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El mundo que nos dejáis, de Lucas Barrero

El mundo que nos dejáis, de Lucas Barrero

El mundo que nos dejáis (Destino), de Lucas Barrero, es un manifiesto por el clima, «la rebelión de los más jóvenes frente a la emergencia climática y ambiental». Durante años, cuando se hablaba del impacto que tendría el cambio climático, se solía mencionar a las generaciones futuras. Este libro evidencia que ya están aquí y han nacido en un planeta al borde del colapso. Por eso, cada vez más estudiantes de todo el mundo toman conciencia del problema y se suman al movimiento Fridays for Future. Lucas Barrero arroja luz sobre lo que siempre hemos imaginado, pero sin la valentía de mirarlo de frente.

Zenda publica las primeras páginas de este libro.

La juventud se rebela

Desde muy pequeños se nos ha enseñado que tenemos que cuidar el planeta. Recuerdo que, cuando tenía ocho años, en el colegio nos hablaban de que nuestro mundo estaba en serio peligro. Los bosques del Amazonas, el pulmón verde que nos permitía respirar a todos, estaban siendo talados para fabricar madera, papel y combustibles. Los casquetes polares se derretían, y lo hacían cada vez más rápido a causa del aumento de la temperatura. Los arrecifes de coral estaban desapareciendo, pasando de ser grandes explosiones de vida submarina a desiertos blancos bajo el mar. Recuerdo también que mientras nos explicaban estos desastres, que al fin y al cabo se producían en lugares lejanos, a través de la ventana de clase veía como las excavadoras devoraban la montaña de detrás de la escuela. Lo que antes había sido una colina llena de olivos y encinas repleta de vida se convirtió en una urbanización fantasma, que hoy en día sigue abandonada, y en la que no hay nada más que esqueletos de hormigón donde antes cantaban mirlos y jilgueros.

Lo que más me llamó la atención entonces era que se sabía la causa: el culpable de todo aquel desastre del que nos hablaban, la especie que estaba acabando con la vida en la Tierra, era el ser humano. Las preguntas se acumulaban en mi cabeza: ¿por qué no actuábamos? ¿Cómo era posible que destruyésemos nuestra casa, el medio que nos alimentaba y sustentaba nuestra vida? Y, sobre todo, ¿qué podíamos hacer nosotros para evitarlo? La respuesta a esta última pregunta nos llegó de mano de la maestra. Nosotros, los jóvenes, teníamos que estar siempre atentos y preocuparnos de apagar las luces al salir de la habitación, utilizar poca agua al ducharnos y cerrar el grifo mientras nos lavábamos los dientes; también teníamos que reutilizar el papel y utilizar folios reciclados… Todas esas pequeñas acciones, nos dijeron, servirían para salvar el planeta.

Han pasado los años, y aquellos niños que por entonces confiábamos en que nuestras pequeñas acciones salvarían el planeta nos hemos encontrado, al crecer, una realidad muy diferente. Nos hallamos en un mundo que da miedo. Que rueda hacia el precipicio sin que nadie haga nada para detenerlo. Afrontamos una verdadera emergencia que compromete nuestro futuro como especie y amenaza con llevarse por delante seres vivos, paisajes y ecosistemas que no volverán a existir tal y como los conocemos. En definitiva, nos encontramos frente a un cambio de realidad, de equilibrio, cuyo alcance todavía no podemos prever con exactitud, aunque sí sepamos ya que, en cualquier caso, no será bueno para nosotros.

Ahora bien, mientras esa parte de la sociedad a la que pertenecemos se concentraba en sus pequeñas acciones, ¿qué han hecho las instituciones para atajar esta emergencia? ¿Qué han hecho las grandes empresas y las rentas más altas? No han hecho nada o, al menos, nada que haya conseguido frenar esta catástrofe. El cambio climático no es una cosa nueva, se sabe de su existencia y de sus consecuencias desde mediados del siglo pasado. Mientras tanto, la acción política se ha basado en acuerdos insuficientes que en ningún caso se han llegado a cumplir. Los Estados se han escudado en que se trataba de compromisos no vinculantes de reducciones voluntarias, que en muchos casos ni ellos mismos se creían. Las grandes empresas han continuado con la extracción de combustibles fósiles, cada año más y más. Las emisiones de gases de efecto invernadero no paran de crecer y, consiguientemente, la concentración de CO2 en la atmósfera cada vez se aleja más del límite seguro que marca la ciencia, en torno a las 350 ppm, es decir, de una concentración de 350 moléculas de dióxido de carbono por cada millón de las que componen la totalidad de la atmósfera. En palabras del climatólogo James Hansen, exdirector del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, los niveles actuales de CO2 deberían reducirse hasta este límite si queremos conservar «un planeta similar a aquel en el que se desarrolló nuestra civilización y para el cual la vida en la Tierra está adaptada». Desde los inicios de la civilización, la concentración de este gas rondaba los 275 ppm. A partir de la Revolución Industrial esa cantidad se ha disparado hasta alcanzar las 415,39 ppm registradas en el observatorio del volcán Mauna Loa, en Hawái, el pasado 16 de mayo de 2018, superando así niveles no alcanzados en la Tierra desde hace tres millones de años.

Durante todo este tiempo se ha responsabilizado a la sociedad de las consecuencias que el cambio climático ha producido. Se la ha criminalizado y se ha puesto el foco de la acción climática sobre ella. Sin embargo, vivimos dentro de un sistema donde la mayoría de nuestros actos escapan de nuestro control y es el propio sistema el que se sostiene bajo la lógica del agotamiento de los recursos naturales.

En agosto de 2018, la joven sueca Greta Thunberg prendió la chispa de lo que sería la gran ola de movilizaciones por el clima de todo el mundo. Con tan solo quince años comenzó una huelga escolar por el clima frente al Parlamento sueco reclamando acción por parte de la clase política de su país frente a la emergencia climática. Ese pequeño acto sería el inicio de Fridays For Future, un movimiento de base que desde finales de 2018 ha conseguido poner la crisis climática en el foco político y social. Rápidamente, la determinación de Greta Thunberg contagió a jóvenes de todo el mundo, que de una manera u otra veíamos como no se hacía nada para atajar esta crisis: No se hacía nada por nuestro futuro. Desde que Greta comenzara su huelga, cada semana hemos sido más los que de una manera u otra participamos en esta lucha, cuyo momento culminante hasta ahora se produjo el 15 de marzo de 2019 gracias a la primera Huelga Escolar Internacional por el Clima. Esta supuso una movilización sin precedentes en la que más de un millón y medio de jóvenes reclamamos juntos la acción y justicia climática. Entre tanto, en España el movimiento había pasado de contar tan solo con cinco amigos que empezamos a concentrarnos por el clima en enero de 2019 a reunir más de cuarenta y cinco mil personas para teñir de verde las calles de nuestro país ese 15 de marzo.

Esta joven, con su determinación, ha logrado catalizar el miedo y la ira que sentimos muchos jóvenes como ella al ver como año tras año las cumbres del clima fracasan, los acuerdos no se cumplen y nuestro futuro es cada vez más negro. No podemos permitirnos perder más tiempo. No es momento de regocijarse en la esperanza ni en acciones simbólicas. Necesitamos un cambio sistémico cuyas medidas tengan en cuenta los límites de nuestro planeta. Necesitamos un cambio de mentalidad total que ponga la vida en el centro. Los jóvenes nos hemos encontrado un planeta al borde del colapso, así que no tenemos otra opción que rebelarnos contra el futuro incierto que nos espera.

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Autor: Lucas Barrero. Título: El mundo que nos dejáis. Editorial: Destino. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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