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El «Pinocho» de Del Toro y Netflix, entre Marcelino Pan y Vino y Frankenstein

El «Pinocho» de Del Toro y Netflix, entre Marcelino Pan y Vino y Frankenstein

Proyecto largamente acariciado por Guillermo del Toro, esta nueva versión del Pinocho de Carlo Collodi sitúa al mexicano en un territorio amado y transitado. Efectivamente, su película de Netflix se distancia todo lo posible de la película animada de Walt Disney —y su reciente remake en imagen real y digital, obra de Robert Zemeckis— para presentar un entretenimiento igualmente familiar pero definitivamente más oscuro, con un cierto hálito un tanto perturbador, un poco grotesco y definitivamente fantastique.

Pero si este Pinocho es tan cercano a Del Toro es porque proporciona al cineasta una nueva oportunidad para repetir procesos y asuntos narrativos de películas como El Espinazo del Diablo, El Laberinto del Fauno y la infravalorada Hellboy 2: cómo el cuento de hadas se inserta en un contexto fascista y mercantil, dos fuerzas que amenazan con matar tanto la magia como la humanidad de los personajes.

Es evidente que la sensación de déjà vu es el principal handicap del Pinocho de Guillermo del Toro (y Mark Gustafson, especialista en stop-motion). La película lo maquilla, solo con relativo éxito, con una factura visual irreprochable y algunos golpes de efecto, como son un prólogo y un epílogo fenomenales, dos secuencias que sitúan el filme en un territorio emocional bastante contundente con guiños a Marcelino Pan y Vino o incluso esos finales equívocos y escurridizos de los hermanos Coen.

"Del Toro aprovecha su historia para fabular sobre la capacidad de la fantasía de contar la verdad o, como el propio Pinocho, de mentir"

El Pinocho de Netflix y Del Toro es, en sí mismo y personificando, más una fuerza de la naturaleza, una fantasía indisciplinada que el ingenuo niño de madera de la versión más conocida del cuento, la de Disney. Del Toro aprovecha su historia para fabular sobre la capacidad de la fantasía de contar la verdad o, como el propio Pinocho, de mentir, y cómo ésta es codiciada por fuerzas y construcciones humanas peligrosas al margen del puro amor humano de su padre, Gepetto: aquí todo el mundo está deseando manejar los hilos de Pinocho, ya sea Mussolini o un avaro empresario. La historia original es, en manos del mexicano, un cuento social lo suficientemente dinámico y humorístico para no enfangar la aventura que se le presupone a una película familiar —acertada la reinterpretación de Pepito Grillo, interpretado por Ewan McGregor en la versión original—, pero evidentemente Del Toro no da puntada sin hilo en los aspectos políticos del relato. Su gusto por la iconografía religiosa da lugar, por suerte, a momentos estimulantes, como esos que se desarrollan en la iglesia previamente al bombardeo, y otros que guiñan el ojo directamente a clásicos como Frankenstein en la creación del niño de madera.

Y es que Del Toro comente un posible error, que es no tanto repetirse a sí mismo sino concretar excesivamente su mensaje, lo que anula en cierta parte la capacidad evocadora del cuento, su ambigüedad y poesía. Por suerte, secciones como la que acontece en el Más Allá resitúan una interesante película guiada fundamentalmente por su apuesta artesanal y la animación stop-motion, que resulta de nuevo fascinante, a la vez retro y avanzada, o si quieren, vintage y avant-garde, como precisamente se quiere reivindicar un filme que parece advertir que el pasado puede volver a repetirse.

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