Llovía con saña bíblica y el agua lo inundaba todo: bajos, sótanos, garajes, habitaciones. Comprobó que la calle era un torrente que arrastraba cuanto hallaba a su paso, infiltrándose por las puertas antes de arrancarlas, rompiendo las ventanas. Nada podía detener aquello. Entre el repiqueteo furioso de la lluvia en los tejados y balcones llegaban los gritos de quienes eran arrastrados por la riada, o subidos a coches y árboles reclamaban auxilio. De quienes golpeaban aterrados las puertas de las casas, suplicando las abrieran, hasta que sus golpes cesaban y los gritos se alejaban calle abajo, torrente abajo.
A la casa, como a las vecinas, le llegaba su hora. Las ventanas eran torrentes y la puerta saltó hecha pedazos. El agua lo invadía todo empujando muebles y enseres, cada vez más violenta y más alta. Pasado el primer estupor la familia había logrado reunirse, agarrados unos a otros con el agua por la cintura, abriéndose paso hacia la escalera que conducía al piso de arriba. Ir a la calle era imposible y quedarse allí también lo era. Poco a poco, luchando contra el agua, los fue ayudando a alcanzar los primeros peldaños, ya sumergidos: la abuela, la hermana, los niños. Uno tras otro los hizo subir, empapados, chorreando, hacia el único refugio posible.
Ojalá sea suficiente con llegar arriba, pensó. Ojalá el torrente deje de subir y no llegue ahí. Antes de ir tras su familia, ya con el agua hasta el pecho, miró alrededor, por si había algo que podía salvar. Pero era inútil. Nada quedaba a la vista en aquel caos de agua, fango y restos de muebles y enseres. Y el nivel de la inundación seguía subiendo con la corriente, que discurría feroz por la casa medio sumergida, tirando de sus piernas desde abajo como una resaca diabólica, resuelta a arrastrar cualquier resto de vida a las aguas revueltas que rugían en la calle, camino del río cercano, del mar próximo, de la aniquilación y la muerte.
En ese momento oyó los ladridos y se le encogió el corazón. Venían de la cocina, y el descuido golpeó su corazón y su cabeza. La familia había acaparado sus pensamientos inmediatos, la urgencia de ponerlos a salvo, sobrevivir. Que todo hubiera ocurrido en cinco minutos no atenuó la desazón, los remordimientos que estremecían de vergüenza y angustia. No había pensado en ellos, en los dos perros. No tuvo tiempo ni lucidez para hacerlo, pero ahora los ladridos lastimeros sonaban y era imposible dejarlos atrás. Tras un instante de duda volvió sobre sus pasos, metiéndose de nuevo en el agua. La corriente era tan fuerte que tuvo que avanzar contra la pared, braceando entre salpicaduras. Y los vio al llegar a la cocina: estaban juntos, mojados, tiritando de frío y miedo, subidos a una encimera casi anegada. Con un vistazo comprendió la situación. El agua les llegaba a las patas y la riada hacía un intenso efecto de succión, arrastrándolo todo hacia la puerta del patio y la calle. En medio minuto desaparecerían con todo cuanto estuviera cerca. Acercárseles era un suicidio. Nada podía hacerse por ellos.
Iba a dar la vuelta para volver a la escalera cuando vio que su presencia hacía mover la cola a los perros. Que los gemidos de angustia se transformaban, al verlo, en ladridos de gozo. Y reconoció en ellos la vieja mirada de amor y lealtad; la de siempre, desde que habían sido cachorros. La de tantos años fieles, pegados a sus pasos, dormitando al lado, lamiendo sus manos y cara, dirigiéndole miradas semejantes a las de quien mira a Dios. Y con un relámpago de desolación y ternura comprendió de pronto que no podía dejarlos morir así, empapados, temblorosos y solos, creyendo que los abandonaba. Con la certeza de que, si les volvía la espalda, la incomprensión, el dolor, el reproche de sus ojos leales lo acompañarían durante el resto de su vida.
Entonces suspiró hondo, con serena resignación. Después chapoteó como pudo hasta sus perros y, abrazando los dos cuerpecillos menudos, mojados y cálidos, se dejó llevar por el torrente.
____________
Publicado el 22 de noviembre de 2024 en XL Semanal.
El torrente. Triste desayuno el de hoy, leyendo a don Arturo. Triste y tremendamente emotivo. Supongo que ha puesto por escrito, con esa excelente prosa, un hecho real, contado por alguien. Historias de la gente común, de la gente del pueblo, de la gente de verdad. De la gente que vive por sí y para los demás, sibreviviendo o malmuriendo.
