonos. Es que la traducción es muy importante; es la puerta de entrada a los clásicos. El traductor, cuando es un verdadero traductor, es una figura fundamental, pues es el primer lector y el lector más a fondo de un texto.

—¿Cómo sonaría en griego el comienzo de la Odisea?

"En la Odisea, el nombre de Ulises no sale hasta el verso número 20, y eso es porque todo el mundo en aquel momento debía saber que polytropon era Odiseo sin lugar a dudas"

“Andra moi ennepe moussa polytropon”; del hombre cuéntame, oh, musa; del de muchas vueltas; del de las múltiples tretas. Y fíjese que es muy curioso que, mientras Aquiles está nombrado en el primer verso de la Ilíada, (Canta, oh, diosa la cólera del pélida Aquiles, etc.), en la Odisea el nombre de Ulises no sale hasta el verso número 20, y eso es porque todo el mundo en aquel momento debía saber que polytropon era Odiseo sin lugar a dudas.

—Sin embargo, hay palabras intraducibles.

—Desde luego que sí. Un texto traducido a otra lengua es muy importante para el pensamiento, porque siempre pierde y siempre gana algo, por eso a veces, cuando se traduce, se decide dejar algunos términos intactos, pero no por pedantería, sino por imposibilidad. Por ejemplo, la palabra griega logos. Es que este término en griego tiene un campo semántico más amplio que en castellano; Logos es palabra y es razón, y es cálculo y es relato; y es a veces un texto.

—Aletheia es otra de las palabras de difícil traducción.

"Lo que caracteriza la nobleza de pensamiento en el ser humano es la búsqueda incansable de la verdad"

—Hoy somos muy desconfiados en encontrar el fondo de la aletheia, de la desvelación o la verdad de las cosas. Los griegos oponían la razón a la aletheia, que según afirmaba Heráclito “gusta de esconderse”. De ahí la importancia del acto de buscarla. Hoy, con tanta posverdad y tanta manipulación, eso tal vez quede lejos, pero lo que nunca cambiará será esto: lo que caracteriza la nobleza de pensamiento en el ser humano es la búsqueda incansable de la verdad, asumiendo en el camino todas sus dificultades.

—¿Qué tiene Grecia, que nos sigue seduciendo como el primer día?

"Los griegos tenían, sobre todo, el afán crítico que no tuvieron otras culturas"

—Lo griegos conservan un cierto encanto, en parte por la fantasía mitológica. Un poeta norteamericano que me gusta mucho, Wallace Stevens, decía que la mitología griega era el gran logro de la imaginación occidental. Pero también los griegos tenían, sobre todo, el afán crítico que no tuvieron otras culturas. No olvidemos que los héroes griegos, la épica y la mitología son importantes, pero aquel es también el país de la filosofía y de la ciencia. Y todo eso está estrechamente ligado a un mundo compuesto por una constelación de pequeñas ciudades abiertas al mar; una cultura abierta que se lanza al mar para desafiar al mundo. Y en eso eran muy diferentes a los egipcios, que tenían una hermosa costa en el Mediterráneo, pero nunca se adentraron mucho en él; o los fenicios, que sí se adentraron, pero por afán comercial. Tampoco tuvieron un gran imperio, como los romanos, que eran grandes organizadores políticos. Los griegos vivían en ciudades sueltas, muchas veces enfrentadas entre ellas, pero siempre interesadas en la exploración, no en la conquista del mundo. Por eso el héroe fundamental del mundo griego, más que Aquiles, el guerrero, es Ulises, el viajero. Odiseo es el personaje permanente del mundo griego, fruto de su forma de ser, de su cultura.

—Afirmaba usted en una conferencia sobre los Siete Sabios que “una cultura sin alfabeto no puede alcanzar la democracia”. 

—Si, es verdad. Qué bien que recuerde usted eso.

—La pregunta es: ¿puede leerse esa frase en clave actual?

"La crisis de la lectura es, en parte, una forma de analfabetismo"

—Bueno, sí. Pero claro, es que vivimos en un mundo donde lo audiovisual se impone sobre la escritura. La crisis de la lectura es, en parte, una forma de analfabetismo, porque en esa competencia con lo audiovisual, leer supone un esfuerzo mayor, no solo de atención, sino de imaginación. Eso nos está llevando a un mundo donde el individuo se concentra menos en sí mismo, envuelto en una especie de magma cultural mucho más complicado, pero a la vez más superficial que el de la lectura. La gente que lee poco es, además, menos crítica, y ese hecho con todas sus consecuencias nos está alejando del ideal de democracia en el sentido puro, clásico y griego del término.

