Dice el escritor mexicano Gonzalo Celorio que dos de los pilares fundamentales de su vida han sido su amor por la lectura y su amor por las palabras. Con ellos ha cimentado una trayectoria vital en la que ha ejercido durante casi medio siglo la docencia y ha escrito una obra literaria que ahora ha sido reconocida con el máximo galardón que puede obtener un autor en lengua española, el premio Cervantes.
Entre las obras más destacadas de Gonzalo Celorio se encuentran Amor propio, Y retiemble en sus centros la tierra, El metal y la escoria, Los apóstatas, Mentideros de la memoria, Los subrayados son míos o Cánones subversivos. Pero es en Ese montón de espejos rotos donde podemos encontrar una magnífica síntesis de su manera de hacer literatura, y donde explora de forma retrospectiva su desarrollo, tanto en términos personales como públicos. Sin embargo, una de las premisas de esta narración, como señala el autor, ha sido la de escapar de la intención de hacer una autobiografía, pues ello implicaría, agrega, una linealidad. “Es más bien una escritura fragmentaria”, puntualiza, “son recuerdos dispersos; pero en esa dispersión fragmentaria hay una condición que escasea en la literatura en lengua española, porque en esta obra se combinan elementos de mi vida privada con algunos otros de mi vida pública que no suelen ir juntos en la tradición de la literatura en nuestra lengua, donde generalmente cuando se hace una relación de la vida pública se omiten todos los elementos propios de la vida privada, y viceversa. La verdad es que, al menos en la literatura mexicana, se habla menos de la vida privada que de la pública, pues tenemos una especie de pudor atávico que se manifiesta aún en los géneros más propensos a la expresión del yo, como puede ser el género lírico. La poesía mexicana, decía Xavier Villaurrutia y lo reforzaba Octavio Paz, es una poesía muy contenida, muy pudorosa, discreta, que nunca llega a la explosión, si pensamos en los grandes poetas mexicanos como sor Juana o Ramón López Velarde“.
El nuevo libro de Celorio refleja, asimismo, una característica que cruza toda su obra: el relato memorialista que se interna por diversos afluentes en los que comparte su asombro con el lector, narrando, ensayando y reflexionando en una mezcla de géneros que convierten sus textos en perfectos artefactos mestizos. Y aunque a menudo se dice que rechaza la autoficción, el propio Celorio aclara que no está tanto en contra de la autoficción como tal, sino del término, que le parece “absolutamente redundante, pues creo que toda obra literaria de alguna manera es autobiográfica, porque el escritor, por más ficcional que sea, siempre refleja con su propia interpretación de lo que está relatando su vitalidad. Por otra parte, todo es ficcional en el ejercicio literario: la realidad no se puede aprehender directamente y siempre tiene que pasar por el tamiz de la palabra, y el lenguaje es una manera que tenemos de aproximarnos a la realidad, pero no es la realidad a menos que uno sea totalmente platónico. El lenguaje es un simulacro, una transposición de una experiencia, y cualquier texto literario implica una distorsión de la realidad, y en ese sentido hay algo de ficcionalidad incluso en textos supuestamente objetivos, como la historiografía, que trata de relatar con objetividad un determinado suceso histórico, pero al pasar por la palabra siempre tiene una cierta dosis de ficcionalidad”.
Al desgranar algunos de los elementos fundamentales de la obra literaria de Gonzalo Celorio, en primer lugar hay que destacar la exploración de los matices de la identidad, algo que el propio autor reconoce, pues su literatura, señala, “se interesa, de alguna forma, en buscar la identidad, pero no nada más la identidad de carácter nacional o cultural, sino la identidad propia. En buena medida yo escribo para saber quién soy, porque nada refleja más a una persona que lo que va escribiendo, ya que la escritura no es un a priori, sino un proceso indagatorio que le va revelando al propio escritor lo que antes de escribir desconocía. En ese sentido, lo que escribo me refleja y no es gratuito que mi nuevo libro tenga en su título la palabra “espejo”. Por otra parte, muchas veces acudo a la historia, al pasado, y de ahí que mis textos sean memorialistas, porque al hablar del pasado de alguna manera puedo encontrar el presente; es decir, nadie sabe bien a bien quién es si no sabe quién fue. En ese sentido, la literatura es para mí una revelación de carácter identitario en términos muy personales, pero también en términos sociales, colectivos y culturales más amplios”.