Torrente. Naturaleza real que hay que temer y, sobre todo, respetar. Torrente que arrastra la vida pero deja incólume la desidia, la estupidez y la corrupción, que es lo único que queda a resguardo.
Torrente. También metáfora de lo que socialmente nos envuelve y nos arrastra, rodeados de barro, suciedad y todos los restos de lo acumulado por todos los lados. Corriente que nos envuelve y nos succiona y que todo lo convierte en caos. Corriente que ya nadie puede ni quiere parar y que unos pocos observan protegidos desde sus altozanos, desde sus altas torres.
Solo nos queda abrazarnos a lo que más queremos y abandonarnos, innanes, a la corriente, al torrente destructor.
El torrente, el caos, la vida… la muerte.
Bondad, ternura y agradecimiento amoroso en la desolación. Si hay algo que salvará a la humanidad será eso; cariño ante la desgracia compartida y valentía ante la adversidad. Y unos ojos lastimeros que, para nosotros, valen más que la propia vida.
Cada persona tiene un precio ante el destino, y cuando lo pone su corazón y deja la razón a un lado es cuando se encuentra más cerca de la perfección y renace la chispa de la divinidad que hay en nosotros. Tal vez ese sea el mensaje: cuando todo se hunde puede llegar nuestra salvación, la del alma altruista ante el horror de un mundo que parece sin sentido. Ahí, entre la espada y la pared, se encuentra lo mejor de nosotros mismos mismos.
Que gran mensaje el de la patente de corso de esta semana. Enhorabuena don Arturo.
Qué maravillosa descripción Sr Pérez Reverte!
Me he sentido dentro del agua, peleando por salir a flote. Caray!
Sus artículos siempre son magníficos, pero este ha llegado a convertirnos en protagonistas.
Deseo que comprenda que mi opinión nunca podría ser considerada como mera adulación, cualquier persona puede reconocer la sensación objetiva de una lectora.
Amo a los perros, se merecen respeto y cuidado por su amor y lealtad, incluso nos dan más de lo que reciben, pero no son seres humanos.
La hazaña del hombre del relato es enternecedora, sin embargo y después de reflexionar, yo no lo haría.
Esa persona tenía en el piso superior una familia que dependía de él y a quienes debía proteger.
Dejarse morir con sus perros, no solucionó nada ni pudo conservar la vida de los canes, fue un sacrificio inútil.
Yo hablaría con los animales diciéndoles dulces palabras con el corazón encogido, hasta que la corriente los arrastrase.
Cuando se hubiesen marchado, derramando las lágrimas más amargas de mi vida, subiría para seguir protegiendo a los seres queridos que confiaban en mí.
Esto es lo que yo entiendo por egoísmo racional.
Muy buenas noches, doña Julia. Ha descrito usted perfectamente y entiendo esa sensatez protectora que aplica a su decisión…pero no la comparto. Para empezar, el relato de don Arturo al hablar de las personas que salva inicialmente el protagonista son la abuela, la hermana y unos niños; pero desconocemos si esos niños son del protagonista o de su hermana, o incluso de unos amigos o vecinos que se los habían dejado en custodia. Todo queda a interpretación del lector. Si esos niños son hijos del protagonista aún puede tener más sentido la decisión dolorosa de usted de dejar ahogarse a los perros; pero si no lo son… las cosas cambian. Y todo parte de, a mi juicio, una interpretación de usted que yo, y posiblemente algunos lectores, no compartimos. Usted dice textualmente «Esa persona tenía en el piso superior una familia», y ahí radica para el que suscribe mi discrepancia: es que, en mi opinión, los perros del piso de abajo son TAMBIÉN para el protagonista SU FAMILIA; y un verdadero héroe, como el del relato, no se conformará jamás con salvar a algunos miembros de su familia, pondrá su vida en juego las veces que hagan falta para salvar a TODOS los miembros de su familia. Tal vez sea alguna presuntuosa cuestión de tradición machista o fruto de ver muchas películas de catástrofes, pero creo que muchos intentaríamos salvar a todos, incluidos los perros, por muy incierta que fuera la posibilidad, pues son parte de nuestra familia. Las mascotas y animales domésticos en general, creo que ya, con la legislación española actual, han dejado de ser esos seres semovientes que según el derecho romano eran simples cosas. Ahora gozan ya de unos derechos y generan unas responsabilidades y obligaciones que, como seres vivos, casi tienen más que ver con las personas que con simples objetos de un patrimonio. Me permito recomendar una novela que me produjo, en algunos momentos, una sensación emotiva parecida al relato de don Arturo de esta semana. Se trata de Centinela de los sueños, de Emilio Lara. Creo que a una persona tan sensible y bondadosa como usted, según aprecio por sus opiniones escritas por aquí estos meses, le gustaría. Reciba un atento saludo.
