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El extraño caso del «otro» Dr. Watson

El extraño caso del «otro» Dr. Watson

La dama estaba presa de un gran nerviosismo, y se dirigía a Holmes y sobre todo a Watson como si ellos fueran la respuesta y a la vez su tabla de salvación. Vestía de riguroso luto, de la cabeza a los pies, y se cambiaba los guantes de una mano a la otra tal que si ese movimiento la ayudara a ocultar el temblor que padecía.

—Le ruego que se calme y nos cuente la historia desde el principio —le dijo con voz tranquilizadora Holmes—. Le pido por favor que no se altere: tenemos todo el tiempo del mundo y trataremos de solucionar el tema que tanto le preocupa.

La mujer rondaría los veintitantos años y los rasgos de su rostro eran muy dulces, aunque tenía todo el aspecto de padecer un gran sufrimiento. Empezó a hablar tratando de calmar el sorprendente temblor de su cara, de sus manos y sobre todo de su barbilla.

"Yo sabía que muy cerca de la consulta de John había otra de un nuevo médico que también se llamaba John y casualmente se apellidaba igual"

—Mi marido murió de un derrame cerebral hace cinco años. Se le hizo un entrañable oficio fúnebre y fue enterrado en un recoleto cementerio situado junto a la rectoría de Steventon, en Hamsphire, junto a su padre Henry y su madre Ella —al escuchar estos nombres, que fueron los de sus padres, Watson sufrió un gran sobresalto—. Creo que en ese precioso rincón nació Jane Austen. Fue el nuestro un matrimonio feliz hasta que aconteció su desgraciado y repentino fallecimiento. Respecto a mi situación económica tengo que decirles que es buena: él se encargó de que quedara en una posición desahogada. Tengo un amplio apartamento en Kensington, en el que antes había también una consulta médica, una pequeña casita en el campo, un criado, una doncella y un carruaje. Mi vida desde que murió mi marido ha transcurrido en la más completa soledad y sólo me dedico a mi casa y a recibir, de vez en cuando, a mis escasos amigos y algunos otros que lo fueron de John en el pasado, y me visitan de vez en cuando —todo esto lo dijo la joven viuda como si quisiera darle explicaciones a Watson, o quizá se las debiera y esta forma misteriosa de proceder no dejó de extrañarles al detective y a su ayudante, sobre todo a su ayudante.

—Continúe por favor —dijo Holmes—. Es preciso que nos aclare en profundidad lo que le ocurre para sentirse tan mal y con esa sensación de peligro que la embarga y que la está atormentando continuamente.

—Hasta finales de septiembre —continuó la dama— tanto yo como la servidumbre estuvimos en el campo, pero al llegar el mes de octubre decidí que debíamos mudarnos a la ciudad, pues presumía que se acercaba un invierno muy duro, ya que siempre lo adivino con antelación por un ligero dolor que siento en las rodillas. Opino que debo aclararles que la doncella y mi criado son como miembros de la familia, aunque me tratan con el mayor respeto y consideración. Hace una semana mientras ella guardaba la ropa de cama en uno de los armarios de arriba —dijo señalando el techo— se sintió mal, tan mal que pedí al criado que fuera con toda rapidez en busca de un médico, y el doctor se presentó en casa en quince minutos. Yo sabía que muy cerca de la consulta de John había otra de un nuevo médico que también se llamaba John y casualmente se apellidaba igual. El hecho es que nada más que lo vi me desmayé y tuvieron que llevarme a mi dormitorio. No tardé mucho en despertar, pero se me nublaba la vista y volvía a cerrar los ojos porque veía junto a la cama a mi marido, cosa que no era posible, salvo que también yo hubiera fallecido y me encontrara gratamente en su compañía. Supongo que habrán adivinado el enorme parecido que había entre los dos.

"A medida de que la mujer iba narrando la historia, el rostro de Watson palidecía"

—Continúe por favor —dijo Holmes—. No se sienta cohibida: estoy acostumbrado a resolver casos como éste, y me entusiasma que sean tan extraños como el presente. Vaya conduciéndonos hasta el final con calma.

—El doctor me tomó el pulso y me auscultó con el máximo esmero, y su diagnóstico fue que había sufrido un fuerte shock por causa o causas que solamente yo le podía desvelar, cosa que en aquel momento no me atreví a relatarle, pues todo me resultaba demasiado extraño. Pero al día siguiente lo primero que hice fue dirigirme a Hamsphire y comprobar que el panteón de mi esposo continuaba intacto. Todo permanecía en orden.

A medida de que la mujer iba narrando la historia, el rostro de Watson palidecía.

—Ya recuerdo —dijo al fin Watson—, pero yo no le di tanta importancia, pues el atender urgencias sobre la marcha es cosa que me ocurre muy a menudo. Usted es la señora de…  creo que comenté algo con usted, Holmes. ¿Lo recuerda…?

—Sí, creo que me dijo algo —mintió Holmes.

Mientras tanto, la viuda del «otro» Dr. Watson, una vez contada su historia, se despidió con un ademán cariñoso hacia los dos, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas, porque tanto el detective como su ayudante no pudieron ayudarla.

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