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El estilo de la memoria

Muñoz Molina presentó la reedición que hizo en 2002 de su novela El jinete polaco como trabajo de lima y leves correcciones sobre un texto que no pudo repasar como quería por la premura a que obligó su presentación al Premio Planeta en 1991. Once años después de su primera edición y del premio obtenido, al que se agregó en 1992 el Nacional de Literatura, volvió esta novela a su encuentro con los lectores, en el sello editorial que descubrió a su autor. No es el momento, lo harán los filólogos después, de comparar las dos versiones, o de trazar la pesquisa de tales correcciones. Más importante me parece a mí, como lector y crítico, haber vuelto sobre esta novela para ver si se sostiene, si permanece con los atributos de calidad que cimentaron su fama e importancia en el conjunto de la narrativa española de hoy.

"Creo que Muñoz Molina acertó a crear en El jinete polaco un estilo de memorialismo ficcional, que él ha construido en esta novela como nadie"

El jinete polaco mantiene vivas sus cualidades, es una novela excelente, me sigue pareciendo la mejor de Muñoz Molina, y la relectura ha sido, por supuesto, la confirmación de su calidad, pero ha sido mucho más, y de eso quiero tratar ahora. ¿Qué permite decir que El jinete polaco ha inscrito una significación propia en la obra de su autor, pero aún más una hendidura en la narrativa española de los últimos veinticinco años? Creo que Muñoz Molina acertó a crear en El jinete polaco un estilo de memorialismo ficcional, que él ha construido en esta novela como nadie, y de forma diferente a como lo han hecho después obras suyas que inciden en la veta memorialística, como Ardor guerrero y sobre todo Sefarad, que es la novela que hereda un mismo aliento, solo que en Sefarad tenemos una dimensión épica, en tanto que El jinete polaco construye una voz fundamentalmente confesional. Llamo “estilo de la memoria” a esa construcción de una voz narrativa que siendo ficcional no lo parece, como si su sentido último viniese dotado de la misma estirpe que la voz autobiografica, una dimensión que quiere ser verdadera. No digo esto, ni me parece lo más importante, porque Mágina sea Úbeda (visiblemente es su trasunto) y que Expósito se apellide su bisabuelo y también el del protagonista Manuel. No es en estos detalles, para mí menores, donde El jinete polaco edifica la que me parece su dominante estilística, que insisto es la creación de una voz confesionalmente verdadera, más aún, eficazmente moral, vertida en un cañamazo ficcional.

"El jinete polaco fue para Muñoz Molina necesario, y el lector lo percibe en cada página"

Muñoz Molina ha hecho que la memoria, verdadero protagonista del libro, no sea una construcción deudataria de la verdad externa de los hechos, sino que dependa sobre todo de la contundencia de su voz, de la prosa, como si la memoria personal (y a su través la colectiva) fuese un territorio de verdad que el protagonista y Nadia, su amante, van consiguiendo a brazadas, como un espacio que se conquista de igual modo que el amoroso, con la palabra no trivial. Para que esto ocurra ha sido fundamental una afluencia lírica, torrencial, que moldea la prosa como si naciese de una necesidad. Las largas series ritmadas, acumulativas, que se precipitan como si se tratase de una oralidad emergente, dotan a la voz de la escritura de una compacidad que insiste en “oigo”, “veo”, en las sensaciones, en los detalles de la percepción, no como algo que se cuenta desde el fue, sino como algo que está siendo, vinculado a la memoria, que es por tanto construcción, hechura del propio estilo. Por esa afluencia de la voz convertida en estilo la memoria ha salvado la sima, la distancia de la ficción (y curiosamente de la escritura)  y puede adquirir su peculiar densidad moral. El jinete polaco es la novela de la salvación de unos héroes (Nadia y Manuel) vinculada a su conexión con la historia de sus predecesores, como herederos de una estirpe, antigua, rural, de una civilización extinta, que no habían sabido comprender. No es casual en el orden estilístico que la estructura discursiva vaya alternando los hechos reconstruidos, edificados sobre el pasado (por el mecanismo externo de las fotos) y el acto amoroso de su reconstrucción. De ese modo lo contado emerge como necesidad de los amantes por salvarse del olvido, de restituir el tejido de su identidad última, como si la memoria fuese su tabla de salvación, cuando son capaces de saltar sobre el espacio vacío de la civilización moderna, por el que discurren como fantasmas o muñecos sin rumbo, en hoteles y aeropuertos. Por eso el extenso, moroso, pautado acto de amor, en el lecho de Nadia y Manuel, que se adensa en las páginas últimas, pero que da arranque a las primeras, es una metonimia de la memoria misma, es un acto lírico, y ahí radica su eficacia. El lector percibe la historia de todo un siglo, esa que nutre el aprendizaje de Manuel, que atraviesa desde Mágina toda la historia de España, en tres generaciones sucesivas, como si tratase de un presente evocado desde la necesidad. El jinete polaco fue para Muñoz Molina necesario, y el lector lo percibe en cada página. Porque la novela ha logrado transmitir esa condición no está sometida a caducidad.

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Autor: Antonio Muñoz Molina. Título: El jinete polaco. Editorial: Seix-Barral, edición revisada por el autor. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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