Comparto su visión, sr. B. Creo que hay que dejarse llevar, como en una corriente, por el relato de don Arturo, incluso aunque se lea más de una vez. Dejarse llevar y quedarse con unas cuantas cosas muy importantes: el heroísmo, la amistad, el dolor, el pánico, el horror, la lealtad, la virtud, el sentimiento… la vida.
Reflexionar y elucubrar sobre qué haríamos cualquiera de nosotros en una situación parecida, creo, en mi opinión, que es estéril. Es un enigma sin solución hasta no vernos en la misma situación. Las personas somos capaces de lo más heroico y sacrificado, hasta incluso dar la vida y también de lo más abyecto y cobarde.
Además, don Arturo nos ha dejado, como siempre, incógnitas. A mi me gusta pensar que, continuando el relato, el héroe y sus queridos animales van a ser salvados más tarde por heroicos miembros del ejército o de la Guardia Civil.
En situaciones tan dramáticas, vemos estos casos extremos, como ya hemos podido comprobar. Pero también en la vida diaria, en pequeñas cosas, en hechos cotidianos, hay gentes que obran con generosidad, que prestan su ayuda y su apoyo y que sostienen el entramado social para que sea más humano y más cercano a la naturaleza, con respeto a los animales que nos rodean.
Me conmueve, por ejemplo, aquellas personas que adoptan como animales de compañía a aquellos animales, perros, gatos, que han sido maltratados o abandonados y que cuidan y miman. De nuevo los dos extremos en los humanos. No hay nada más agradecido que la mirada de un animal, que ha sido maltratado, ante las caricias.
Caballos, perros, gatos… acompañan nuestro devenir como humanos desde antes de que fuéramos «civilizados» (lo digo con cierta chanza), ayudándonos en nuestras tareas, protegiéndonos, haciéndonos compañía… … … son milenios de estrecha convivencia.
Un abrazo.
A lo mejor se salvaron.
Qué maravillosa descripción Sr Pérez Reverte!
Me he sentido dentro del agua, peleando por salir a flote. Caray!
Sus artículos siempre son magníficos, pero este ha llegado a convertir en protagonistas a los lectores.
Deseo que comprenda que mi opinión nunca podría ser considerada como mera adulación, cualquier persona puede reconocer la sensación objetiva de una lectora.
Amo a los perros, se merecen respeto y cuidado por su amor y lealtad, incluso nos dan más de lo que reciben, pero no son seres humanos.
La hazaña del hombre del relato es enternecedora, sin embargo y después de reflexionar, yo no lo haría.
Esa persona tenía en el piso superior una familia que dependía de él y a quienes debía proteger.
Dejarse morir con sus perros, no solucionó nada ni pudo conservar la vida de los canes, fue un sacrificio inútil.
Yo hablaría con los animales diciéndoles dulces palabras con el corazón encogido, hasta que fuesen arrastrados por la corriente
Cuando se hubiesen marchado, derramando las lágrimas más amargas de mi vida, subiría para seguir protegiendo a los seres queridos que confiaban en mí.
Esto es lo que yo entiendo por egoísmo racional.
D.Arturo, solo aquellos que hemos disfrutado de perro amigo, sabemos cuan profundo llegan sus miradas. Sobre todo aquellas
con las que te están pidiendo ayuda. Un relado maravilloso y estremecedor.
De lo que no hay duda es que ellos hubieran hecho lo mismo, Don Arturo
Me encantó. Soy una fiel admiradora de los animales. Por su amor incondicional y sin reservas. Creo que, si por alguien vale la pena morir, es por ellos y con ellos.
Sólo los quenhemis tenido perro podemos entender este escrito. Gracias, Don Arturo. Magnanimidad perfectamente descrita. Gracias.
Genial, Arturo. Por un momento he sentido que el torrente me arrastraba con ellos…
Tremendo!!!
Y me arrancó un lagrimón, caramba…
Algo más que agradecer a aquellos a quienes incumbió evitarlo.
: Maestro, solo eso ¡Maestro!
Joputa , me has hecho llorar .
Me ha emocionado. Mucho mejor que muchas de sus novelas, a excepción claro está, de «LOS PERROS DUROS NO BAILAN». Los amantes de los animales y de los perros en particular, se lo agradecemos.
