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Grabación de ‘Kind of Blue’

Otro dos de marzo, el de 1959, hace hoy sesenta y tres años, en los estudios de grabación de la Columbia Records, sitos en la calle 30 de Nueva York —una de esas manzanas de Manhattan en las que todo son edificios históricos—, más concretamente en una antigua iglesia ortodoxa rusa rehabilitada para su nuevo cometido, tiene lugar uno de los momentos estelares de la música del siglo XX. A sus protagonistas les bastan poco más de unas horas de improvisaciones, aproximadamente cinco, para alcanzar una gloria que, aún ahora, en este tiempo aciago y de músicas tan ajenas a las de entonces, se mantiene incólume.

Hablamos de Miles Davis (trompeta), John Coltrane (saxo tenor), Julian Cannonball Adderley (saxo alto), Paul Chambres (contrabajo), Jimmy Cobb (batería) y Bill Evans (piano). Sin olvidar a Wynton Kelly, quien ocupa el lugar de Evans en «Freddie Freeloader», el segundo tema del álbum. Porque hablamos de Kind of Blue, la grabación en la que verá la luz el jazz modal, una nueva concepción de una tradición musical que se remonta a los burdeles de Nueva Orleans, de las postrimerías decimonónicas y, en última instancia —o primera, según se mire—, a las cornetas y demás instrumentos que los afroamericanos recogían entre los cadáveres de los músicos, caídos en la Guerra de Secesión, que acompañaban a las tropas. De una u otra manera, casi podría decirse que la belleza del jazz surgió como esas rosas que a veces brotan entre lo más sórdido.

"Ahora el jazz moderno se escucha en los colegios mayores. Es el favorito de los existencialistas parisinos y de los beatniks californianos"

En líneas generales, esta nueva modalidad —nunca mejor dicho— jazzística, que hoy parece iluminar Euterpe —la musa de la música— desde el Olimpo, es aquella en la que, partiendo de un concepto compositivo, prevalece la gravedad vertical de la armonía. Es decir, algo muy distinto a lo habitual en el jazz hasta entonces, que adaptaba los temas estándar de Broadway en una armonía tonal. Todo son improvisaciones. De hecho, Davis da una mínima instrucción a sus músicos.

Lejana ya la era del swing y sus big bands, el jazz moderno comenzó a imponerse entre el grueso de los aficionados en los años 40 con las mismas que las trompetas, de sonido más brillante, fueron sustituyendo a las cornetas, que predominaban en el hot jazz, aquel que se escuchaba en los lupanares y las casas de tolerancia de Luisiana.

"Chet Baker, otro de los grandes trompetistas del jazz moderno, consiguió que el sonido de su trompeta alcanzase lo sublime luego de que su toxicomanía le hiciese perder los dientes"

Ahora el jazz moderno se escucha en los colegios mayores. Es el favorito de los existencialistas parisinos y de los beatniks californianos. Entusiasma a la juventud como sólo lo hará el rock en lo venidero. Entre los apasionados del jazz, además de la Generación Beat, destacan escritores de la talla de Julio Cortázar y cineastas como Louis Malle. Este último precisamente ha confiado a Miles Davis la composición del score de Ascensor para el cadalso (1958). El trompetista, con un ensemble de músicos franceses —Pierre Michelor (bajo), Barney Wilen (saxo tenor) y René Urtreger (piano)—, junto al batería estadounidense Kenny Clarke, ha grabado la banda sonora mientras asistía a una proyección de la copia de trabajo de la cinta. La posteridad —todo lo que compone o interpreta el trompetista tocado por Euterpe en este periodo en el porvenir rayará muy alto— ya le ha reservado un nicho entre la música más celebrada de toda la historia del cine. Para entonces, los expertos sostendrán que algunos de los sonidos más hermosos de cuantos ha concebido la humanidad salieron de la trompeta del gran Miles Davis.

Es curioso lo intrincado que puede llegar a ser el camino a la gloria. Chet Baker, otro de los grandes trompetistas del jazz moderno, consiguió que el sonido de su trompeta alcanzase lo sublime luego de que su toxicomanía le hiciese perder los dientes. No pagó unos gramos de heroína y el camello, sabiéndole trompetista, le partió, literalmente, la boca. Chet, que enamoraba a las chicas más dulces porque también cantaba muy suave —tanto como todos los heroinómanos, recuérdese a la gran Billie Holiday—, tuvo que volver a aprender a tocar la trompeta cuando le pusieron una dentadura nueva. Supo hacer virtud de la necesidad y subió tan alto que, cuando el trece de marzo de 1988 se lo encontraron aplastado contra el suelo de Ámsterdam —probablemente defenestrado por alguna deuda de drogas—, esa misma noche todos los clubes de jazz del mundo guardaron unos minutos de silencio en su memoria.

"Aún estudiante de música, el gran Miles escuchó a una de sus profesoras, caucásica, decir que los afroamericanos cultivaban el blues por la crueldad de su destino. Nunca estuvo de acuerdo"

Pero treinta años antes, a finales del 58, si el gran John Coltrane no hubiese dejado la heroína, Miles no le hubiese incluido en el sexteto que estaba barruntando para dar forma a su nueva música al volver de Francia. Kind of Blue llegó entre una de las grabaciones del Miles Davis más orquestal, Porgy and Bess (1958), segunda colaboración del trompetista y la orquesta de Gil Evans. Ésta fue sobre la ópera de George Gershwin, y afecta por tanto al jazz tonal. A modo de inciso también diré que esta colaboración de Davis con Evans inspiró a Jaime Rosal —escritor barcelonés ya fallecido— Debo al jazz (1976), un conmovedor relato. Tan arrebatador que en dichas páginas tiene su origen la afición al jazz de un amante del rock & roll de toda la vida: yo mismo.

Aún estudiante de música, el gran Miles escuchó a una de sus profesoras, caucásica, decir que los afroamericanos cultivaban el blues por la crueldad de su destino. Nunca estuvo de acuerdo. Yo quiero creer que ésa es la clase de tristeza aludida en el título de esta obra maestra, que se empezó a grabar tal día como hoy, hace ya sesenta y tres años. Bastó una sesión más, para las mezclas principalmente, fechada en el 22 de abril. El álbum se puso a la venta el diecisiete de agosto de este mismo año y todo el mundo se quedó maravillado. No entró en las listas de éxitos, pero desde el principio sus ventas se cifraron en las cinco mil unidades a la semana.

"Kind of Blue es aún ahora el álbum de jazz más vendido en el mundo entero"

La gran Billie Holiday, la gran Lady Day, tras una vida atroz, había muerto de cirrosis hepática, con un policía vigilando su lecho postrero, un mes antes de todo esto. A ella, que a buen seguro supo del jazz modal junto a Lester Young, el saxo que la acompañaba en sus hoy legendarias grabaciones —quien ya apuntó maneras en el entonces nuevo sentido—, le hubiera gustado ver cómo, con Kind of Blue, el jazz originario de los burdeles de Nueva Orleans entró en el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. En el último cómputo del que se tiene noticia, las ventas en todo el planeta se cifran en torno a los cinco millones.

Producido por Teo Macero, Kind of Blue es aún ahora el álbum de jazz más vendido en el mundo entero. Y es el pórtico de entrada al jazz de los amantes del rock —Miles Davis fue el primero en fusionar ambas músicas—, ese jazz que tanto gusta cuando el amor al rock & roll —que como el don poético es un fulgor juvenil— ya próxima la senectud se atempera.

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