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Escritores españoles en el París de Modiano

Escritores españoles en el París de Modiano

El París previo a la ocupación nazi era desde hacía mucho un rebosadero de artistas y escritores, solo que quienes en décadas anteriores llegaban a la ciudad del Sena en busca de la libertad y la creatividad que flotaba en el ambiente, en los años 40 lo hacían para huir de la persecución en sus países de origen. Muchos de ellos eran españoles que arribaron en dos grandes oleadas, una durante la Guerra Civil y otra cuando se consumó la derrota republicana.

El incansable historiador de la cultura Fernando Castillo ha reconstruido las andanzas de casi medio centenar de esos refugiados españoles que, siendo escritores contingentes o de oficio, relataron los años negros de aquel periodo, en el libro Españoles en París. 1940-1944, que completa su Trilogía de la Ocupación, publicada íntegramente por Fórcola y evocadora de la serie formada por las primeras novelas de Patrick Modiano, tan del gusto del autor madrileño.

Por el volumen de Castillo, como por la vida, desfilan personajes de todo pelaje y condición. Por antigüedad en el país vecino (desde 1936), el primer mencionado es Gregorio Marañón, que para entonces ha escrito en París sus obras sobre Tiberio y Luis Vives y espera la autorización para regresar a España “purgando sus pecados republicanos de antaño”, apunta Castillo. Chaves Nogales, que no vivirá la ocupación al poner rumbo a Inglaterra, sí alcanzará a entregar el libro definitivo sobre la faite, La agonía de Francia.

"Más referencias a la realidad de la Francia ocupada las hallamos en el primer libro de Jorge Semprún, El largo viaje, a la que seguirá su trilogía sobre los campos de concentración."

Max Aub, parisino él de nacimiento, aunque criado en España, no tendrá oportunidad de padecerla porque al poco se le denunciará por comunista y acabará en el campo de trabajo de Djelfa, en el Sáhara argelino, de donde pasará a Casablanca y Veracruz. Su voluntad literaria incombustible se impone de todos modos y cuenta toda su peripecia y la de muchos otros refugiados republicanos en Campo francés, la cuarta entrega de El laberinto mágico.

Más referencias a la realidad de la Francia ocupada las hallamos en el primer libro de Jorge Semprún, El largo viaje, a la que seguirá su trilogía sobre los campos de concentración. Escrito en francés, como casi toda su obra, y traducido después al español, el texto recorre la actividad del autor, hijo del exembajador español en Holanda, como maquisard antes de que la Gestapo lo detenga y lo envíe a la prisión de Auxerre y, por último, al campo de Buchenwald.

Acomodaticios y resistentes

Quien permanece sin problema alguno en el París oku es César González Ruano, que mientras prepara un volumen de poesías y su famosa Antología de poetas españoles contemporáneos encuentra tiempo no solo para alternar con unos y con otros sino también para atender sus negocios: “el tráfico con pasaportes, la venta de obras de arte de dudosa procedencia y el trato con los gánsteres de la colaboración”, según detalla el autor.

En descargo del acomodaticio Ruano consigna Castillo que “no hizo distingos ideológicos” con sus compatriotas, así que los trató a todos con independencia de su militancia política, “como si no hubiera existido la Guerra Civil”. Sus principios eran los de un dandi canalla y estaban sometidos por tanto a la amistad “y, por encima de todo, al interés personal”.

Se desenvolvía bien Ruano en aquel París modianesco de extrañas relaciones y donde muy pocas cosas eran como parecían (y menos aún como nos han contado que fueron). Allí estaban escritores y periodistas-espía como Joan Estelrich, responsable de Prensa de la embajada española; su sucesor Antonio de Zuloaga, amigo de Céline y con una vida de película; Emilio Herrero, quien presentó a Ruano al periodista y, al parecer, agente doble Enrique Meneses Puerta; y el inefable Mariano Daranas, autor de furibundas crónicas antisemitas y proalemanas.

En las antípodas ideológicas encontramos a los militantes comunistas que se agruparían, tras la liberación, en la Unión de Intelectuales Españoles, fundada por Emili Gómez Nadal, el compositor Salvador Bacarisse y el escritor José María Quiroga Plá, antiguo secretario de Unamuno y casado con una de sus hijas, Salomé, además de traductor al español de Proust junto con Pedro Salinas. A Cipriano Rivas Cherif, cuñado de Azaña, apenas le dio tiempo a sufrir la ocupación pues fue uno de los primeros refugiados españoles detenido por la Gestapo y deportado al solar de Franco.

"En el París de los primeros años 40 recalan algunos de los escritores que formaban parte del grupo, llamativamente numeroso, que acompañó al exilio a Antonio Machado."