Hola Dr. Perez Reverte, la riada, la naturaleza y la vida, el amor incondicional emerge y si, quienes tenemos perro reconocemos esa mirada que nos llena de plenitud, de una forma distinta, que sin duda, forma parte del proceso de trascesdencia, como las lagrimas que invitablemente irrumpieron con su escrito.
Don Arturo, gracias por retratar tan dolorosa tragedia capricho de la naturaleza.
Maestro por dios. Debería darle ver poner a un viejo como yo a llorar a gritos, con los ojos corriendo por la cara. No haga eso, por favor
Sabe usted tocar la fibra sensible, en lo bueno y lo no tan bueno, cosa subjetiva y relativa por tanto.
Sus palabras me emocionaron.
Que más puedo escribir desde el sillón en que estoy sentado junto a mi fiel compañera Mafia.
Es más que un amigo, es mi compañera, me acompaña en todo momento, los
malos y buenos, su voluntad y decisión fuera de duda demuestra día tras día, desde hace ya trece años.
Yo tengo un golden retriever de tres años, al que adoramos, se llama “Tuco”; por las tardes, se echa a mi lado y le gusta que lo acaricie por no menos de diez minutos, si dejo de hacerlo con su cabeza empuja mi brazo para que continúe. También si por algún motivo levanto la voz, piensa que estoy enojado y pone su cabeza entre mis piernas y me mira a los ojos, como diciendo: no te enojes, yo estoy aquí.
Pero la situación que narra el señor Pérez Reverte es extrema, no quisiera pasar alguna vez por algo así; dejar morir a mi mascota sin hacer nada, o irme con él …no puedo imaginarlo.
No hace mucho, mi hijo tiene un boyero de berna enorme que es más bueno que el dulce de leche. Cuando lo trae a mi casa y se encuentra con nuestro perro, es un terremoto de saltos y ladridos. En una oportunidad producto de su emoción se llevaron por delante un ventanal que no tenía vidrios de seguridad, el cristal se quebró y podría haber sido un lamentable accidente, pero solo se lastimó la pata delantera Tuco, la cual, sangraba muchísimo. Asustado llegué a la veterinaria con el accidentado, que les aseguro se comportó como una persona; es muy increíble; se dejó vendar la pata por la doctora sin moverse, mirándola, también le permitió que le aplicara dos inyecciones sin chistar, pero cuando le iban a aplicar una tercera, un gruñido contundente indicó su límite de tolerancia.
He tenido otros perros, pero este en particular ha conquistado mi corazón, todos en casa lo queremos.
También ocurre otra cosa, que trato de no pensar; si, es el día que se vaya a otro sueño, del cual él no sabe qué ocurrirá, y eso, al ver su mirada, la más sincera del universo, es lo que más me mortifica. Mi Tuco no sabe; ni conoce; ni imagina su futuro; solo es un perro que mueve su cola cuando yo lo acaricio en retribución a mi cariño; en su mente solo reina la costumbre, sus hábitos y el sentirse seguro con su dueño, no necesita nada más para ser feliz.
Cordial saludo
Dios, qué tristeza.
¡Dios, Don Arturo, me hace usted llorar!
Un ser de cuatro patas mejor que muchas personas.
Arturo
Como en el tango, se me pianta un lagrimon
Una belleza el relato
Gracias
Hoy no hay sátira al respecto, lo siento pero no puedo.
Tampoco apoyo el sentir general de mis queridos compañeros de comentarios en está magnífica aventura literaria.
Lo trágico de la historia es que flotaban humanos en la plaza, siento lo de los perros, los he tenido y querido, pero muchísimo menos que a mí familia, el protagonista arriesga si vida por ellos y deja desguarnecida a su familia sin saber lo que puede pasar…
Si no arriesgó su vida por los que flotaban y procuró salvar a los suyos no puede perderla por unos perros, lo siento… Eso no es humano.
Pero bueno mi interior pienso que quizá se dió el milagro y amo y perros se salvaron… Reverte, dejémoslo en final abierto…
PD:
Ni los perros, ni los humanos, tienen culpa de que se desaten las fuerzas de la naturaleza, eso está clarísimo dentro del artículo.
Los humanos sólo son culpables de no protegerse, y proteger a sus animales, de lo que históricamente se ha demostrado que tienen que conocer.
