[19 mayo – 1 junio]
Paseas todos los días por el parque de esculturas. Comienzas siempre escuchando música en los auriculares y enseguida la tienes que apagar. Prefieres concentrarte en el paseo, en el ruido de las pisadas sobre la hierba, el canto de los pájaros… los sonidos de la naturaleza. También en las conversaciones de la gente con la que te cruzas y saludas como si fueras ya un habitante de ese lugar.
Eso te hace perseverar. Y cuando terminas el paseo, te encierras en la habitación y continúas con tu novela. Es diferente a Anoxia. Y también a todo lo que has escrito. Pero conforme avanzas descubres que tiene las mismas trazas, que hay cosas que vibran del mismo modo, en la misma frecuencia. Al fin y al cabo, la está escribiendo la misma persona.
*
El martes por la tarde, Rita, la cocinera, no puede venir y pedís pizza para cenar. Todo lo que cocina está delicioso y es sano, pero te apetecía ya algo grasiento y poco saludable. Después, para culminar la noche americana, subes en el coche con Jung y vais a un Dairy Queen a comprar un helado aún menos saludable. Es un clásico, dice Jung mientras pide un Blizzard desde la ventanilla. Helado “suave” con trozos de galleta. Será una bomba calórica, pero es una de las cosas más ricas que has probado jamás. Por la noche, eso sí, te cuesta conciliar el sueño con tanto azúcar en el cuerpo.
*
Hoy, miércoles, es el día que más escribes de todos los que llevas aquí. Ni siquiera te levantas a pasear. Estás como poseído por la historia. Has entrado ya en la última parte y ves a lo lejos el final. No quieres parar. Llegas hoy a las tres mil palabras. Con la cabeza embotada, te plantas en la cena y te cuesta arrancar el inglés. Después, al recoger las sobras para guardarlas en el frigorífico, intentas cerrar un táper cuadrado con una tapa circular. Durante varios segundos, no te das cuenta de lo que estás haciendo. Las residentes que están contigo en la cocina te miran también sin decir nada, pero con una sonrisa incrédula. Las miras y comienzas a reír. Tienes la mente en otro lugar. Pero es por una buena razón.
*
Terminas de leer No hemos venido a divertirnos, la novela de la escritora noruega Nina Lykke. Algo en la trama resuena con lo que estás escribiendo aquí. La cuestión de la cancelación, sí, pero sobre todo la de los puntos de vista: quién recuerda, quién narra, quién se apodera del discurso, quién lo recibe… Un escritor defenestrado recibe la invitación de participar en una mesa redonda con la autora que escribió un libro en el que lo acusaba de haberse propasado con ella. Lykke lo trata todo con humor e ironía, pero debajo hay muchísima inteligencia. Una manera de mostrar los claroscuros, las hipocresías y las pequeñas miserias del mundo literario noruego. Un contexto que, pese a las diferencias, no te resulta tan lejano.
*
Conforme avanza la semana, se instala ya un sentimiento tristeza por la futura partida. Quedan unos días, pero ya todo el mundo comienza a ser consciente de que esto se va a acabar. Al menos, tú lo sientes: nostalgia prospectiva; consciencia del futuro en el que pensarás en este pasado feliz.
*
El sábado terminas el primer borrador de la novela. Cuando escribes la palabra FIN en el cuaderno, aguantas el salto y contienes la alegría. Lo haces hasta que logras pasar a ordenador el último capítulo y poner punto final en el archivo de Word. Entonces sí que saltas de la silla de alegría. Queda muchísimo trabajo aún. Tal vez más de un año de idas y vueltas. Y eso si todo va bien. Pero ya tienes lo que habías venido a buscar aquí. La materia sobre la que comenzar a trabajar en los próximos meses. Cortando, pegando, reescribiendo, restructurando, afinando… Pero ya hay algo; hay suelo. Hay historia. Y te la crees. Funciona. Al menos para ti. Eso es lo importante.
