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Flamenco y novela negra: territorio común

Flamenco y novela negra: territorio común

Lo de los ricos y poderosos frente a los pobres o parias de la tierra es tan viejo como la propia raza humana. El abuso de poder, la explotación laboral (incluso la esclavitud, que aún existe de forma explícita o implícita) e incluso el robo para formar grandes fortunas siempre han generado injusticias que los pobres a través de diferentes ramas del arte han tratado de plasmar en un intento de cambiar las cosas. Estos cambios raramente se producen y cuando lo hacen es siempre de forma lenta y con muchos sacrificios e incluso con muchos muertos sobre la mesa por parte de quienes protestan. Lo que está claro es que, independientemente de la evolución de los progresos sociales, las obras artísticas permanecen, creándose incluso escuelas y disciplinas que son admiradas por todos olvidando en ocasiones por qué y para qué surgieron, admiradas como simples obras de arte.

Hoy quiero centrarme en dos disciplinas que, bajo mi punto de vista, pueden parecer dispares, pero comparten un territorio común: el flamenco y la novela negra, es decir, dos artes que han utilizado respectivamente la música y la literatura como herramienta de denuncia y que han terminado por crear belleza y mucho arte por sí mismas, incluso cuando el flamenco se ha hecho literatura y la novela negra se ha transformado en música, que a veces también ocurre.

"El flamenco tiene un componente social porque, aunque a veces se atribuye al pueblo gitano, lo cierto es que entre los maestros de todos los tiempos hay tanto gitanos como payos"

El flamenco se remonta mucho más allá de donde lo sitúan las enciclopedias, principalmente porque todo lo escrito está basado en registros orales que se pierden en unos orígenes nada claros, aunque podemos fijar Andalucía como territorio desde el que se expande a toda España. Nace con letras que denuncian las pésimas condiciones de jornaleros y arrieros y la miseria y la desesperanza que rodean a los pobres que aun trabajando de sol a sol poco tienen que llevarse a la boca. En este sentido y, aunque hay más paralelismos, pero no muchos más, la historia del flamenco se parece bastante a la historia del blues desarrollado por los negros norteamericanos en las plantaciones de algodón. El blues tiene un componente racial fuerte y obviamente social. El flamenco tiene un componente social porque, aunque a veces se atribuye al pueblo gitano, lo cierto es que entre los maestros de todos los tiempos hay tanto gitanos como payos. Aunque como me decía un día un gitano algecireño: «Ustedes los payos tienen la ingeniería, la medicina, la arquitectura… Nosotros los gitanos solo tenemos el flamenco, y nos lo tomamos muy en serio». Y doy fe de que es así.

La gente de fuera cuando escucha el flamenco a través de las expresiones de toque, cante o baile, no se lo pueden creer, y no me extraña. Yo soy escritor, pero también soy músico. Y puedo afirmar que al escuchar una canción de U2 o de los Stones o de Coldplay, a los que admiro, por poner tres ejemplos, soy capaz de reproducirla con la guitarra y cantármela a los dos minutos. Esto no ocurre con el flamenco, porque el flamenco es otra cosa, algo muy difícil de interpretar, algo que puede hacerte llorar inmediatamente cuando escuchas cantar a un genio: que se lo digan a los que tuvieron la oportunidad de escuchar a Terremoto de Jerez o a Camarón. Una música capaz de callar a cinco mil personas que hablaban y bebían en la discoteca Palladium de Nueva York según van interpretando el primer tema Camarón y Tomatito, cinco mil americanos que no tenían ni idea de nada en su mayor parte y que no sabían español, lo que no fue impedimento para que se generara un silencio espeso de entre el que se alzaba la voz de uno de los más grandes.

"Es extraño que en España el flamenco no haya terminado de maridar con la novela negra autóctona de forma masiva, quizás porque no terminamos de ver el flamenco como un arte sublime"

El flamenco, como la novela negra, no es un bloque monolítico, sino que se divide en incontables palos con diferentes ritmos, compases, tonos, etcétera. Pero la crítica social está ahí, ya sea a través de tonás, tangos, fandangos, bulerías, seguiriyas o tarantas, granaínas, malagueñas o serranas.

La novela negra se escinde de la novela enigma en los años veinte y denuncia primero lo que está pasando en las calles con el aumento de la delincuencia debida a la pobreza y a la Ley Seca, la Gran Depresión y todas las épocas posteriores, porque pobres los hay siempre, y también hay guerras y crisis que terminan por empeorar las cosas. No es extraño que el blues, estilo que citaba antes, maride bien con la novela negra y acabe siendo la banda sonora e incluso muchos intérpretes de blues y de jazz terminaran siendo personajes de grandes obras maestras del género. Al igual que el flamenco, la novela negra surge para hacer denuncia y finalmente se queda entre nosotros como otra forma de hacer arte, porque, como el flamenco, termina por ver poesía en la miseria de calles y garitos infectos, en personajes perdidos o errantes, como en las novelas de David Goodis o Hubert Selby Jr., en entornos geográfico-sociales difíciles de habitar.

Por eso es extraño que en España el flamenco no haya terminado de maridar con la novela negra autóctona de forma masiva, quizás porque no terminamos de ver el flamenco como un arte sublime, tan sublime como lo ve un japonés o un Keith Richards, que no podía creerse lo que estaba viendo cuando contemplaba tocar a Paco de Lucía. Lo que no significa que el flamenco y la novela negra no se hayan relacionado, por ejemplo, a través de las canciones de Los Chichos o Los Chunguitos en los años ochenta. Canciones que en sí mismas eran relatos negros.

Esta es la historia de Juan Castillo, con el chivato que fue a pucabar,

de un bucharno le quitaron la vida y así los cuatro pudieron najar.