Buenos días. Dejando a los animalitos en paz por ahora, desde luego los humanos son culpables de muchísimas más cosas de las que usted indica:
Son culpables, en especial un tal Zapatero, de anular por cuestiones ideológicas y oportunistas un plan hidrológico nacional a punto de aprobarse que, de haberse desarrollado, es posible que hubiera evitado la tragedia o en esta magnitud tan homicida con sus inversiones previstas.
Son culpables de que un tal Rajoy, cuando pudo años después, no lo hubiera puesto en marcha o al menos intentarlo. Son culpables de no haber limpiado los márgenes de cañas por una suicida e inverosimil pasión supuestamente ecológica. Son culpables de haber dejado construir, aparcar y desarrollarse las actividades humanas en zonas que según los expertos no eran idóneas para ello. Son culpables de no haber realizado las canalizaciones y represas correspondientes. Son culpables de no haberse coordinado las instituciones por intereses partidistas espúreos en perjuicio de la ciudadanía y de los intereses generales. Son culpables de racanear los auxilios por los mismos motivos partidistas. Son culpables de comer con un bellezón en lugar de estar a lo que había que estar. Son culpables de, por vanidad, rechazar ayudas internacionales inmediatas cuando más se necesitaban. Son culpables de ayudar mejor y antes ante catástrofes naturales a los de fuera que a los de dentro. Son culpables, en definitiva, todas las instancias políticas de ser unos auténticos hijos e hijas de puta y puto que ya nos tienen hasta las partes pudendas a la ciudadanía y, por desgracia, nos hacen pensar que el del bigote y voz aflautada no era tan malo como lo fue.
Creo que, por ahora, ya van definidos esos miserables hasta que se pronuncien la historia, los Tribunales de Justicia y el voto ciudadano en próximas elecciones.
De acuerdo con usted, sr. B., pero quizás las próximas elecciones le defrauden a usted de nuevo.
Verà usted cómo le votan a los antipatrias, verá cómo le votan a la Yolandísima, la de los tirabuzones de diseño y la nariz quevediana, verá cómo le votan a la Moniquísima, la destructora del sistema de salud, fea refea hasta decir basta, y hasta puede que vea cómo le votan a los errecojonianos y a los jacobinos y jacobinas de diseño y con coleta. Y hastá verá cómo le votan y «revotan» al emperador de las corrupciones, el nepotismo y las huìdas vergonzosas, el de las tesis falsas, sin importar que haya convertido la Moncloa en centro de contratación familiar.
Yo deseo que no le defrauden, pero… en este paîs el común de la gente siente un atractivo especial por el lumpen, por lo escatològico, por el escremento. También es cierto que no hay realmente dónde elegir.
Un abrazo.
Mil perdones por el «escremento». Donde dije diego…
Excremento, por favor… este teclado de la tableta de los coj…
A mí también me pasa…
Releyendo el texto he visto varios errores que me queman las retinas…
Pero es el puñetero corrector, que lejos de corregir comete errores…
Luego yo me salto alguna palabra también, pero bueno, espero que se entienda lo que quiero decir y que don Arturo, nuestro académico favorito, lo pueda perdonar…
Efectivamente, menos del supuesto cambio climático de origen antropológico, de todo lo demás la culpa es nuestra.
Un apunte:
A la India a su señora
Don Francisco no llevó,
Eso lo hace ahora
El que manda en la nación.
Tampoco hubo «amazona»
En aquella inundación,
Y el gobernador de otrora
Seguro lo hizo mejor.
Pero si escucha a Cintora,
Inchaurrondo o Monzón
Dirán que iban con pistola
Cuando echaron al felón.
Muy triste y emotivo el relato que me hizo llorar una mañana de domingo pero que entiendo metafórico porque no me parece racional el desenlace y creo que el Sr Reverte lo es. Se puede querer mucho a un animal pero, en mi opinión, no hasta el punto de acompañarle a una muerte segura por amor incondicional. Yo esta opción sólo la consideraría con un hijo y no dejaría de ser un error, un incontrolable error fruto de las emociones, porque no beneficia a ninguna de las partes. Otra cosa muy diferente sería correr grandes riesgos para salvarlos si hubiera ciertas posibilidades de éxito, aunque fueran pocas, pero me parece que esta opción no se vislumbra en el relato.
¡Salud para todos!
Entiendo el cariño que pueda tener una persona por su perro. No entiendo la humanización de estos perros, que hoy en día sufre la gente, y veo a diario, en mis vecinos, en la gente en general con la que convivo. Gente que intenta apagar su soledad con un perrillo, con un gato, con un hámster. Parejas jóvenes que intentan apagar su instinto paterno y materno adoptando un animalito, al que le compran ropa, al que malcrían cual niño caprichoso y perpetuo. Esa misma gente que pasa, que pasamos, al lado de mendigos y gente sin hogar casi sin inmutarse.
