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El pulso de la máquina

El pulso de la máquina

Antes de que el indescifrable Yukio Mishima (1925-1970) escenificase un pseudogolpe de estado en el cuartel general de las Fuerzas de Autodefensa japonesas y se practicase el suicidio ritual abriéndose la tripa, dejó a su mujer una nota manuscrita. «La vida es breve, pero yo quisiera vivir para siempre», decía. Por suerte o por desgracia, el deseo del escritor nipón —más común de lo que admitiríamos— es virtualmente imposible; al menos, de momento. Al menos, a la luz de los avances tecnológicos a los que confiamos cada vez más aspectos de nuestra existencia finita. Pero lo que el llamado «estado de la técnica», en cambio, sí va permitiendo es que nuestra personalidad se extienda o disocie —según a quién pregunte— en una suerte de yo digital que gana terreno al yo biológico con paso de gigante; y eso, claro está, es material de especulación y pesadilla.

Flor Canosa (1978) conoce los retorcidos códigos que nos rigen y los desgrana en La segunda lengua materna (Cuatro Lunas, 2023), exigente, premonitoria e impúdica novela de ciencia ficción donde se abordan las preguntas clásicas del género —qué nos hace humanos, cuáles son los límites del avance científico, qué hay tras la muerte— bajo una luz existencialista y abrasadora que potencia sin límite el impacto de las respuestas.

"Canosa esboza una distopía transhumanista que por momentos parece lo contrario y profetiza el fin del capitalismo neoliberal para transformarse en algo distinto"

La acción se sitúa en una Argentina no muy lejana en el tiempo, donde la inmensa mayoría de los seres humanos ha sido chipeada: todos llevamos implantes neuronales que no solo permiten almacenar gustos o experiencias, sino monitorizar nuestra salud en tiempo real y automatizar toda clase de tareas otrora propias de la memoria. Desde su puesto en el Instituto Nacional de Implantología, la reputada doctora Hana Schmidt está desarrollando un nuevo y revolucionario modelo de implante, pero sus preocupaciones tienen nombre(s) y apellido(s); en particular, los de sus dos amantes simultáneos, el frío y analítico Lars Kunkel —compañero de trabajo con el que establece una relación tóxica— y el del culto y apasionado Johan Müller —compositor estrella obsesionado con Bach y las famosas variaciones Goldberg. Cuando este triángulo obsesivo-amoroso construido sobre el sexo desenfrenado se transforme en algo más, su destino —y puede que el de la humanidad entera— cambiará de forma irreversible.

Partiendo de un irresistible ambiente ciberpunk influencia de iconos culturales como el Neuromante (1984) de William Gibson (1948) o algunos de los relatos más delirantes de Philip K. Dick (1928-1982), Canosa esboza una distopía transhumanista que por momentos parece lo contrario y profetiza el fin del capitalismo neoliberal para transformarse en algo distinto. En esa línea, encontraremos una crítica al cientificismo y su manía de poner el desarrollo tecnológico al nivel de dogma irrefutable, y un escrutinio inclemente de la maternidad o el concepto de masculinidad más dañina. El debate filosófico derivado de la ya omnipresente inteligencia artificial o del todavía modesto metaverso nos traerá flashbacks momentáneos de la magistral Her (2013), de Spike Jonze (1969), del celebrado capítulo de Black Mirror: San Junípero (2016) o de la que sin duda es una de las mejores obras de Alex Garland (1970): la miniserie Devs (2020). Por otro lado, el localismo predicable del país del tango, Borges y Maradona servirá a Canosa para denunciar temas inquietantemente en boga —sobre todo, a tenor de los recientes acontecimientos políticos— y establecer conexiones con el resto de la obra de la autora; resto de obra, no obstante, que no es necesario conocer para disfrutar de esta lectura.

"Flor Canosa nos enfrenta a nuestras limitaciones físicas y psicológicas, las expone a plena luz del día y acto seguido procede a reventarlas con una frialdad expositiva propia del más retorcido de los experimentos"

Mención aparte merece el arriesgado envoltorio estructural —con un meticuloso y extraño sistema de notas al pie utilizado para repasar muchos de los nombres, experimentos, teorías y enunciados que han definido el progreso científico en los últimos siglos—, que Canosa convierte en un acierto capaz de evocar sensaciones próximas a las de la llamada «sci-fi dura» característica de autores como el titán Arthur C. Clarke (1917-2008). Otro de los pilares del libro se apoya en la descripción sin pelos en la lengua —ejem— de todo tipo de parafilias y escenas eróticas propias de película de Gaspar Noé (1963) que incluso lindan con el body horror del David Cronenberg (1943) más macarra, el de Videodrome (1983); porque si algo ha estado siempre vinculado al sexo es la pulsión de muerte —no en vano los franceses llaman «la petite mort» a lo que sucede tras el orgasmo—, y la autora sabe sacarle partido.

En La segunda lengua materna Flor Canosa nos enfrenta a nuestras limitaciones físicas y psicológicas, las expone a plena luz del día y acto seguido procede a reventarlas con una frialdad expositiva propia del más retorcido de los experimentos. El combo se completa con el elegante diseño de cubierta realizado por Cuatro Lunas, el nuevo sello editorial de Kalandraka, y que le sienta de muerte a esta oscura fábula sobre el futuro que nos espera. Así que si Mishima consiguió o no vivir para siempre es algo que queda a juicio de quien lee; lo que sí me aventuro a proclamar es que mientras sigan existiendo autores valientes e iconoclastas la ciencia ficción no morirá jamás —aunque nosotros sí lo hagamos—.

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Autora: Flor Canosa. Título: La segunda lengua materna. Editorial: Cuatro Lunas. Venta: Todos tus libros.

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