Pese a su mala cabeza lo que más me gustaba de ella era su cabeza. Sin embargo, de vez en cuando la sentaba.
Y así era, en efecto. Porque lo que yo quería era irme con ella, irnos muy lejos: tal vez a una isla —según Lawrence Durrell, los apasionados de las islas somos “islómanos”—, tal vez a la montaña, tal vez a esquiar juntos. Me vine arriba nada más darle el segundo o tercer beso, lo admito, y eso que el verano no había llegado a su fin.
—Vayámonos a esquiar.
—Pero si soy alérgica a la nieve.
Como diría la canción, “empezamos mal, y yo que creía que esto era un buen plan”.
Nos quedamos sin esquiar y sin los fuegos del fuego. Porque seguía siendo verano: era verano y yo le hablaba de esquiar.
Sin embargo, con tan poco, cómo pudimos llegar a tanto. Todo eso lo pensaba el otro día mientras disfrutaba de las cumbres nevadas del Pirineo sentado en el telesilla junto a mi amigo Quique, parapetados los dos tras nuestras gafas de pantalla. Ella era alérgica a la nieve, y yo lo era al olvido, pensaba mientras coronábamos el Rincón del Cielo.
Volví al mismo lugar donde aprendí a esquiar de niño. Cómo no recordar aquellos años, aquellos vértigos, aquellas curvas cerradas que tomaba bruscamente el viejo autobús en el que un grupo de niños se afanó para ver por primera vez la nieve. No había rastro de la sangre sobre la nieve, como en el cuento de García Márquez, pero sí las sombras, todas las sombras, del niño que fui, y del que nunca dejé de ser.
“Aunque trates de llegar a los picos más altos nunca hay un lugar donde llegar sino la certeza de que siempre hay uno de donde huir”, me dijo de repente un misterioso esquiador solitario que apareció en medio de la niebla.
Manuel Jabois hablaba del universo paralelo donde se quedan los mensajes que no nos atrevemos a enviar, yo podría publicar una enciclopedia entera. Escribir, por ejemplo, el verso de Cristina Peri Rossi que nunca te mandé: “Me inundan los recuerdos de ti / discúlpame / la literatura me mató / pero te le parecías tanto”. Todo eso lo pensaba en el telesilla, y cuando me quité el guante, como la protagonista del cuento, observé que mi dedo estaba sangrando.
El rastro de tu sangre en la nieve.
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Los textos de “Tal vez la niebla” son variaciones de los publicados por David Trías en su cuenta de IG
Empezar citando a un gran escritor como Lawrence Durrell y terminar citando a un cantamañanas como Manuel Jabois puede echar por tierra el texto mejor intencionado.