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El viaje infinito

Construye Wolfgang Hermann este hermoso libro como si se hubiese planteado la pregunta de Hölderlin (no en vano se doctoró con una tesis sobre él): “¿Adónde iré?”, se lamentaba el gran poeta“Sé tú, canto, mi asilo acogedor”.  Y así, como si estuviésemos ante una figura del romanticismo alemán, ese Wanderer, poeta errante a la búsqueda permanente de un sentido (“En ningún lugar, en parte alguna he de encontrar lo que busco”, confesaba Kleist), se presenta ante nosotros el autor austriaco con esta obra poética y sutil. ¿Cuál será el asilo de este trágico caminante urbanita? Porque, y esa es una de las grandes diferencias con la tradición clásica más vinculada a la Naturaleza, nos encontramos aquí con un paseante a la francesa que deambula por las ciudades observando, escuchando, intentando encontrar aquello que permanece en él y aquello que se transforma. “Soy el resultado de constantes transformaciones”, avisa ya desde el principio, y se pregunta: “¿quién era yo en esas ciudades cambiantes y en qué me convertían ellas?”

"Identidades, vidas diferentes que lejos de la ciudad no pueden encontrarse. Por eso vaga por París, Berlín y Nueva York, donde se revela su canto con un desfilar de estampas diversas"

Porque desde el principio está bien clara su opción por las ciudades y el extrañamiento que le producen los lugares más pequeños en los que hay tiempo, pero en los que se siente incapaz de permanecer. “¿Por qué regresas una y otra vez a las metrópolis, a esas ciénagas del tiempo?”, se pregunta. Decía Heráclito que en el cambio estaba la permanencia, es decir, la lucha (simbolizada por el fuego) es lo que permanece y es la realidad con la que tenemos que contar. Hermann, en esa búsqueda desesperada propia del hombre contemporáneo marcado por el dolor (doble herida en su caso, la de la vida común a todos nosotros, y la de la pérdida de un hijo adolescente, que relató en Despedida que no cesa) de un significado, también se plantea: “¿Puede saberse realmente algo sobre la transformación?” Y concluye de una manera moderna: “La transformación consiste precisamente en dejar suceder, en dejar de ser (…) dejándose llevar libremente en el mar anónimo del día, de persona en persona, de identidad en identidad, sin tener nada más que un pasaporte que de testimonio de ella”. Identidades, vidas diferentes que lejos de la ciudad no pueden encontrarse. Por eso vaga por París, Berlín y Nueva York, donde se revela su canto con un desfilar de estampas diversas: una historia de amor, conversaciones de parroquianos en una barra de bar, un niño que come junto a su niñera, un apagón en el metro, compañeros de viaje unidos de manera inesperada que se resisten a separarse… Historias como colores llenos de vida, “colores de extrañeza y de familiaridad que, paso a paso, te conducen a otras vidas”. Recorre así el autor un camino de depuración en el que se limita a permanecer atento, escuchar, observar hasta verse acogido, diluido, en su singular canto: “no soy sino dos palmas de las manos abiertas, sólo aliento, sólo sonido, cuando la sirena de niebla del buque de vapor vuelve a sonar otra vez, sin fin”.

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Autor: Wolfgang Hermann. Título: París Berlín Nueva York. Transformaciones. Traducción: Jorge Seca. Editorial: Periférica. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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