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Están locos estos tiranos

En la ocurrente Matar a Dios (2017), Albert Pintó y Caye Casas rodaron una Nochevieja en la que un violento vagabundo —interpretado por el siempre solvente Emilio Gavira— se colaba en nuestra casa. El mendigo en cuestión era enano, decía ser Dios y prometía exterminar a la humanidad —salvo a las dos personas que nosotros eligiésemos— con la primera luz del sol. Un pequeño visitante de personalidad veleidosa, con barba poblada y gesto grave que fácilmente cabría en el catálogo de déspotas históricos —y no tan históricos— que han encontrado en la religión su más leal aliado. Porque, para enguantar manos de hierro, no hay seda más resistente que la devoción clamada a los cuatro vientos —y, si tu mano es de las que permanecen incorruptas, incluso puedes saludar con ella desde el Palacio del Pardo.

Desconozco si Miguel Antonio Chávez (1979) también tiene conexión directa con los cielos, pero estoy seguro de que el ecuatoriano ha escuchado, como mínimo, una voz —la suya propia, que es la más meritoria— a la hora de concebir su última obra. Yo, Beato (InLimbo, 2021) no es solo una distopía desternillante en la que un tirano instaura un régimen teocrático en el Ecuador, ni una revisión apócrifa de la historia política del país; tampoco se queda en exuberante demostración de maestría literaria: Yo, Beato es, ante todo, una deliciosa invitación a tomarnos la vida menos en serio.

"Si algo extraemos de los libros de historia es que el absurdo siempre tiene territorio por ganar"

Continuadora de la rica tradición latinoamericana de la llamada «novela de dictador», en la que se inscriben imprescindibles como Yo el Supremo (Augusto Roa Bastos, 1974), El señor presidente (Miguel Ángel Asturias, 1946) o el esperpéntico Tirano Banderas (1926) concebido por Ramón del Valle-Inclán, la obra de Chávez logra trascender el subgénero. De hecho, el tono desenfadado y la plétora de personajes tarantinescos le confieren un sano aire pulp, no reñido con una dialéctica torrencial capaz de enhebrar ingeniosas asociaciones de ideas y conectar con otros temas —los sueños, la memoria, la transformación mediática de la historia— que enriquecen el conjunto.

Saquemos la lupa, que Chávez no defrauda: ciento cincuenta páginas por las que desfilan un cuerpo especial de monjas practicantes de paintball y custodias de impúdicas reliquias, impuestos bautizados con nombres de santos, doctores Mengele, enanos infiltrados que siguen dictados divinos, martirios sangrientos, procesiones de flagelantes enfundados en látex que lucen mostacho y tonsura en honor al beatificado Gabriel García Moreno —presidente famoso por su fervoroso catolicismo— y, en la otra cara, fundamentalistas religiosos consagrados a Eloy Alfaro —presidente famoso por comenzar la secularización del país—, todos bailando al son hipnótico del Bolero de Ravel. ¡Ay! Si algo extraemos de los libros de historia es que el absurdo siempre tiene territorio por ganar. Y, en la era de la posverdad y las fake news, la voz de Chávez canaliza de maravilla las pulsiones gore del telespectador curado de espanto con las ansias del viejo retrógrado que añora tiempos en los que «estas cosas no pasaban».

"Yo, Beato es una obra desenfrenada, aguda y necesaria. Porque, en pleno siglo XXI, existen demasiados lugares donde se toman tan al pie de la letra conceptos etéreos que por ellos se incita no ya a morir, sino a matar"

Destaca el narrador descentralizado, que rompe la cuarta pared y alterna monólogos salvíficos con diálogos delirantes, que transita sin problemas por la primera, segunda y tercera persona para entremezclarlo todo sin vergüenza —y con resultados sobresalientes— hasta conseguir un tono tan esquizofrénico como revelador. Yo, Beato es la prueba de que, cuando se trata de darle a la tecla, las formas son corsés por desatar. Por momentos, el retrato de turbios ambientes pseudosanitarios envueltos en un halo científico recuerda a La comemadre (Turner, 2014), del argentino Roque Larraquy —otra de esas brillantes locuras que la literatura latinoamericana no deja de regalarnos desde hace décadas. Comparte también con esta última la negrura del humor, aquí configurado como arma hilarante para luchar contra el poderoso —que es como el humor ácido siempre debería articularse: desde abajo hacia arriba.

Pero vayamos a lo que nos ocupa: Yo, Beato es una obra desenfrenada, aguda y —sí, lo diré— necesaria. Porque, en pleno siglo XXI, existen demasiados lugares donde se toman tan al pie de la letra conceptos etéreos —dioses, honores y banderas— que por ellos se incita no ya a morir, sino a matar. El Gilead de Margaret Atwood —o la Santa Fe de Tierra Firme del citado Valle-Inclán, si se quiere— hoy lo gobiernan ayatolás o talibanes, entre otros. ¿Cómo evitar el de mañana? Nos queda la irreverencia, la bendita irreverencia.

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Autor: Miguel Antonio Chávez. Título: Yo, Beato. Editorial: InLimbo. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.

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