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El proceso de separación de los Dundas

El proceso de separación de los Dundas

Era una fría noche de finales de noviembre de 1890. La conversación entre Holmes y Watson había decaído un poco y casi estaban a punto de acostarse. El detective parecía soñoliento, y su ayudante y amigo consideró que era el momento oportuno para hacerle una pregunta cuya respuesta podía proporcionarle un buen relato. Pero como era tan ambigua la fue posponiendo hasta hallar el momento oportuno, y quizá esa noche podía serlo. «Holmes —le preguntó—, ¿cuál es la aventura que a lo largo de su dilatada carrera más le ha sorprendido?». El detective entornó los ojos hasta dejarlos casi cerrados y Watson pensó que se estaba durmiendo con el suave calorcillo que despedía la chimenea. «Yo apostaría por el proceso de separación de los Dundas». «Qué cosa más rara, nunca le había oído hablar de esa aventura». «Pues espere que fisgonee un poco en mis archivos y le pongo al corriente».

"Terry Dundas era un hombretón que a punto de triunfar se lesionó en una carrera, y como tenía un carácter aventurero decidió ponerse a buscar oro en California"

Holmes cogió una de las numerosas carpetas que tenía suspendidas en el cartonnier que había situado junto a su mesa, y a la vista de la misma pareció despejarse: «¿Quiere que se la cuente ahora o prefiere esperar a mañana?». «Sinceramente, preferiría irme a la cama estando al tanto del asunto» —le contestó Watson algo intrigado.

«Un día, lady Helena Darlington vino a verme, me confesó que su marido tenía la desagradable costumbre de arrojarle la dentadura postiza una vez terminadas las comidas, y añadió que esperaba que yo interviniese para regularizar la situación y hacerle ver que cuando tenían invitados la escena era sencillamente enojosa. Lady Helena en su juventud había sido una mujer muy bella y ahora todavía conservaba en su rostro los rasgos de esa antigua belleza, pero era excesivamente corta de vista y algo sorda. Yo le argumenté que no tenía ninguna señal en su cara, cosa extraña, puesto que su marido, en su juventud, jugó de pitcher (lanzador de bolas) en Los Angeles Dodgers y se caracterizaba por su puntería en los lanzamientos de baseball. Terry Dundas era un hombretón que a punto de triunfar se lesionó en una carrera, y como tenía un carácter aventurero decidió ponerse a buscar oro en California y encontró un filón que lo hizo millonario en un par de años. Luego viajó a Inglaterra y se enamoró de lady Helena de una forma incondicional. Era muy testarudo, y como le sobraba el dinero y además era muy apuesto consiguió su propósito, pero puso como única condición que el segundo mayordomo de su casa tenía que ser un catcher (receptor de bolas) que había sido compañero suyo en el famoso equipo que ya hemos citado anteriormente.

"Mi cuarta llamada provocó una entrevista con Terry Dundas, y la verdad es que me pareció el hombre más amable y coloquial que había tenido el gusto de tratar"

»Lo primero que hice fue ponerme en contacto con su dentista, quien me dijo que la dentadura de Terry era la mejor que había tratado: no le faltaba ni una pieza y era capaz de doblar con sus dientes un dólar de plata hasta partirlo. Lo siguiente fue llamar a lady Helena y hacer que me leyera un soneto de Shakespeare, cosa que no consiguió por su avanzada presbicia. Mi tercera llamada fue al segundo mayordomo de la casa, un deportista tan corpulento como su patrón, quien me confesó que todo era una broma que se gastaban en recuerdo de sus viejos y agradables tiempos de juventud, y que de ninguna manera se trataba del lanzamiento de una dentadura, sino de una pelota firmada por todo el equipo de Los Angeles Dodgers. Mi cuarta llamada provocó una entrevista con Terry Dundas, y la verdad es que me pareció el hombre más amable y coloquial que había tenido el gusto de tratar. Me confesó que no estaba al tanto de ningún proceso de divorcio, porque amaba a Helena como el mismo día que se conocieron. Y por fin, mi quinta llamada fue, de nuevo, para lady Helena, a quien con ayuda de una trompeta puse al corrientes de mis averiguaciones. Ella no se acordaba de haberme encomendado ninguna investigación y se limitó a preguntarme qué me debía en concepto de honorarios, y yo le contesté que el importe de cinco llamadas telefónicas, o sea, nada. Pero, ante mi rotunda negativa, la dama me regaló la dentadura de su marido, que no era otra cosa que una bola de baseball firmada por todos los titulares veteranos de Los Angeles Dodgers. Terry Dundas me agradeció mi intervención, enviándome media docena de botellas de Château D’Yquen de 1806 que todavía conservo en la bodega de Mycroft y que mañana mismo me apresuraré a recuperar para que usted y yo disfrutemos de su contenido.

Acto seguido, Holmes y Watson se dieron las buenas noches, porque el sueño los vencía.

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