Compruebas después el número de palabras del manuscrito: 64701. Prácticamente idéntico a las 64400 de Anoxia y a las 64600 de El dolor de los demás. Una vez más, sin pretenderlo, la trama se ha resuelto al llegar a esa distancia. Esa parece ser tu medida, la extensión que necesitas para desarrollar una historia. Por eso el lomo de tus novelas suele tener casi el mismo grosor, como si fuera siempre el mismo libro.
También compruebas las que has escrito aquí: 40000. Muchísimo más de la mitad. Has avanzado en este retiro más que en todo el último año. A una velocidad y en un estado que hacía mucho tiempo que no lograbas.
Cuando terminas, de hecho, te cuesta decelerar. Abres inmediatamente el cuaderno y te pones a escribir otra cosa. Como si los dedos aún siguieran trabajando. Te obligas entonces a salir de la habitación y sales a dar un pequeño paseo para celebrarlo. Y caminar, paradójicamente, te sirve para frenar el tren de la escritura y dejarlo aparcado en la estación.
Te sirve el paseo y te sirven también los vinos y las cervezas que tomáis en el porche. Antes, acompañas a Louise y Wah-Ming a comprar unas botellas para celebrar. Si algo no se celebra, no tiene sentido. Es lo que piensas. Si estuvieras en Murcia, habrías salido de fiesta. Aquí quieres también quemar la noche y quedarte hasta tarde. Os bebéis el whisky de Theresa. Os quedáis hablando en el sofá. Y antes de las doce ya estás en la habitación. Eso aquí es trasnochar.
*
El domingo te levantas sin saber muy bien qué hacer. Estás tentado a abrir de nuevo el ordenador y ponerte a repasar lo escrito. Pero te convences de que no debes hacerlo. Déjalo reposar unas semanas, te dices. Tienes que salirte de la historia para mirarla después con otros ojos.
Paseas tranquilo por el parque de esculturas. También por los alrededores. Descubres lo que te has perdido por estar encerrado estas semanas. Caballos, caminos, estanques… naturaleza. Pero no viniste aquí a hacer turismo, sino a escribir.
Tampoco has leído demasiado. Al menos no tanto como sueles. Y ahora, en los últimos días en Art Omi, también dedicas el tiempo a eso. En el porche, en la biblioteca de la Ledig House, en la habitación, en la terraza… tratando de exprimir lo que te queda.
Durante este tiempo has mantenido la mente en español, escribiendo y leyendo. Ahora retomas las lecturas en inglés. Empiezas con The Horned Man, la primera novela de James Lasdun, que no está traducida al español. Un caso de abuso en la universidad. También muy próximo a lo que escribes. Aunque al principio te cuesta entrar, enseguida te metes dentro y olvidas que estás leyendo en inglés.
Compaginas esa lectura con Theory & Practice, de Michelle de Kretser, la última novela de una autora australiana que no conocías y de la que todas hablan en las cenas. Una novela de campus sobre el postestructuralismo en las universidades durante los ochenta. Te recuerda a La trama nupcial, de Eugenides, aunque algo más libre en la forma y en la manera de narrar.
De Kretser es solo una de las referencias que te llevas contigo. La estancia te ha servido para escribir, para desconectar del tiempo acelerado, pero también para asomarte a otro mundo literario. Otros autores, otras obras de las que jamás habías oído hablar. Es curioso, piensas: por muy global que sea el mundo, y por muy conectados que estemos con las redes, todavía la presencia, la conversación, el estar en los lugares, es imprescindible para conocer de primera mano lo que se lee y lo que importa.
Por supuesto, siempre preguntas por los autores españoles: ¿qué se lee aquí? Poquita cosa. Marías, algo de Vila-Matas y ya está. Recuerdan al Cercas de Soldados de Salamina y al Ruiz Zafón de La sombra del viento. Pero poco más. Lo que se traduce, que es bien poco, no logra saltar la barrera de los círculos que leen literatura en traducción.