—No entre el que no sepa geometría, “ageometretos me eisito”, era el cartel que Platón colgó en la puerta de su escuela. ¿Qué cartel pondría en la puerta de su clase hoy Carlos García Gual?

"La historia y la literatura contribuyen a abrir horizontes; borran los límites naturales. Crean individualidades singulares"

—Pues no se me ocurre ahora… Déjeme ver… Bueno, sí, supongo que pondría algo así como “Quien no quiera pensar, que no entre”. Yo creo que la pervivencia hoy en día de la cultura griega es precisamente esa; que sigue dando qué pensar. Lo peor de la cultura globalizada teledirigida es que hay muy poca libertad de pensamiento; la gente, en general, se mueve por consignas y piensa en masa, y eso da lugar a la importancia de los populismos. Yo creo que la historia y la literatura contribuyen a abrir horizontes; borran los límites naturales a los que está constreñido el ser humano desde que nace. Crean individualidades singulares.

—No sé dónde he leído que el ser humano tiene una infancia platónica que se transforma en juventud aristotélica, madurez cínica y vejez epicúrea.

—Anda, qué bien. No lo había escuchado antes, pero está muy bien. En parte es el camino de la filosofía griega. Faltaría colocar por ahí a los estoicos. Tal vez, con suerte, entre el aristotelismo y el cinismo (risas). En ese orden, me doy cuenta de que siempre he tendido a la filosofía “final”: me atribuyo el mérito de ser uno de los primeros en publicar un libro sobre Epicuro en España.

—Y también sobre los cínicos, La secta del perro.

—¡Exacto! Si, sí. Es verdad. Qué bien.

—Sin embargo, uno de sus libros más hermosos, en mi opinión, es La muerte de los héroes, editado por Turner. ¿Cómo surge esa idea?

"La grandeza se paga con el dolor"

—Pues está basado en una máxima muy del mundo griego que es la grandeza se paga con el dolor. Los griegos tenían una especie de “sentimiento trágico” de la vida. No como el de Unamuno (risas), claro, pero la mayoría de sus grandes héroes, Aquiles, Agamenón, Antígona o Edipo, acaban mal.

—Junto a Ulises, Epicuro y los cínicos, su otro personaje griego admirado y trabajado es precisamente Edipo.

"Edipo ocupa en esta trama todos los papeles: es el asesino, el investigador, el juez, el verdugo y el culpado"

—Sí, me interesa mucho Edipo porque su historia es impresionante. Es un hombre que llega a su grandeza a través del saber, venciendo a la Esfinge y convirtiéndose en rey de Tebas, pero luego se da cuenta de que todo su pasado de éxitos estaba montado sobre una serie de errores. Y la grandeza de Edipo es que lo asume y se castiga a sí mismo. Es el héroe de una especie de relato policíaco donde hay un asesinato, una búsqueda detectivesca, un desvelamiento y una condena. Pero Edipo ocupa en esta trama todos los papeles: es el asesino, el investigador, el juez, el verdugo y el culpado. Aunque hay que decir que este esquema corresponde a la tragedia de Sófocles más que al mito antiguo.

—También hay lugar en sus publicaciones para la mujer: Mujeres audaces es uno de los títulos publicados con Turner.

"Algunas incluso pagan caro el desafío de las normas, pero no dejan de arriesgarse"

—La mujer estaba sometida al servicio doméstico en un mundo dominado por hombres. No intervenía en lo público ni iba a la guerra, estaba relegada al hogar y el silencio. Ahora bien, eso sucedía en Grecia y en todas las sociedades del mundo antiguo. Siempre digo que la situación de las mujeres griegas de entonces estaba bastante mejor que la de las mujeres árabes de ahora. Las mujeres recogidas en ese libro que cita usted son ejemplos de mujeres listas, además de audaces, que aprovechan los agujeros sociales para redoblar su libertad o su poder, con astucia o habilidad. Algunas incluso pagan caro el desafío de las normas, pero no dejan de arriesgarse. Y no olvidemos que en las comedias de Aristófanes hay mujeres que toman el poder, lo cual era una farsa teatral, pero no dejaba de ser una posibilidad.