Otro rasgo fundamental que hay que considerar al hablar de las obras de Gonzalo Celorio es que reflejan una educación sentimental, especialmente los de carácter más autobiográfico, donde hay un recorrido de las diferentes etapas de una formación interior, en la cual están presentes los elementos que van constituyendo una biografía en términos sentimentales pero también culturales. “En muchos de mis libros hay un registro más o menos pormenorizado de mis lecturas. Por ejemplo, el libro inmediatamente anterior al que acabo de publicar, que se titula Mentidero de la memoria, habló de muchos escritores a quienes tuve el privilegio de conocer, pero no soy yo el protagonista, sino ellos, y yo un mero testigo de lo que voy diciendo. En el fondo ese libro es una autobiografía literaria donde aparecen todos los elementos que me han configurado por las lecturas que he realizado, y también, obviamente, por los libros que he escrito”.
Se ha dicho que la pérdida y la tristeza son otros rasgos que marcan la literatura de Celorio, dos aspectos que en sus textos siempre se contraponen con la alegría. “Hay un texto titulado “El velorio de mi casa” en el que hablo de cómo una casa que rentaba en el barrio de Mixcoac, en Ciudad de México, me fue quitada porque las caseras me pidieron que la devolviera después de muchos años de haber vivido ahí, y la verdad, el haber perdido una casa, dejado obligatoriamente de vivir en ella, fue también la pérdida de toda una juventud que ahí viví. Y ahí ese sentimiento de pérdida está presente. Pero de alguna forma eso se compensa con una serie de pasajes que tienen más que ver con la alegría, la fiesta, la música, con la felicidad que genera la lectura y la escritura. Así que son dos elementos que están complementados en mi propia literatura, como creo que lo está en la mayoría de los escritores”.
Finalmente, hay que considerar un aspecto central al hablar de la personalidad literaria de Gonzalo Celorio: la docencia, una labor a la que ha dedicado casi medio siglo y cuyo motor, como él mismo afirma, ha sido compartir su amor por los libros. “Cuando uno lee un libro que le gusta mucho, lo primero que quiere hacer es compartirlo con los demás, y la mejor manera de compartirlo es a través de la docencia. Yo tuve que retirarme de esta labor muy a mi pesar, pues mi voz está ya muy disminuida por algún cáncer en las cuerdas vocales que tuve hace algún tiempo y que por fortuna quedó remitido. Además tengo algún problema de locomoción, de manera que ya no podía fácilmente desplazarme a dar clases. Pero esos años han sido quizás los más felices de mi vida, porque no hay un placer para mí más grande que el compartir el gusto por la palabra y la literatura, y esto ha sido el motor de mis clases”. Cabe mencionar que Celorio ocupó una cátedra que se llamaba Los maestros del exilio español, y cuando se le pregunta quiénes han sido sus maestros suele responder: “El exilio español republicano, porque fueron muchos republicanos mis maestros en la universidad”. Al respecto, Gonzalo Celorio reflexiona que si a estos maestros del exilio español se les preguntara su opinión sobre el “enfriamiento” de las relaciones diplomáticas entre México y España a raíz de la petición que hizo el gobierno mexicano para que las autoridades españolas pidieran perdón por las atrocidades cometidas hace 500 años en lo que se conoce como la conquista, “estarían totalmente en contra de esta solicitud, porque estos exiliados españoles realmente tuvieron una acogida extraordinariamente generosa en México y correspondieron a ella entregando una enorme cantidad de aportaciones muy importantes. Ellos eran españoles y mexicanos, y creo que es eso lo que tenemos que compartir todos, porque todos somos mexicanos y somos también españoles, en la medida en que hablamos una lengua española y procedemos de la cultura occidental, que sí, acabó por imponerse en los territorios conquistados, pero la violencia de esa conquista también existía en lo que después fue México, porque una de las cosas más simplistas es que hablamos en la actualidad de lo que ocurrió hace 500 años, cuando España no era España y México no era México. Así que creo que todo eso ya quedó superado y hay un factor de la conquista española que diferencia notablemente a la colonización inglesa, porque como decía don Edmundo O’Gorman, la otredad siempre presenta dos alternativas, y el enfrentarse a esa otredad implica o la eliminación de esa otredad, que pone en tela de juicio nuestros propios valores, o su asimilación para que se comporte de acuerdo con el repertorio de ideas o valores propios. Y esa fue una de las grandes diferencias, porque la conquista española incorporó esa otredad a través del mestizaje, lo que marca una diferencia muy notable. Así que independientemente de cualquier justificación histórica tenemos esa doble condición que nos enriquece, porque México es un país mestizo, y tenemos por un lado el sustrato portante de las culturas prehispánicas, pero también la participación de nuestra cultura en la cultura occidental europea, y no podemos negar ninguna de las dos condiciones porque sería mutilar una parte sustancial de nosotros mismos”.


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