A veces he leído artículos suyos cayendo en ese animismo humanizador, y me ha resultado curioso. Creo que sufre usted ese síndrome que sufren muchos otros urbanitas. Yo, me crié en un pueblecitos pequeño, en el mundo rural, donde el perro estaba destinado a cuidar del ganado, o a cazar, o a guardar la casa; el gato estaba destinado a cazar ratones, y el cordero, el pollito o el credito, irían creciendo se irían convirtiendo con el paso de los meses en chacinas, o en la cena de nochebuena, nochevieja o pascua; así que mejor, ni encariñarse con ellos, ni mucho menos, humanizar los.
Resumiendo; por mucho cariño que les hubiera tenido a los dos perritos, esa educación rural me hubiera hecho tomar la decisión de no sacrificar mi vida por la suya, por mucho que luego me hubiera pesado.
Disminuir la soledad, la falta de amor por parte de otro ser humano, reemplazar incluso a un hijo por una mascota, parece ser una costumbre de estos tiempos. También he leído que mujeres y hombres mayores japoneses que viven solos, comparten su vida con un peluche robot que les contesta a sus preguntas y pueden mantener una conversación.
El extremo será compartir la vida con un robot humanoide con inteligencia artificial.
Creo que estamos entrando en una etapa de nuestra civilización como mínimo alarmante. El ser humano es por naturaleza un individuo sociable; que necesita formar parte de una familia para compartir las situaciones buenas y malas de la vida.
Pero se está distorsionando también la relación padres e hijos, y me animo a decir como ejemplo, que en épocas de vacaciones, si en el automóvil queda lugar para un pasajero más; entre el abuelo o la mascota, muchos eligen a la mascota, porque supuestamente le brindará más entrenamiento a los chicos.
Obviamente en un extremo de riesgo de vida, creo yo, que nadie elegirá para salvarlo, entre un perro o un ser humano, al animal…sería lo lógico; aunque en estos últimos tiempos lo lógico e ilógico suele estar invertido.
Creo que estamos ingresando en una etapa que bien podemos denominar minimalista, ascética, pura, de solo contemplación de la belleza, sin espacio para lo que esté fuera de estos parámetros; entonces, si el abuelo tiene problemas con su dentadura postiza y al tomar la sopa hace ruido frente a la mirada de horror de los menores y demás comensales …será desterrado para siempre de la familia y depositado quiera o no, en el geriátrico más cercano; o más lejano, para de ese modo poder tener una excusa para no verlo seguido.
Cordial saludo
Quizás son dos cuestiones diferentes, sr. Brun, pero nacidas de la misma inhumanidad.
Quiero decir, los que abandonan al abuelo, abandonáran tarde o temprano a la mascota cuando se cansen de ella. Y abandonarán al desarraigo y a la indiferencia a los hijos cuando estos dejen de ser «que monada de niño» y se conviertan en adustos, antipáticos e incomprensibles adolescentes. El abuelo, las mascotas, los adolescentes desarraigados, abandonados todos ellos, son el síntoma y el diagnòstico de la desestructuración de las familias, tan frecuente hoy.
El tejido familiar es el fundamento del tejido social y los abuelos son parte esencial de todo ello. Sin esto, el tejido social se disuelve y el individuo està solo e indefenso ante los poderes del Estado y del Mercado. Y… lo saben y lo promueven.
Saludos.
Así es señor Ricarrob, la deshumanización pareciera estar presente en la sociedad. Pero tampoco quiero generalizar, porque por ejemplo es muy digno y notorio de destacar, cuando la reciente catástrofe que sufrió Valencia, muchos jóvenes de otros lugares de España se convocaron para ir a ayudar allí; esto nos demuestra estimado amigo que aún queda buena madera que proviene de familias que han sabido educar a sus hijos como corresponde. Esos jóvenes serán la garantía de un mundo por lo menos normal.
Cordial saludo estimado señor
Yo también lo haría, esa mirada de mi perro, tiene todo el poder de despertar mi mayor cariño, nunca he sentido la soledad junto a mi perro y si risa, alegría y cariño.