*
Los últimos días están llenos de despedidas. Poco a poco, las residentes se van marchando. Es un grupo especial. Lo dicen todos los invitados, también el equipo de dirección. Hacía tiempo que un grupo no congeniaba tan bien. Sin duda, ha sido especial. En todos los sentidos. Gloria, Theresa, Wah-Ming, Jung, Louise, Sarah, RK, Alba y Jennifer. Escritoras admiradas y, ahora, amigas queridas.
El último vino en el porche de la Ledig House es pura nostalgia. El atardecer más bello. Las flores radiantes. Los ciervos al fondo. Firmáis bajo el remate del poste de arranque de la escalera. “MAHN”, pones tú. Y casi puedes escuchar la banda sonora. Sabes ya que esto quedará para siempre en tu memoria. Como también quedará el alien de goma que te regalan y firman para ti. Has hablado tanto de tus sueños con extraterrestres estos días, que cuando Jung lo vio en una tienda de Hudson no dudó en comprártelo.
Es lo último que guardas en la maleta, con cuidado de que no se rompa. Al terminar de hacer el equipaje, te tumbas un momento boca arriba en la cama y piensas en este mes que ya se acaba. Después, te sientas frente al cuaderno y rememoras la experiencia. El privilegio. El regalo. Sabes que no se te va a olvidar. Pero necesitas que las palabras capturen algo de lo que sientes ahora. La escritura, de nuevo, tratando de ordenar la mente.
*
El miércoles, después de las últimas despedidas, tomas el tren desde Hudson a Nueva York. The National y Bon Iver te acompañan en los auriculares. Es el final de una película independiente.
Y al llegar a Nueva York, comienza otra. Otra película, esta vez más comercial. Al salir de Penn Station, el mundo se acelera. Taxis amarillos, sirenas de policía, olor a pretzel y gente apresurada. Pasas de la soledad del campo al bullicio de la gran ciudad.
Subes como puedes la maleta pesada los tres pisos sin ascensor del apartamento que has alquilado en el Upper West Side. Al entrar, constatas que esto no es Art Omi. Regresas al mundo real. Hacer la compra, la comida, escuchar a los vecinos, asumir la incomodidad del piso pequeño en la gran manzana. Pero es Nueva York. Te podrás acostumbrar.
*
No sabes muy bien qué vas a hacer estos días. Lo primero, una ruta de librerías. Buscas tu libro sin que se note demasiado. En Barnes & Noble, en Strand Books, en McNally Jackson. No está en la mesa de novedades, pero lo encuentras en las estanterías. No puedes evitar fotografiarlo. Un murciano en Nueva York.
Después, sin saber por qué, regresas a los mismos lugares en los que ya estuviste en otros viajes a Nueva York. Lugares marcados por experiencias que se han quedado contigo para siempre y que ahora despiertan en cada calle, en cada restaurante, en cada galería que visitas.
Es lo que te sucede cuando paseas por Washington Square y te acercas a NYU. Te acuerdas de Sergio Chejfec. Su mirada, su manera de caminar, su conversación inteligente… Intentas recorrer las mismas calles que recorriste con él, comer en el mismo lugar, tomar café en la misma librería. Es tu pequeño homenaje. A una persona querida y, sobre todo, a uno de los mejores escritores de las últimas décadas.
*
Mientras tanto, no puedes evitar los nervios. El sábado presentas tu novela y tu inglés sigue siendo terrible. Ensayas algunas frases. Vocabulario de la novela. También sigues leyendo en inglés y escuchando pódcast y audiolibros. Pero no hay manera. Hay algo que no acaba de funcionar en tu cabeza, como si fuera refractaria al idioma. O como si, directamente, se hubiera rendido.
Te haces entender, y eso ya es suficiente. Esfuérzate en escribir bien en español, no en hablar bien en inglés, te dices para consolarte. Pero en el fondo, cada vez que tienes que hablar en público, te tiembla todo.
