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El influjo de la carretera

«Pide que el camino sea largo», decía Constantino Cavafis (1863-1933) en Ítaca, ese poema que, de tan conocido, casi ha devenido en sabiduría popular. Algo similar pasa con las road movies —al menos con las buenas—, porque cuando una de estas «historias de carretera» está bien armada queremos que sea lo más larga posible. Y es que ciertos viajes encierran el poder para transformar nuestro destino y el de quienes nos acompañan. Ejemplos hay muchos: desde luego que el siempre macilento Harry Dean Stanton (1926-2017) separado de Natassja Kinski (1961) por una pantalla no era el mismo tipo silente que vagabundeaba por el desierto al principio de la icónica Paris, Texas (1984), de Wim Wenders (1945). Tampoco Richard Farnsworth (1920-2000), hermano de Dean Stanton en la ficción, bajó de la máquina cortacésped en Una historia verdadera (1999), de David Lynch (1946), igual que cuando se subió al sufrido vehículo.

Bernardo Rodamilans (1978) sabe cómo sacar partido al influjo de la carretera en Once negro, acantilado (Maclein y Parker, 2022), una novela potente, que convence por su solidez narrativa y su cautivadora «fotografía-en-movimiento» de aquello que nos convierte en quienes somos: nuestras decisiones.

"Rodamilans dosifica tan bien los datos, es tan bueno creando escenas efectivas desde lo sencillo y planteando diálogos creíbles, que las trescientas páginas de Once negro, acantilado saben a poco"

El escritor bilbaíno nos presenta a Alejandra, una joven inteligente e impetuosa que coge el coche en dirección a las playas del norte de la Península con la intención de esparcir las cenizas de su padre; no tarda en conocer a Diego, un crupier que, precisamente, ha perdido a su pareja en un accidente de tráfico y desea recuperar lo último que le quedaba de él. Estas dos almas errantes marcadas por la tragedia, estos dos seres perdidos en proceso de redefinición se embarcan en un viaje que no transcurre en Wisconsin o Nebraska —estado este último, por cierto, que también da nombre a una estupenda película de carretera dirigida por Alexander Payne—, sino aquí al lado, en nuestras gasolineras, pueblos y carreteras comarcales, y del que, en mayor o menor medida participan diferentes personajes secundarios: amigas de siempre, pretendientes crédulos, vecinas extravagantes, marqueses aficionados al juego clandestino…

El autor pronto despierta interés con su dupla protagónica, de forma similar —aunque sea por motivos distintos— al fantástico dúo televisivo formado por Pedro Pascal (1975) y Bella Ramsey (2003) en la reciente The Last of Us (2023), basada en el videojuego homónimo. Y es que una de las muchas virtudes del libro tiene que ver con el magistral despliegue de información acerca de cada personaje: Rodamilans dosifica tan bien los datos, es tan bueno creando escenas efectivas desde lo sencillo y planteando diálogos creíbles, que las trescientas páginas de Once negro, acantilado saben a poco.

"La primera novela de Rodamilans revela a un amante del cine y la música, pero sobre todo, a un escritor metódico y preciso, quizás el único aspecto de su formación científica que se aprecia con claridad en el resultado"

Asimismo, las historias de carretera guardan cierta conexión con las Bildungsroman o «novelas de aprendizaje» —aquí mismo hemos hablado de alguna—, puesto que la búsqueda de la propia identidad es un tema central en ambas estructuras. Pero si bien en las últimas los protagonistas nos llegan en un estado de pureza cuasivirginal frente a la vida —no en vano será lo que cuenten esas páginas lo que forje su carácter—, los individuos de las road movies acostumbran a venir ya tocados por los envites de la existencia. Alejandra y Diego pertenecen a esta última clase, y por eso nos sentimos representados en su periplo: se equivocan, son contradictorios, ni siquiera ellos mismos saben por qué hacen lo que hacen. Y, como a todos nos ha ocurrido, se ven envueltos en situaciones más turbias e imprevisibles de lo que esperaban.

La primera novela de Rodamilans revela a un amante del cine y la música, pero sobre todo, a un escritor metódico y preciso, quizás el único aspecto de su formación científica —es doctor en biología molecular e investigador del CSIC— que se aprecia con claridad en el resultado: la manera en que afrenta el párrafo denota un largo trabajo invisible, propio de quien secunda los hechos más que las palabras —cosa que sorprende, ya digo, dada la naturalidad de los diálogos.

Por todas esas razones, Once negro, acantilado no es solo una fantástica recomendación lectora sobre el encuentro con la pérdida o la exploración de los recuerdos, sino también una metáfora sobre el perdón —propio y ajeno— que, al contrario que las partidas de backgammon organizadas por el marqués, no requiere de estrategia previa: tan solo bajar la ventanilla, cerrar los ojos y dejarse llevar.

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Autor: Bernardo Rodamilans. Título: Once negro, acantilado. Editorial: Maclein y Parker. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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