—Gredos y su Biblioteca Clásica. ¿Cómo se construyó esa catedral de la memoria?

"Ahora tal vez lo que faltan son alumnos que aprendan griego en las aulas y lectores de historia, literatura o filosofía"

—Esa colección fue una aventura de la que me siento muy contento, la verdad. Nace porque, de los cuatro directores de Gredos, dos eran profesores de griego y los otros dos sentían una gran simpatía por el mundo de las humanidades. Yo les sugerí el proyecto de hacer una colección en castellano de traducciones que fuera coherente, pero que abarcara mucho. Y lo acogieron con entusiasmo, asumiendo por supuesto los riesgos, pues se trataba de una colección muy cuidada de libros, al fin y al cabo, caros. Pero para mi sorpresa y la de todos, funcionó muy bien, llegamos a los 415 ejemplares, que no está nada mal. Quizás el mérito mío ahí fue el de contar con un equipo de profesores jóvenes de griego muy bien formados. Es que tuve la gran suerte de formar parte de una buena generación; chicos con mucho interés y mucha base que facilitó la empresa, y en buena medida garantizó su perdurabilidad. Ahora tal vez lo que faltan son alumnos que aprendan griego en las aulas y lectores de historia, literatura o filosofía.

—En una ocasión se definió usted como “un autor de prólogos y libros de bolsillo». ¿Ha cambiado en algo?

"Yo disfruto mucho de los textos griegos clásicos y me gusta haber podido estar al servicio de ellos"

—Bueno, añadiría que soy un traductor y estoy orgulloso de ello, y no solo por la Odisea. También traduje la obra de Diógenes Laercio, que es el trabajo, después de aquel, más importante que he hecho. Yo disfruto mucho de los textos griegos clásicos y me gusta haber podido estar al servicio de ellos. No he tenido suficiente fantasía para ser un creador, pero he escrito bastantes libros sobre los griegos un poco para manifestar mi simpatía hacia ellos.

—A propósito de su libro Los siete sabios (y tres más), le hago la siguiente pregunta: ¿A qué siete sabios de cualquier época invitaría usted a un banquete?

—Uy, difícil. A ver, yo soy un gran admirador de Nietzsche, él estaría en mi mesa. Me es muy simpático Mark Twain. Probablemente también invitaría a Steinbeck. ¡Hombre, y a Cervantes! Porque uno admira a ciertos escritores y ama a otros, y Cervantes es de los que yo habría amado. Borges decía que a él le gustaría una tarde con Virgilio, para conversar. Yo soy menos latino, pero ahí estoy de acuerdo con el argentino. ¡Ah! Y desde luego a Esquilo y quizás a Platón, aunque debía de tener mal genio, así que a Platón solo lo invitaría a los aperitivos (risas).

—En esa mesa, profesor, me gustaría estar escanciando el vino (más risas). En una inolvidable conversación en la Fundación Juan March con Gomá Lanzón, este le lleva a improvisar su epitafio: “Leyó mucho y vivió feliz con los antiguos”. ¿Cambiaría o añadiría algo hoy?

"He convivido con Esquilo, con Tucídides, con Eurípides, con Homero. ¿Qué más se puede pedir?"

—Bueno, no está mal. Recuerdo una anécdota de una helenista francesa a la que le preguntaron si estaba contenta de la vida, y ella contestó: ¿Pero cómo no? He convivido con Esquilo, con Tucídides, con Eurípides, con Homero. ¿Qué más se puede pedir? Yo me apuntaría a eso también.

—Finalmente, ¿qué tal su vida como académico de la RAE?

—Estoy muy contento en mi nueva comisión, con Arturo Pérez-Reverte, Félix de Azúa, Javier Marías, Pombo y Aurora Egido. Me encuentro muy a gusto con ellos, aunque estoy prácticamente estrenando el grupo. Y la Academia en general está bien, son gente bastante educada y yo me llevo bien con todos. Es un buen club. Quizás hay demasiados gramáticos para mi gusto, pero no hay nada perfecto (risas).

(A lo lejos se divisa la línea de la costa, lo que indica el final del periplo. Cuesta marcharse de los lugares donde uno ha sido feliz.)

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