*
El sábado te despiertas en cuanto amanece. Ensayas vocabulario, frases, giros… como si fuera un examen. A las malas, siempre podrás decir: I promise, my novel is better than my English.
Llegas antes de tiempo a la Biblioteca de Brooklyn, en Sunset Park, donde has quedado con Ana Vidal. Aunque el barrio está lejos de todo, te hace ilusión por la novela de Paul Auster, que precisamente comienza con un personaje que tiene una relación particular con la fotografía. Ana también ha llegado pronto. Tomáis algo cerca mientras os ponéis al día. Hoy será quien te presente, y eso al menos te tranquiliza. No imaginas a nadie mejor: murciana en Nueva York, conoce el territorio de la novela, pero sobre todo ha escrito un libro emocionante sobre la muerte (Cómo acompañar a morir) y ha vivido como nadie los temas de Anoxia.
Ella te calma. Si te atascas con el inglés, te ayudará. Eso te quita presión. Y luego, durante la presentación, como por arte de magia, el inglés se conecta. Todo sale mucho mejor de lo que esperabas. Te sientes suelto, a gusto. También porque entre el público hay sobre todo amigos y gente cercana.
Al terminar, coméis en un mexicano con David, Espe, Mandioca y Ana. Luego seguís recorriendo el barrio. Ana y Espe están enamoradas de Nueva York. Necesitarías una entrada nueva del diario para contarlo todo. Al final del día, Ana te manda un whatsapp con la lista de todo lo que habéis hecho, para que no se te olvide:
Procesión de virgencitas mientras comíamos quesadilla; Botánica (jugando al dominó) para la santería; tacos El Bronco (supuestamente los mejores de nueva york!); Sunset Park; Green-Wood Cemetery; Williamsburg: Dominó Park, Marsha P Johnson Park (pequeña playa con vistas a manhattan frente al letal East River) y Trader Joe’s (¡el supermercado hípster donde mola trabajar!); Greenpoint (barrio polaco, que no está tan gentrificado pero con precios imposibles también); Lot Radio (iniciativa comunitaria); y margarita en Friends and Lovers.
Siete días en uno. Llegas a casa absorto en tus pensamientos, intentando rememorar la jornada, y empiezas a subir escaleras. Ha salido todo tan bien, te dices. Y de repente, sin embargo, todo se viene abajo. La puerta del apartamento está abierta de par en par. Entras con sigilo. Todo está vacío. Como si los muebles se hubieran evaporado. Tampoco funciona la luz. ¿Qué ha pasado?
Entras en pánico unos segundos. Hasta que lo entiendes. No es tu apartamento. Te has equivocado de piso y has subido uno de más. Respiras. Bajas las escaleras. Abres, ahora sí, la puerta correcta. Caes a la cama rendido.
*
El domingo paseas por el High Line. Mientras te tomas un helado en Chelsea, te llegan las propuestas de cubierta para la edición americana de El dolor de los demás, que aparecerá el próximo año. De nuevo, te ilusionas.
Al llegar a casa, ves Kodachrome, la película de Mark Raso basada en un reportaje del The New York Times sobre los últimos vestigios de la fotografía Kodachrome en Estados Unidos y el viaje de los fanáticos de esa película al último laboratorio en Kansas capaz de revelarla. La película no es espectacular. Si acaso, merece la pena la interpretación de Ed Harris. Pero al terminar, te emocionas. Unas lágrimas. Y, después, el llanto que ya no sabes cómo frenar. No sabes exactamente de dónde viene, pero seguro que no es de la película.
Llevas varios días raro. Retentivo. Como si la presión y los nervios no te hubieran dejado experimentarlo todo con la alegría debida. Pero esta noche algo se afloja. Y, sin saber muy bien por qué, tú te dejas ir. Lloras en silencio. Como si el cuerpo necesitara soltar lo que la mente no ha sabido procesar.


Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: