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El mito griego y los abismos de Veracruz

El mito griego y los abismos de Veracruz

Hay escritores cuyas novelas se instalan en un pueblo, ciudad o región que son solo un recuerdo de la infancia. Tras la Guerra Civil Española una colonia de catalanes republicanos se aventuró a hacer vida en una zona selvática llamada La Portuguesa, en el estado mexicano de Veracruz, con la intención de desarrollar una plantación de café. Allí transcurrió la infancia de Jordi Soler.

No fue en Guadalajara, donde nació su hermano, el también escritor Álvaro Enrigue, ni en Ciudad de México, donde vivió la familia. Su empecinamiento creativo se ancló a esa zona veracruzana que no se puede visitar hoy en día por su precariedad y por estar tomada por el crimen organizado. Es poco común, además, encontrase a dos hermanos tan buenos escritores que, en general, nadie asocia: Jordi toma el apellido materno (Soler) y Álvaro el apellido paterno (Enrigue): uno hace vida en Nueva York, el otro en Barcelona. Y así aparece el autor identificado en la información editorial: ©Jordi Enrigue Soler.

"Soler toma prestada una cita de Robert Graves en Los mitos griegos, basada en la historia del toro que Poseidón hizo salir del mar"

Enrique (más no Enrigue) Vila-Matas, en su novela Lejos de Veracruz, narra: “No pienso en la vida nunca volver, pues sé muy bien que la nostalgia de un lugar sólo enriquece mientras se conserva como nostalgia”. Esta frase como maniobra ficcional se aplica correctamente a Jordi Soler y su nuevo libro, En el reino del toro sagrado (Alfaguara, 2024): el autor escribe y se enriquece desde la nostalgia. Veracruz es su mito personal, Barcelona su realidad.

Y así como la cultura mexicana está fundada en mitos, Soler toma prestada una cita de Robert Graves en Los mitos griegos, basada en la historia del toro que Poseidón hizo salir del mar para llevar a cabo una venganza contra el rey Minos al lograr que la esposa de este se enamorara ciegamente del toro. Esa cita aparece a manera de coda en esta novela que se divide en cuatro partes, la primera y la última con el mismo título: “Artemisa y el toro sagrado”.

Artemisa Athanasiadis es el eje gravitacional de la novela. No es casualidad que Artemisa fuese la hija del “griego”, un hombre que llegó a la región huyendo de la dictadura del general Metaxas (1936-1941) junto a María, su mujer —que luego desaparece y deja el cuidado de Artemisa en manos de Rosamunda, la criada—. Esta circunstancia coincide con la migración de las familias catalanas a la zona por razones y en tiempos muy parecidos.

"Teodorico es veinticinco años mayor que Artemisa, lo que no impide que ella, caprichosa y dominante, termina siendo la única mujer que lo somete y humilla"

Artemisa siente una fascinación desconcertante por un toro blanco que, según ella, salió de una laguna. Se lo lleva a un establo de su hacienda y lo visita cada noche, cautivada por su hálito. Ella es una mujer fuerte (algo recuerda a Doña Bárbara) que goza de una buena posición económica. No solo es una potentada sino que es la mujer más hermosa de la región, a la que todos los hombres desean conquistar y que ella rechaza y manipula hasta con crueldad y morbo.

Y es así como, teniendo Artemisa apenas catorce años, su padre recibe la visita del hombre más importante de Veracruz, Teodorico, con quien tenía tratos comerciales (luego conocemos que estaban relacionados con la siembra de amapola). Teodorico es un poderoso narco, dueño de tierras, negocios, empresas, comprador de conciencias y voluntades cuya influencia llega desde las autoridades regionales hasta el propio presidente de la república mexicana (la corrupción retratada).

Teodorico —cuyo nombre se inspira en el rey franco del siglo séptimo, un gran terrateniente que unificó bajo su poderío varias regiones— es un capo que premia y castiga al controlar la vida de los habitantes del pueblo de Los Abismos (nada acá deja de ser simbólico). Teodorico es veinticinco años mayor que Artemisa, lo que no impide que ella, caprichosa y dominante, termina siendo la única mujer que lo somete y humilla, le cambia su manera de vestir y de comportarse. Hasta que decide abandonarlo a los dieciséis años.

"Aunque no nos gusten las etiquetas, y solo como referencia, se podría decir que este mundo tiene algo de realismo mágico contemporáneo"

El narrador es en primera persona del singular y a veces en plural (como conciencia del pueblo y de los acontecimientos), así como marcadamente omnisciente. Un narrador discreto, que se asoma poco hasta la página doscientos, cuando él, que también estaba enamorado de Artemisa y supuestamente era su novio hasta que Teodorico emerge con su helicóptero y su séquito, tiene un largo reencuentro con ella años más tarde: “Al día siguiente desperté muy temprano, sobresaltado por la idea de que tenía que ponerme a escribir esta historia, de la que no podría deshacerme de otra forma”.

Soler despliega un dominio claro del talento narrativo, empleando un lenguaje enriquecido que contrasta en ocasiones con la manera de hablar muy mejicana de personajes entrañables, como la Negra Moya (la Negra): “¡A chingá!, ¡y ora!, ¿ya se te bajó la dignidad? Si casi me corriste ayer de tu casa por lo mismo que vienes a proponerme tú, ¡ordénate, mamacita, por favor!”.

Aunque no nos gusten las etiquetas, y solo como referencia, se podría decir que este mundo tiene algo de realismo mágico contemporáneo. Por ejemplo: El periódico del pueblo —del que Teodorico es dueño— se llama El Sol de la Rosa Mística; entre algunos personajes folclóricos secundarios que hacen vida en torno a Teodorico en el siniestro Palacio de Acayucan se cuentan su padre, que se llama Sakamoto (por haber sido profesor de kárate), el brujo Fausto (que en una ocasión de aprendizaje lo obligó a comerse el corazón de una de sus víctimas), la criada Amparito, el profesor Bambila y el boxeador Huitlacoche. Artemisa lee el tarot en la casa de citas de doña Chelo Acosta, donde también se la pasa la Negra —a la que frecuenta Teodorico y recibe en palacio—. Y last but not least Wenceslao (cariñosamente Wendy), hijo de la Negra Moya, es un gran inventor, el único gay del pueblo, que desesperadamente busca financiamiento para desarrollar una máquina voladora.

"La novela concluye con un clímax volcánico, y ello, sumado al conjunto de singularidades que hemos mencionado, hace de esta obra un viaje magnético a la profundidad de la selva veracruzana"

El tiempo en el que ocurren los hechos parte del presente en distintas edades de los personajes y se marca con saltos continuos hacia el pasado en diversas etapas de sus vidas. En las escenas finales Teodorico, que se conserva muy bien a sus setenta y seis años, se encuentra con Artemisa de cuarenta y uno —que sigue siendo atractiva— tras un cuarto de siglo sin verse. En ese preciso instante, luego de ese encuentro, el sentido de la venganza se planta como fin último en una escena de una brutalidad desgarradora: amor, perversión y maldad extrema.

Es así como, dicho lo anterior, el narrador tiene la habilidad de irnos sembrando la expectativa a lo largo del texto sobre “la tragedia del toro sagrado”. La novela concluye con un clímax volcánico, algo que no es tan común en la arquitectura de las novelas, y ello, sumado al conjunto de singularidades que hemos mencionado, hace de esta obra un viaje magnético a la profundidad de la selva veracruzana y del pueblo de Los Abismos, donde se debate el sentido de la belleza entre las culturas indígenas y europeas, la bipolaridad entre el hombre fuerte y la mujer testaruda y la desesperanza en zonas controladas por un poder omnímodo y degradado.

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Autor: Jordi Soler. Título: En el reino del toro sagrado. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.

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