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Fragmentos del mapa del tesoro: La biblioteca personal de Augusto Monterroso

Fragmentos del mapa del tesoro: La biblioteca personal de Augusto Monterroso

Fragmentos del mapa del tesoro: La biblioteca personal de Augusto Monterroso es un viaje a las grandes lecturas que forjaron al maestro de lo mínimo. De un modo casi detectivesco, iremos descubriendo los recortes de prensa de naufragios que guardaba dentro de Moby Dick, las correcciones a lápiz que le hacía a los cuentos de su amigo Cortázar, las dedicatorias cariñosísimas de García Márquez, Neruda, Rulfo y tantos otros, las notas que escribía a mano en los márgenes o los párrafos que subrayaba, revelando que una biblioteca puede llegar a mostrar rasgos de su propietario tales como la ironía, la concisión y la lucidez.

A continuación reproducimos un fragmento de la obra de Leticia Sánchez Ruiz publicada por la editorial Pez de plata.

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«Llega un momento en que tus amigos escritores te regalan tantos libros (aparte de los que te pasan para leer aún inéditos) que necesitarías dedicar todos los días del año para enterarte de sus interpretaciones del mundo y de la vida», escribió Monterroso. Y no mentía. Su biblioteca es, de alguna forma, una reunión de amigos. En muchos de sus libros hallamos dedicatorias que hablan de la amistad y complicidad que le unía a los autores, o de la admiración lectora que sentían por él, o a veces de ambas. Así, entre los libros firmados de su biblioteca nos encontramos a cuatro premios Nobel, un hombre que guardó silencio, deudores de sus obras, regalos de amor, y las huellas del paso del tiempo.

La gran mayoría de libros están dedicados a la pareja, a Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs. De Enrique Vila-Matas, como ya hemos visto, tenía prácticamente toda su obra y la inmensa mayoría dedicada. En todos los libros Vila- Matas repite el mismo dibujo de un hombre con gabardina y sombrero, que recuerda tanto al propio escritor como a Pessoa, y que ha quedado como parte inseparable de su firma. Comenzó a dibujarlo en la gira que hizo en 1989 por Alemania, cuando, sin saber muy bien por qué, esbozó un sombrero en una dedicatoria, repitió el dibujo a tres o cuatro lectores más y le pareció que éstos se iban encantados, como si el sombrero le diera más valor, en todos los sentidos, al libro. En Para acabar con los números redondos, por ejemplo, Vila-Matas escribió bajo su dibujo: «Para Bárbara y Tito, en la calle Caspe, de Barcelona, en un día redondo». Historia de la literatura portátil es el único de los libros que le dedicó solamente Monterroso y no al matrimonio. «Para Augusto, el más portátil de todos». Cómo iba a poder resistirse a esa definición tan certera, tan precisa.

De Gabriel García Márquez (quien sobre La oveja negra de Monterroso dijo: «este libro hay que leerlo manos arriba: su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad») tiene tres libros dedicados, aunque en realidad, casi podríamos decir que dos. En El coronel no tiene quien le escriba apuntó «Para la bella Bárbara y el bárbaro Tito, del amigo Gabriel». Y debajo de su nombre, escrito con letras grandes y redondas, la fecha: 1961. En El otoño del patriarca vuelve a repetir una fórmula parecida: «Para Bárbara y Tito del amigo Gabriel». Es en El general en su laberinto donde surge el misterio o el dilema, porque de nuevo con su nombre y su firma, García Márquez escribe  «Para Gabriel, de su tocayo y padrino, todo a la vez. 89». Tal vez se trate de un préstamo no devuelto, o de un libro comprado de segunda mano. Aunque resultaría extraño que el ahijado de un premio Nobel de Literatura vendiera un libro dedicado por éste. Pero los caminos de los libros, su destino y su suerte, siempre son misteriosos.

Roberto Bolaño, con su nombre de pila y sin más rúbrica, le dedica La literatura nazi en América con un escueto «Gracias por el epígrafe, gracias por toda su obra. Un abrazo. Roberto». El epígrafe de este libro de Bolaño se trata del cuento de Monterroso Heraclitana: «Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo, sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades higiénicas de cada quien) veces en el mismo río».

Juan Cruz escribe en la portadilla de Contra la sinceridad: «A Tito y Bárbara, que me regalaron un día la mirada y ya no pude mirar sin ellos». Rafel Conte le dedica a Monterroso El pasado imperfecto calificándose como «su eterno deudor». Sergio Pitol les envió El desfile del amor desde Praga, «donde os sigo esperando». Robert Coover le dedica Azotando a la doncella puede que en inglés o puede que en español; de la extraña caligrafía de Coover sólo se distingue su propio nombre y el de Augusto Monterroso. César Antonio Molina le firma sus libros como «su viejo amigo y lector», Nélida Piñón como «su querida amiga» y en Origen del mundo, Jorge Edwards les manda un abrazo y debajo les apunta su dirección en Santiago de Chile y su teléfono.

Curioso es el caso de las dos dedicatorias que tiene de Miguel Ángel Asturias. El premio Nobel guatemalteco le firmó Leyendas de Guatemala, «Al joven futuro gran escritor, Augusto Monterroso. Santiago, octubre de 1954». Faltaban aún cinco años para que Monterroso publicara su primer libro. Sin embargo, Asturias dedicó El señor presidente «A mi querido Tito Monterroso, ya con claro talento y gracia chapina, octubre de 1996». Dos octubres entre los que trascurrieron cuarenta y dos años, en los que Monterroso se convirtió en escritor, y para Asturias pasó a ser su querido Tito.

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Autor: Leticia Sánchez Ruiz. Título: Fragmentos del mapa del tesoro: La biblioteca personal de Augusto Monterroso. Editorial: Pez de plata. Venta: Todostuslibros

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