Estimado Arturo, esta nota de hoy me calo el alma, me provoco algunas lagrimas de emoción por lo que encierran de amor y de fidelidad. Te sigo desde que leí la primer novela tuya que llego a mis manos, hace ya muchos años, desde el siglo pasado para mas datos. Siempre con el detalle sensible que sabes incorporar aun en las situaciones mas tremebundas de tus novelas y tus artículos. Hoy quiero agradecerte por este articulo, tan triste y tan emotivo, pero que demuestra la condición de algunos seres humanos, y ni que decir de nuestros amigos mas fieles. Abrazos
Pues yo lo siento, he tenido y tengo perro. Sé lo que se les quiere y lo que ellos te quieren a ti. Sé lo mal que se pasa cuando se mueren.
Pero amigos, ni en una riada ni en ninguna otra situación daría la vida, ni la pondría en peligro por ellos.
Lo siento mucho pero no.
Eso es algo que se hace, llegado el caso, por los hijos pero no por ningún otro ser vivo en el planeta, ni siquiera por tu madre.
Y lo demás es engañarse o tener el norte muy pero que muy perdido.
Recuerdo la novela de don Arturo «Un día de cólera» cuando un padre y un hijo huyen de los franceses, al hijo le alcanza una bala francesa en la pierna y cae, el padre con el alma en el pecho o el corazón en la garganta (o algo así decía) se da la vuelta y abraza al hijo caído para morir los dos a golpe de culata francesa.
Eso sí me conmovió porque pensé si yo llegado el caso hubiera tenido ese valor. Claro, que es elucubrar gratis porque no se sabe hasta que no te ves en la situación (y ojalá que nunca sea así).
Pero dos perros… lo tengo clarísimo.
Qué manera de escribir. Aquí me tiene desayunando entre lágrimas agarrado a mi perrilla.
MIS COMPAÑEROS
A veces babean, gimen casi hiposos. Lejos de la majestuosidad gatuna tropiezan y dan bandazos y se escurren por los pasillos, cuando te presienten desde el portal de la calle antes de entrar en casa. Como necesitan salir y estirar las patas todos los días son enemigos de las moquetas y de los parquéts de madera noble, pues lo ponen perdido todo cuando llueve. Nada de barreño con tierra para hacer sus cosas, siempre te sorprenderán con algunas gotitas marcando sus dominios de vez en cuando. Nunca les verás con cara de poker por si les conviene estar a tu lado o no o restregarse contra ti o no; qué va, no son como los gatos, son incondicionales, su mirada tierna y fiel será lo más amoroso y amistoso que verás en este mundo… de lejos. Sin dobleces, ni gustos personales ni sentimientos encontrados: te pertenecen en cuerpo y alma, todo lo contrario que, en mi opinión, los felinos que son ellos los que te eligen y son tus dueños, de ahí su independencia. Se puede ser perruno o no, tal vez sea necesario, como en mi caso, que fallezca repentinamente tu compañera amada, para poder saber y descubrir la ternura, la afinidad, la compañia y el dolor compartido que pueden soportar y entregar. No es cierto que les falte hablar, es que hablan de otra manera, con sus miradas, sus fríos o calientes hocicos bajo tu axila o tu muslo, con su obediencia, con su compañia sin prisas, sin movimiento alguno, sin que se vayan de tu lado cuando les molestes con tu postura o tu exceso de calor. Y sólo piden una carantoña de vez en cuando, que hagas sonar la correa para el paseo o que pienses, no hace falta decirla, en la palabra «calle». Tirarán de tí aunque tu alma esté bajo una losa de pena. Te harán hablar con personas desconocidas y entablar nuevas amistades y relaciones aunque sólo te apetezca enterrar en una gruta a la humanidad entera. Ellos te salvarán de ti mismo en los momentos más perdidos y de más congoja. Ellas y ellos serán tus mejores amigos, para siempre. Y les honrarás si te explayas en quererlos y hablar con ellos y de ellos. Son así, o así me lo parece. Sólo son…perrines
Les voy a confesar un secreto, mi perro Toy que ya me dejó (un perro callejero de Huelva de unos tres años al que recogimos en la playa y adoptamos, fíjense si habrá mosquitos allí por las marismas), parecido en forma y color de pelo a un Dingo fué, según nuestro veterinario, el primer perro en España que se salvó de la leishmaniasis tras utilizar con él, a título experimental, un tratamiento que sólo se había ensayado con algún éxito en el ganado vacuno. El tío, el primer día en nuestra entonces casa, se tiró desde la terraza de un segundo piso para perseguir un gato que pasaba por la calle (¿qué no habría comido como perro callejero en un sitio veraniego en invierno?). Nos volvimos locos buscándole por la casa ignorantes de su osadía y, salvo una ligera cojera un par de días, salió perfectamente de su aventura. Me acompañó trece años más. Un maldito y maravilloso superviviente al que recordaba durante mi larga enfermedad hepática y posterior transplante de hígado. Quizás algo aprendí de él. Descanse en paz.