(La historia de Juan Castillo – Los Chichos)

Relatos negros que acabaron por formar parte de las bandas sonoras de aquellas películas mal denominadas como de «cine quinqui» que ¿acaso no eran historias negrísimas de los barrios periféricos de aquellos tiempos?

Contigo todo lo tenía, nada me faltaba, nada me faltaba.

Contigo todo lo tenía, ya no tengo nada, ya no tengo nada.

Perdido voy por este mundo, sin saber a dónde, como un vagabundo.

(Ay qué dolor – Los Chunguitos)

Pero si tenemos a un escritor que lleva el flamenco por bandera es, sin duda, Montero Glez. No solo porque le gusta el flamenco, sino porque lo ha empleado en la trama de novelas como Sed de champán (por cierto, ahora reeditada, no se la pierdan).

«Tengo un barcón plagaíto de masetas», cantaba el Brasas, su primo, con sentimiento, «y unas me dan opio, y otras marijuana y así voy tira que tira toíta la semana, yobí yobí, yobí yobá», berreaba, su primo, sudoroso; los sobacos empapados, la camisa anudada al ombligo peludo y ciego; «yobí yobá», el Canela acompañaba la percusión con mucho movimiento de brazos, sentado en una especie de cajón de madera abierto por detrás con un boquete, «yobí yobí, yobí yobá, que cada día te quiero más». 

Y porque ha escrito sobre él en Pistola y cuchillo, reviviendo a Camarón en ese templo que es la Venta Vargas y mostrándonos cómo enfila la vereda hacia su muerte. Pero Montero no solo escribe de flamenco, sino que cuando lo lees, aunque sea una novela de otra temática distinta, porque Montero es versátil como el flamenco, detectas que sus párrafos unas veces son una bulería, un martinete o una soleá, lo que le convierte quizás en uno de los pocos escritores, si no el único, que ha mimetizado su forma de escribir con la forma de cantar, tocar o bailar de los mejores artistas flamencos. Lo mismo estoy flipando y es solo percepción mía, pero yo creo que Montero cuida el compás en su escritura.

Para terminar, me gustaría citar algunas características comunes de ambas artes, el flamenco como arte musical y la novela negra como arte literaria. La primera es el gusto por la poesía y la metáfora.

Una rosa lloraba por un clavel, y pa que no sufriera fui y la corté,

y al poco tiempo fui a aquel lugar, y el clavel se había muerto de soleá.

(Con hojas de menta – Lole y Manuel) 

Y el silencio. De pronto, deja de existir hasta el ronquido de los coches que avanzan desde el semáforo. La gente deja de andar, las motos se detienen, como suspendidas en el aire. El mundo entero se mete de pronto en una burbuja donde no queda más que silencio.

Un segundo. Dos. La burbuja se rompe.

(Una novela de barrio – Francisco González Ledesma)

Ya hemos hablado de la fijación común por la denuncia social, como común es su capacidad de evolucionar. Desde Manuel de Pedrolo hasta David Llorente, pasando por Carlos Pérez Merinero, Juan Madrid, Andreu Martín o el mencionado Montero Glez., la novela negra ha ido experimentando cambios tan necesarios como ineludibles. También el flamenco evoluciona, cambia y se mimetiza con el entorno para expandirse, desde Manolo Caracol o Carmen de Mairena, pasando por Smash, Triana, Alameda, Tabletom, Camarón (ineludible mención a La leyenda del tiempo), Paco de Lucía, Duquende, Pata Negra (increíbles sus conciertos memorables en los que ofrecían media actuación con guitarras españolas y otra media con eléctricas, tocando flamenco y blues, independientemente o mezclado, que para eso Raimundo Amador decía que a él un blues le sonaba a una bulería), Lole y Manuel o Jorge Pardo, hasta llegar a Miguel Poveda, Soleá Morente, María José Llergo, Fuel Fandango, Belén López o Rosalía.

"El flamenco y la novela negra comparten otra característica común que debería ser objeto de estudio por la ciencia, la generación de dopamina en el individuo sensible"

La novela negra se reparte en diferentes subgéneros según el contexto geográfico: novela negra mediterránea, nórdica o vasca (Jon Arretxe, Noelia Lorenzo o Javi Abasolo) o canaria (Alexis Ravelo, Pepe Correa, Antonio Lozano), pero también según el contexto social, desde el thriller que nos muestra la corrupción empresarial o de las instituciones mostrando y habitando un territorio capitalista extremo hasta el realismo sucio más exento del glamour de las alturas. De la misma forma, el flamenco evoluciona desde unos palos que son función de la geografía y también del contexto social. Así, podemos hablar de varios palos según territorio, ciudades, pueblos, barrios y etnias: alboreá, alegrías, bambas, bulerías, bulerías por soleá, cantiñas, caracoles, colombianas, fandangos, tanguillos, rumbas, soleá por bulerías, garrotín…

El flamenco y la novela negra, al expandirse ya sea por la emigración o por el propio viaje, encuentran raíces en nuevos territorios, se asientan y forman una nueva base desde donde lograrlo. Así, la novela negra viajó desde Estados Unidos hasta el último confín de la Tierra, como el flamenco, que se expande desde Andalucía hasta Madrid (Tomás el Papelista, Gayarrito o la Chata de Madrid) o Cataluña (Miguel Poveda, Duquende, Montse Cortés o la Chana), pudiéndose encontrar flamencos hoy en día residiendo en cualquier parte del mundo.

Por último, el flamenco y la novela negra comparten otra característica común que debería ser objeto de estudio por la ciencia, la generación de dopamina en el individuo sensible: te agarran y te enganchan para siempre.

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