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Elogio de la ofensa

El historietista argentino Guillermo Mordillo suele citar, en sus múltiples reflexiones sobre su profesión, al polifacético Boris Vian, quien aseguraba que “el humor es la cortesía del miedo”. Y es precisamente otro argentino, Darío Adanti (Buenos Aires, 1971), quien adopta esta máxima como bandera en Disparen al humorista, un ensayo gráfico que, a través del mecanismo involuntario de la risa, nos invita a zambullirnos en un charco tan pantanoso como fértil: el eterno debate sobre los márgenes de la libertad de expresión en el humor. A lo largo de trece capítulos, un prólogo y un epílogo, el autor plantea un viaje iniciático por las tripas del chiste y analiza —mediante citas de diversos pensadores, personajes imaginarios y vastos mundos interiores— la génesis de la comicidad y sus procesos de funcionamiento interno, para terminar por proponer una tesis que adecua el viejo asunto de los límites del humor a los tiempos modernos que nos ha tocado vivir: si, para un chiste, la única frontera posible viene dada por el contexto, y la comunicación global ha sido capaz de disolverlo, con él desaparece también la pertinencia de la autocensura —y, por supuesto, de la censura judicializada— en toda ficción. El humor se convierte, así, en una punta de lanza capaz de combatir la inmediatez con sus propias armas.

"Y es que, como aventura el autor, el humor no es nada menos que la celebración de la gran paradoja de la existencia."

A lo largo de una obra que conjura una profundidad discursiva digna de cualquier propuesta ensayística al uso con el atractivo formal de la novela gráfica, el maestro de ceremonias Adanti nos propone un ejercicio metahumorístico: el juego que plantea el libro no difiere del que podría plantear cualquiera de sus chistes, en tanto que obliga al lector a suscribir un contrato de complicidad con el humorista antes de subirse al barco. A partir de ese instante, la travesía es introspectiva, y el dibujante trata de forzarnos a fingir ser quienes no somos y a sacar a pasear nuestros demonios. Nos demuestra, así, que el humor —en tanto que ficción—  es, por un lado, inevitable; y, por otro, imprescindible para contener lo peor de nosotros mismos en un plano alejado de la realidad. Y es que, como aventura el autor, el humor no es nada menos que la celebración de la gran paradoja de la existencia, pero tampoco es nada más que eso: una celebración. La incapacidad, por tanto, de distinguir la realidad de la ficción —que suele cristalizar en intolerancia disfrazada de corrección política—, dice más de quien censura que de quien cuenta el chiste.

"Por eso algunos libros son contingentes, pero este es necesario: porque construye una trinchera desde la que es lícito ofender y obligatorio exponerse a las ofensas."

Adanti recupera, en el último capítulo de Disparen al humorista, una cita de Emil Cioran que, al cabo, centra a la perfección la postura del humorista ante la controversia que se plantea a lo largo de sus viñetas: «Sólo tiene convicciones quien no ha profundizado en nada». El integrismo no ha profundizado en el placer, por lo que no es compatible con él: ni con el amor, ni con la risa. Sin embargo, coloniza a diario territorios —tanto reales como virtuales— e instituciones: hoy en cualquier lugar del globo te pueden matar por un chiste, y con Internet las exóticas tierras en las que el humor está penado con la muerte no son ya tan lejanas. Sin ir más allá, en nuestro país se otorgan merecidos premios a ilustres literatos que abanderaron, décadas atrás, una finísima incorrección política hoy ya inocua; al tiempo que a otros se les juzga y enchirona por compartir chistes ‘poco apropiados’ en la red. Por eso algunos libros son contingentes, pero este es necesario: porque construye una trinchera desde la que es lícito ofender y obligatorio exponerse a las ofensas. El humor, al igual que la buena literatura, se enriquece cuando se ensancha, y quien firma les asegura que en este fortín cabemos todos. Tal vez lo único que nos quede a los irreductibles galos que nos parapetamos al amparo del humorismo sea transformarlo en religión y, en este extraordinario ensayo gráfico, su autor nos explica cómo. Bueno, en realidad nos lo dibuja: Adanti puede dibujarlo todo. Todo, excepto los límites del humor. Estos, a diferencia de Mahoma, son irrepresentables.

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Autor: Darío Adanti. Título: Disparen al humorista. Editorial: Astiberri. Venta: Amazon y Fnac

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