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Ewers y el oscuro fruto

Ewers y el oscuro fruto

Sería una insensatez dejar de leer a Hanns Heinz Ewers (1871-1943) por las vicisitudes de su vida y su adhesión al movimiento nazi. Y no menos penoso resulta tener que mencionar estas cuestiones cuando tratamos con un genio para el horror —y un horror a la europea— como fue el misterioso villano Ewers. Pero toda su obra fue enterrada en el mismo panteón lleno de luminarias en el que una casta minoría quiso que se pudriera hasta el último recuerdo de otros villanos no menos geniales que él, y la reivindicación de un autor no puede dejar de ir acompañada de los motivos por los que fue (forzadamente) olvidado. Ewers fue un mujeriego, un bebedor y un tipo violento, un jugador y un duelista precoz y, para ser el peligroso nazi de las leyendas que llegó a estrechar enardecido —“su mejor regalo de cumpleaños”— la mano de Hitler, fue también un reconocido filosemita: tras ver a lo largo de sus viajes por el mundo el infame lugar que Alemania ocupaba en él, consideró muy seriamente la idea de crear una nación cultural germano-judía, algo en la línea de la comunidad de la raza jafética —el sueño del “Hombre Único”— que en 1806 Schelling había visto como el ideal prometeico que llevaría al mundo a una nueva Edad de Oro, con su capital, naturalmente, en Alemania. Como la inquieta mayoría de sus contemporáneos alemanes con una vocación artística o intelectual —y aquí es preciso recordar que Alemania, como país, era una invención reciente—, Ewers era un nacionalista pertinaz, un hombre culto y además obsesionado intensamente por su cultura, que miraba hacia el pasado de Europa en busca de la huella kármica de una larga tradición áurea (larga y profusamente impregnada de mitología y ocultismo), y hacia un futuro aún improbable pero iluminado por esa misma tradición. Creía en una aristocracia intelectual, más o menos de corte platónico, y le enfureció que Oscar Wilde hubiera sido condenado a prisión: para él era un atentado de lesa humanidad que un genio pudiera ser sometido al triste juicio de un tribunal.

"La lectura de Ewers, sin embargo, no deja de irradiar indirectamente una nota amarga: sus cuentos, tan originales y oscuros como los de Meyrink y Grabinski, parecen los frutos de una Atlántida sepultada"

Autor, por cierto, de un ensayo sobre Poe que escribió, de todos los lugares posibles, en Granada, lo fue también de varias novelas geniales, que Lovecraft admiró sin reservas: Vampiro y La mandrágora son el mejor ejemplo de cómo un tapiz de mitos bien entendidos puede reinventar los terrores ancestrales que reptan por el inconsciente de una cultura “ilustrada”, la misma cultura, dicho sea de paso, que un día se creyó con la autoridad y el poder de sepultarlos. Pero son los cuentos recogidos en La araña los que mejor encarnan las múltiples facetas de ese don para el horror con el que Ewers había sido dotado. Ya el relato que da título a la antología supuso para miles de lectores un perturbador enigma que, como sucedió con el famoso relato “¿La dama o el tigre?” (1882), de Frank Stockton, se convirtió en una obsesión nacional, y Ewers fue objeto de una correspondencia desesperada por conocer su significado. Pero aquel hombre que parecía vivir de arrebato en arrebato para acallar sus pesadillas no estaba dispuesto a revelar sus secretos, y quizá por eso sentimos algo aún por esclarecer en cuentos como “C.3.3” o “La caja de juegos”, un enigma que parece arrojar su sombra quebrada sobre Clive Barker. La lectura de Ewers, sin embargo, no deja de irradiar indirectamente una nota amarga: sus cuentos, tan originales y oscuros como los de Meyrink y Grabinski, parecen los frutos de una Atlántida sepultada, y dejan ver el camino en mitad del bosque por el que un horror puramente europeo podría haber transitado si lo peor de la influencia americana no hubiera pesado sobre una cultura colonizada.

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Autor: Hanns Heinz Ewers. Título: La araña y otros cuentos macabros y siniestros. Traducción: José Rafael Hernández Arias. Editorial: Valdemar. Venta: Todos tus libros.

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Raoul
Raoul
9 ddís hace

Que Ewers fuera un miserable y una mala persona no anula sus logros literarios. Los logros literarios de Ewers no hacen olvidar que fue un miserable y una mala persona.

Alvaro
Alvaro
8 ddís hace
Responder a  Raoul

Pero que sabrás tú?

Raoul
Raoul
7 ddís hace
Responder a  Alvaro

Razonado e inteligente comentario.

Alvaro
Alvaro
7 ddís hace
Responder a  Raoul

Más razonado que el tuyo, desde luego. Porque no tienes ni idea. Enterate un poco de la vida de Ewers, de su defensa de los homosexuales o de su esposa judía, en la Alemania nazi. O de las personas que ayudo siendo espia de Alemania en la América neutral de la primera guerra mundial. O de su misión en México. Y luego hablas. Y ya si eso le lees, que se nota que no lo has hecho.

Raoul
Raoul
6 ddís hace
Responder a  Alvaro

Al contrario que el anterior, éste ya es un comentario (más o menos) razonando. Si bien es cierto que podía haber matizado mi opinión sobre Ewers (del que he leído, en francés, los libros Mandragore, Dans l’épouvante y L’araignée et autres contes fantastiques), lo que quería decir es que, del mismo modo que a menudo se menosprecia la obra de un autor a causa de su personalidad, también me parece un error ignorar, o incluso justificar, ésta si dicho autor nos dejó una obra importante. En cualquier caso, y dando por supuesto que usted también ha leído a Ewers, el tono airado y agresivo de sus dos comentarios demuestra que se puede tener una cierta cultura y al mismo tiempo una educación que deja bastante que desear. Yo habría agradecido que si conoce a fondo la obra y la vida de Ewers hubiéramos debatido sobre ellas (en parte para eso son estas secciones de comentarios, y le aseguro que Mandragore me parece un libro extraordinario), pero poco se puede debatir con un individuo que argumenta como lo hace usted, que parece tan exaltado que olvida poner acentos y puntos de interrogación en sus frases, y que, dicho sea de paso, ya me ha hecho perder bastante el tiempo.