Lo que le pasó a usted con su «dingo» le pasó a don Antonio Burgos con un gatito…
Es curioso que usted despotrique contra los gatos con argumentos parecidos a los que don Antonio usaba para desacreditar la obediencia perruna…
Él escribió un delicioso libro titulado «Gatos» , literatura de altura hablando de perros y gatos…
Una lástima que don Antonio ya no esté entre nosotros, pero con la limpia y certera prosa del señor B, como dice don Ricarrob, podemos seguir disfrutando.
Un saludo
Muchas gracias por su comentario. No despotrico, creo, simplemente estoy a un lado de la línea de quereres por mi experiencia personal. Solo tuve, de prestado, una gatita de un amigo en vacaciones y, tonto de mi, se me ocurrió subirla de un paseo en nuestro ascensor que, en todas sus paredes hasta media altura disponía de grandes espejos. La gata cuando se vio reflejada produjo un maremagnum: brincaba de uñas de espejo a espejo y, sin agarrarse a nada, dio tres vueltas a la cabina del elevador. En una de los contorsiones me agarró la cara y clavó en ella sus uñitas con fruicción. Menos mal que las heridas cicatrizaron bien. Achaco el revolcón a su miedo e instinto, pues sopongo que creía que estaba diendo atacada por otros congéneres. A lo largo de mi vida habré vivido, en diferentes periodos desde luego, con unos doce perros de diferentes razas y jamás me pasó algo semejante. Pero vamos, mi mejor y más antiguo amigo es gatero, gatero y siempre tiene al menos cinco en su chalet y…nos llevamos bien. Se es gatuno o perrero por alguna razón de cada persona y comprendo ambas situaciones de cariño.
Bueno, un abrazo.
Dijo Don Pedro Muñoz Seca:
Donde en verano el tiempo el gato pasa
Es el sitio más fresco de la casa
Y el paseo mejor en el que vean
Que tres o cuatro curas se pasean…
Moraleja:
Animales más sensatos
Son los curas y los gatos…
Un saludo
Sr Pérez Reverte, quisiera comentarle algo de un amigo que se considera de difícil convivencia.
En la Alemania nazi, un médico descubrió unos niños a los que llamó pequeños profesores.
Estos niños son inteligentes, con facilidad de palabra y vasto vocabulario. No mienten y les cuesta entender a los neurotipicos( o sea los demás) se irritan con facilidad,pero son lógicos.
Les molestan los sonidos estridentes, las situaciones injustas, algunas comidas y adoran coleccionar cosas.
No son enfermos ni dementes, sólo peculiares, ven el mundo de diferente manera y su cabeza está en ebullición constante
Eran y son los llamados niños Asperger, ahora ya hay algunos adultos diagnosticados, otros todavía no.
Entre los adultos están:
Elon Musk
Bill Gates
Anthony Hopkins
Keanu Revés
y muchos más.
Todos ellos relevantes, que sufrieron incomprensión y que a mí me entusiaman.
Ya no se llaman Asperger sino TEA, por las connotaciones nazis del Dr Asperger.
El brillante ingeniero catalán Ramón Cererols, pasaba de infierno en infierno cada vez que lo ascendían en su trabajo. Tenía prosopagnosia, dificultad para reconocer las caras y cuando se había acostumbrado a su equipo, al ascender debía aprender otras caras.
Hasta que colapsó con 50 años. Entonces hicieron un estudio y descubrieron que era Asperger.
Fue un alivio, reconoció que su esposa e hija le ayudaron, pero tuvo que retirarse. Es muy amable, escribió un libro y da conferencias sobre el tema.
Bueno, yo también he estudiado un poquito está fascinante condición de algunas personas que se sienten extrañas y perdidas , cuando solo necesitan comprensión, respeto y sentirse orgullosos de lo que son.
Tan conmovedora,excelente relato,lon have inolvidable,lo compartí con varias amigas ,mis hijas y hermana .Tan real que podría ser verdadero
Me ha encantado este relato. Te hace sentir dentro de la corriente y al haberlo leído después de las inundaciones de Valencia cobra un sentido aún más sobrecogedor. Muchas gracias don Arturo
Don Arturo, he sentido el agua en mis piernas y he oído los ladridos de esos perros, muchas, muchas gracias, lo suyo es como de brujería.
Ud. me ha hecho llorar!
Hoy me siento absolutamente ecfrásico.