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‘Electric Dreams’: Sueños y pesadillas de Philip K Dick

‘Electric Dreams’: Sueños y pesadillas de Philip K Dick

A finales de 2011 comenzó en el Channel 4 británico la emisión de Black Mirror, una serie de culto, de las que de verdad merece la etiqueta, sobre los peligros de los avances tecnológicos llevados a unos extremos poco recomendables. Su visión oscura, desasosegante y pesimista (o quizá solo informadamente realista) quedaba subrayada además por el hecho de que presentaba un tipo de ciencia ficción a veces claramente exagerado o aumentado de lo que ya tenemos, pero que al mismo tiempo parece estar a la vuelta de la esquina. Véase, por ejemplo, el episodio Nosedive, sobre los efectos a los que puede llevar el uso de los «me gusta» y los sistemas de puntuación de todo y para todo en internet, o The Waldo Moment, sobre las caricaturas animadas con alcance político. Channel 4 solo emitió seis episodios en dos tandas de tres, y en 2015 la serie se les fue a Netflix para hacer doce más, así que cuando llegó el momento de buscar un reemplazo, era una idea muy lógica volver a las fuentes y recurrir a uno de los popes del género.

Así, los sueños eléctricos a los que se refiere el título de esta serie son los del estadounidense Philip K Dick (1928-82), uno de los autores de ciencia ficción más reconocidos de siempre, sacado de una sus obras más célebres, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, base a su vez de la película Blade Runner. De esta forma, Electric Dreams es una colección de adaptaciones de diez de sus relatos (Dick publicó más de 120, junto a 44 novelas), independientes entre sí, y algunos de ellos originalmente de solo entre diez y veinte páginas de longitud. Al igual que pasó con Blade Runner, cuya continuación 35 años más tarde acaba de llegar a los cines, a menudo las diferencias entre el original y la adaptación a la pantalla, incluyendo el final de cada historia, son tan grandes que apenas queda una pequeña semilla central como idea en común a ambos.

Un ejemplo es el primero de estos episodios, The Hood Maker, en el que se nos traslada a una sociedad distópica (adjetivo de moda) donde existen una serie de personas con habilidades telepáticas, apodados «Teeps», a quienes los «Normales» temen debido a su capacidad no solo para leer mentes ajenas sino además para pasarle todo ese conocimiento al resto de telépatas, como si formaran entre todos un telégrafo cerebral. Estas habilidades han dado lugar a que el gobierno decida aprobar una Ley de Anti-Inmunidad para hacer uso de los teeps en cosas como el espionaje o el «interrogar» a sospechosos de delitos (o más que interrogar, meterse en sus mentes como quien irrumpe en una casa con una orden de registro). Al tiempo, se sospecha que los teeps están preparando algún tipo de golpe de estado contra los «normales», mientras aparece en escena una manera de protegerse de sus poderes usando una especie de «capucha» que en el relato original es más bien una cinta para la frente y en la serie es una máscara con un poco de relieve, o sea, prácticamente una bolsa de tela crudamente decorada. En el episodio se cuenta una historia un tanto más compleja, en la que un detective (Richard Madden, Robb Stark en Juego de tronos) y su teep trabajan juntos en medio de sospechas, traiciones y engaños por un mundo post-industrial lleno de oficinas en pisos altos, tenderetes de puntapié en las aceras y airadas manifestaciones por las calles. Incluso da tiempo a plantear cómo la habilidad de los teeps puede aprovecharse con fines sexuales.

En la segunda historia, Impossible Planet, se nos dibuja rápidamente un futuro en el que es posible viajar a todas partes del universo con tanta facilidad que existe toda una industria turística para visitar planetas y fenómenos estelares particularmente bellos, al estilo de lo que se hace en la Tierra con las auroras boreales, por ejemplo. También es posible vivir trescientos años, y hay una anciana sorda (Geraldine Chaplin) con un sirviente robot como única compañía, cuyo abuelo vivió en la Tierra, lugar que ella nunca ha visitado, que quiere ir ahora allí para pasar sus últimos días, ofreciendo una gran recompensa en efectivo a dos empleados de la empresa de viajes. ¿El problema? Que el planeta Tierra es un pedrusco ignorado, radioactivo si es que aún existe, y que ya nadie sabe muy bien dónde está. ¿Cómo podemos complacer a la señora y a la vez quedarnos con el dinero? La historia original es tan breve, solo once páginas, que queda sitio en el episodio para la novia de uno de los empleados y para añadir una conexión especial entre él y la clienta, aparte de también cambiar el final.

El tercer episodio es The Commuter, y está protagonizado por un empleado de los ferrocarriles ingleses (Timothy Spall), cuyo hijo tiene problemas mentales y de comportamiento a ratos violento, que empieza a sospechar que existe una parada de tren oculta, no marcada en los mapas de la línea que pasa por Woking, en la que lleva trabajando veinte años. Al final, la trama acaba siendo una historia sobre la toma de decisiones, la desesperación a la que lleva una situación continuadamente tensa, y la auténtica naturaleza de la felicidad. El relato original iba más por el camino de las realidades alternativas, mientras que el episodio toca más la tecla de la utopía en principio agradable y que luego acaba en pesadilla de la que arrepentirse.