Como casi siempre, las mujeres se llevaron la peor parte en el reparto del sufrimiento. Victoria Kent, directora general de Prisiones durante la República, pasó de la noche a la mañana de diplomática al servicio de un gobierno legítimo a refugiada sin papeles, luego perseguida y por fin reclusa en un piso de Cruz Roja durante cuatro largos años, un conjunto de experiencias que relató de forma muy original en una de las grandes obras del periodo, Cuatro años de mi vida.

El libro de Kent alcanza a describir la llegada de los republicanos españoles de la 9ª Compañía en vanguardia de la División Leclerc que liberará la ciudad, así como su emotivo encuentro con ellos en el Bois de Boulogne, muy cerca del piso donde se había ocultado atendiendo por madame Duval. Algo mejor, aunque no demasiado, les fue a Consuelo Berges, autora del prólogo a Cuatro años de mi vida y precaria profesora de español en la ciudad cautiva, y a María Lejárraga, que sobreviviría a la ocupación, en Niza, aunque a costa de un sinfín de enfermedades y desgracias de toda clase.

En el París de los primeros años 40 recalan algunos de los escritores que formaban parte del grupo, llamativamente numeroso, que acompañó al exilio a Antonio Machado. Uno de ellos era el poeta Carles Riba, integrante de una colonia catalana en la que figuraban también Rafael Tasis, Sebastià Gasch, Ferrán Canyameres, Just Cabot y Mercè Rodoreda.

La peor cara de la ocupación

Una mención muy destacada merece en el libro de Fernando Castillo la figura del cartelista libertario Carles Fontserè, cuyas memorias trazan un fresco magistral del ambiente en el que se movían los catalanes en París. Un exiliado de tercera dibuja, además, y de manera descarnada, la cara más ingrata de la ocupación, que durante unos meses logró pasar por un fenómeno amable (hasta que llegó la primera ejecución de rehenes) y hasta necesario para poner fin al caos de la III República.

"Otro personaje de novela, gustoso de asomarse a todos los abismos, será Manuel Viola, que aún responde al nombre de José y es un poeta surrealista a punto de convertirse en pintor."

Pero Fontserè, un antifranquista militante, no se arredra cuando se trata de denunciar la actuación de la Resistencia, totalmente anecdótica a su parecer, el antisemitismo imperante o los excesos de la depuración, que hacen de los días de la liberación de París “los más odiosos de su vida”, y de defender el buen trato que las fuerzas de ocupación dispensan a los refugiados españoles, según su experiencia. Para entender su posición hay que recordar que el clan Fontserè (madre y hermano incluidos) no oculta sino que más bien exhibe las excelentes relaciones que mantiene con los alemanes dado que lo suyo es vender productos varios a quien se tercie, “tanto al ocupante como haciendo contrabando con la España franquista”, precisa Castillo.

Otro personaje de novela, gustoso de asomarse a todos los abismos, será Manuel Viola, que aún responde al nombre de José y es un poeta surrealista a punto de convertirse en pintor. Llegado a París después que los alemanes, el luego miembro del grupo El Paso participa durante estos años en negocios dudosos con el escultor Honorio García Condoy y, sobre todo —cómo no—, con González Ruano, a quien le inspira en parte el personaje principal de Manuel de Montparnasse.

Lo que no gustaba ver

Un libro capital, tanto de la ocupación como de la liberación, se debe a alguien que no era escritor profesional, sino una actriz extraordinaria e intelectual inquieta. María Casares, hija del político republicano Santiago Casares Quiroga y amante de Albert Camus, volcó su fuerza volcánica en Residente privilegiada, que como Un exiliado de tercera pone de manifiesto realidades desagradables como el oportunismo de muchos parisinos —los “resistentes del último minuto”—, la falsedad de la versión resistencialista de la liberación y la depuración incontrolada de colaboracionistas hasta el otoño del 44.

"En los momentos más negros, aflora siempre lo peor y, de vez en cuando, también lo mejor del ser humano."

Corpus Barga, otro de los acompañantes de Machado en su paso a Francia, se distinguió igualmente por denunciar la colaboración horizontal de algunas parisinas y los manejos de tanto nuevo rico “que estaba en los affaires”, léase mercado negro o cosas peores. Tampoco se mordía la lengua al referirse a algún colega francés como Jean Cocteau, al que tacha directamente de colaboracionista.

En las páginas de París, marzo de 1943, que se refieren por cierto a hechos sucedidos un año después, comparecen otros grandes nombres como Paul Éluard, André Derain y Pablo Picasso. También se menciona el encuentro con el valeroso André Malraux, viejo conocido de los días de la Guerra Civil, que a Barga le sirve quizá como recordatorio de que, en los momentos más negros, aflora siempre lo peor y, de vez en cuando, también lo mejor del ser humano.

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Autor: Fernando Castillo. Título: Españoles en París. 1940-1944. Editorial: Fórcola. Venta: Amazon y Fnac 

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