Crazy Diamond es seguramente el episodio que menos rastro tiene del Dick original, tan poco que ni siquiera retiene el título (Sales Pitch), ni el objetivo de su protagonista, que es escapar de su trabajo y su vida presente hacia un lugar aún inexplorado del espacio. En lugar de eso, Ed (Steve Buscemi), el ingeniero de Conciencia Cuántica cuya peripecia seguimos, desea tripular su velero hacia alta mar para dejar atrás un mundo donde una agresiva erosión de la costa derrumba varias mansiones con bellas vistas cada año, y en el que los alimentos naturales como los huevos se pudren en pocos días o incluso horas. El lugar donde trabaja Ed es una empresa que fabrica unas quimeras mezcla de humano y cerdo que luego necesitan que se les inyecte una conciencia artificial para resultar completamente vivas y animadas. Un problema adicional es que, como pasaba con los replicantes de Blade Runner, estos seres tienen una duración limitada, lo cual no llevan con mucho agrado precisamente. Este episodio es más problemático de seguir narrativamente, y está rodado de una forma más onírica y surrealista.

La quinta entrega, Real Life, con guion de Ronald D Moore, el responsable de la resurrección de Battlestar Galactica hace unos años, es quizá la más «cienciaficcionesca» de todas, en el sentido más clásico y más cinematográfico. Basada en Exhibit Piece, narra la historia de dos personajes que utilizan un aparato mental que les permite tener unos sueños tan nítidos que parecen vacaciones de sí mismos. Uno de ellos (Anna Paquin) es una policía blanca y lesbiana que acaba de pasar un amargo trago en el trabajo, y el otro es un billonario negro y viudo (Terrence Howard) con un importante proyecto entre manos. Las vueltas de tuerca de la trama harán que ambos (y los espectadores) tengan verdaderos problemas para distinguir su sueño de su realidad. También aquí hay muchas diferencias, ya que el relato original trata de un hombre del futuro tan descontento con su autoritario mundo y tan obseso del siglo XX que construye una réplica de un bungalow típicamente americano de los 50, en principio como parte de una exposición histórica, y cuando empieza a ver a una familia viviendo en él como si tal cosa, tanto él como los demás se cuestionan su estabilidad mental. Otra de las adaptaciones más famosas de Dick a la pantalla grande es Total Recall (Desafío total), y este episodio es el que más se le acerca en términos de pura acción y aventura con un toque de ciencia ficción.

El acierto de la serie en conjunto está en que la ciencia ficción de cada historia (estaciones fantasma, viajes espaciales, quimeras, telépatas, sueños ultranítidos) es solo un gancho exótico, que puede maravillar en sí mismo por las posibilidades narrativas y científicas que abre, pero en realidad el alma de cada historia está en un momento de conexión humana que resulta fácil de comprender a nivel universal. En el primer episodio es la traición y la lealtad mezclados con el enamoramiento, además de la lucha social y política contra el control gubernamental. En el segundo es la ancianidad y la importancia del punto final perfecto de tu vida, además de los límites de lo que se debe hacer por dinero. En el tercero la callada desesperación de la rutina cotidiana, la vida con un familiar enfermo y el averiguar hasta dónde llegaría uno para escapar de todo ello. En el cuarto son las ganas de huir de un mundo podrido, sobre todo cuando trabajas en su parte más desgastadora psicológicamente. En el quinto es la superación del trauma doloroso y la toma de decisiones basadas en la información completa e imperfecta de una mente humana. En este sentido, la serie huye de escapismos fáciles, y aunque puedes quedarte pensando solamente en cómo sería eso de poder leer la mente de tu pareja o ver Rayos C en la Puerta de Tannhäuser a bordo de un crucero espacial, las tramas siempre giran de vuelta hacia el ser humano y su naturaleza.

Philip Kindred Dick, cuya gemela murió a las pocas semanas de nacer, cosa que siempre supuso una gran carga emocional para su hermano, fue un escritor que tuvo problemas mentales durante gran parte de su vida. Esto, unido al uso de drogas tanto medicinales como recreativas para sus ataques de ansiedad y a su inclinación por las reflexiones filosóficas y religiosas, acabaron produciendo el caldo de cultivo para su extensa e imaginativa producción de historias de ciencia ficción. Él se definía como «panenteísta acósmico», y en ellas abundan las cuestiones sobre la propia identidad, las dudas sobre la percepción humana del mundo e incluso la sospecha, precursora e inspiradora de mundos a lo Matrix, de que nuestra mente nos engaña, puede que ayudada por algún tipo de corporación o gobierno totalitario que está llevando a cabo una gran conspiración contra todo el género humano. En este sentido, para él los sueños, visiones o alucinaciones que puedan pasar por nuestro cerebro no siempre son triquiñuelas de nuestra limitada biología, sino destellos de una verdad oculta que de repente se nos revela sea en imagenes fijas o sea en microhistorias de unos pocos minutos de duración. Por eso también abundan los narradores no fiables en sus historias, los momentos de descubrimientos trascendentales por parte de sus protagonistas, los simulacros y las realidades alternativas simultáneas, con mucha influencia de Carl Jung. La búsqueda de lo auténticamente humano puede ser lo que defina realmente el centro de su creación.

Sus padres se divorciaron cuando él tenía cinco años, casi nunca consiguió poder vivir holgadamente de su talento creativo («a veces no podía permitirme ni las multas de las bibliotecas por devolver un libro tarde»), admitió a vivir en su casa a un grupo de drogadictos (episodio novelizado en A Scanner Darkly), e incluso intentó suicidarse a los 44 años de edad. Fue durante su recuperación cuando empezó a sentir experiencias paranormales y alucinaciones que le hicieron creer que vivía una vida paralela como un cristiano perseguido del siglo I, o que le había poseído el espíritu del profeta Elías. Todo esto añadió aún más espesor a sus historias, que poco a poco empezaron a ser premiadas, alguna de ellas póstumamente. Finalmente murió a los 53 años, de un ataque cerebrovascular, tres meses antes del estreno de la revolucionaria Blade Runner, pero su legado ha acabado perdurando de forma casi permanente, y sus ideas son frecuentemente adaptadas en sí o influyen decisivamente en generación tras generación de escritores y cineastas. Esta serie es la última muestra.

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