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Hasta que alguien la venza

Atalanta, con las manos apoyadas en sus mejillas, contempla su obra desde la torre del Palacio de su padre. Inspira profundamente. El olor a putrefacción de la carne en descomposición llega a sus fosas nasales, mezclado con la humedad del musgo fresco y del río que corre salvaje a pocos metros de distancia. Todos los poros de su piel se enervan, movidos por el orgullo que siente. Esas cabezas que sobresalen del estadio como advertencia fueron sus pretendientes. Ella les dio caza. Ella les lanzó el venablo envenenado que los transportaría al Hades; ella separaría posteriormente la cabeza del cuerpo con un golpe certero de espada y clavaría sus cráneos eviscerados en las altas picas como advertencia para los que osaran pedir su mano. Se siente segura. Aún nadie ha podido ganarle en la competición. Ya hay muchos pendones con los que las aves de rapiña se dan su festín para que cualquier otro lo vuelva a intentar. Pero cuánto se equivoca.

Su historia se fraguó en el mismo momento de su alumbramiento.

—¡Una niña! —gritó la partera a pleno pulmón. Su padre, que esperaba al otro lado de la puerta el desenlace a aquellos nueve meses de incertidumbre, se tensó. Todos los músculos de su rostro se amontonaron para construir aquella mueca de desagrado que la condenaría.

—¡Maldita sea! Quiero un varón, necesito un varón. Coged a la niña y lleváosla lejos de mí. Abandonadla en los confines de mi reino. No quiero saber nada de ella. Que las bestias hagan su trabajo.

Y así se hizo.

"El hijo varón que siempre quiso se convirtió en un sueño irrealizable. Con otra mujer tampoco había funcionado. Todo lo que su simiente producía era femenino e ilegítimo"

La niña fue abandonada en el bosque con muy pocas posibilidades de supervivencia, aunque el destino tenía otros planes. Por allí, como en tantos otros cuentos, pasaron dos pastores que se apiadaron de la recién nacida y decidieron criarla en comunión con la naturaleza, ya que por obra de la misma diosa Artemisa había sobrevivido gracias a una osa que la amamantó y la cuidó como a una de sus crías durante los ocho días que estuvo expuesta a la intemperie y a las fieras. La niña creció salvaje. Aprendió el arte de la caza, ejercitó sus músculos como los hombres, no se dio ni al telar ni al hogar y consagró su vida y su virginidad a la diosa que pululaba por aquellos bosques.

Pero en Palacio nada había salido como Esqueneo esperaba. Hubo muchos embarazos, pero ninguno dio el fruto deseado. Los fetos no se desarrollaban y la madre sufría dolorosos abortos. El hijo varón que siempre quiso se convirtió en un sueño irrealizable. Con otra mujer tampoco había funcionado. Todo lo que su simiente producía era femenino e ilegítimo. Se acordó del único fruto legítimo que pudo engendrar con su mujer y sufrió por haberlo abandonado. Hasta la que suerte lo sonrió cuando por azar la hija perdida fue encontrada.

"Muchas lunas habían pasado ya desde que se presentó en Palacio el primer pretendiente. La fama de aquella aventura se había expandido como el polen en primavera y había llegado a muchos jóvenes ávidos de nuevos retos"

Habían pasado años y el bebé se había convertido en una mujercita preciosa y salvaje. Su carácter varonil complació tremendamente al padre, que se juró no volverla a perder, pues estaba en la edad en la que las mujeres debían pensar en el matrimonio. A Atalanta, que había consagrado su vida a la diosa virgen, no le importó la sugerencia de su padre. No tendría marido. Para poder deshacerse de los pretendientes que seguramente acudirían como las moscas a la miel, tejieron un plan: para optar a su mano, aquellos desdichados deberían ganarle en una carrera, y si no eran capaces se enfrentarían a su muerte. Muchas lunas habían pasado ya desde que se presentó en Palacio el primer pretendiente. La fama de aquella aventura se había expandido como el polen en primavera y había llegado a muchos jóvenes ávidos de nuevos retos. Muchos habían muerto ya a manos de la mujer y sus cráneos se alzaban como aviso en el estadio cuando llega un heraldo.

—Señora, hay otro pretendiente.

—Sí —dice ella con condescendencia—. ¿Cuándo se celebrará la carrera?

—Su padre la ha dispuesto para mañana, una hora después del amanecer.

El amanecer llega a través de las ventanas hasta los ojos de Atalanta, que duerme profundamente. El sonido del día la termina de despertar. Se prepara mentalmente para la carrera, se coloca sus sandalias y su túnica corta y sale confiada de que pronto tendrá otra cabeza que contemplar desde su balcón.

"Atalanta hace dibujos en la arena con su pie, necesita matar el tiempo. De repente, una trompeta solitaria anuncia a su adversario"

Atalanta llega primero y se coloca en la línea de salida. Mira el sol. Ha pasado una hora desde el amanecer y aún no llega el supuesto pretendiente. Piensa con fastidio que el hombre se lo habrá pensado dos veces, como muchos otros, y no se presentará a la carrera. Mira hacia el balcón donde su padre está sentado y le hace un gesto con los hombros. Él le devuelve el gesto con su mano, señalándole que espere. Esqueneo sabe que Hipómenes es una persona determinada; ya se lo demostró el día anterior cuando le pidió la mano de su hija. Atalanta hace dibujos en la arena con su pie, necesita matar el tiempo. De repente, una trompeta solitaria anuncia a su adversario.

Hipómenes llega seguro, altanero, desafiando con su mirada a la mujer. El fulgor de su mirada la desconcierta. Está acostumbrada al miedo, la incertidumbre, el menosprecio, la duda, pero no a la seguridad. Se quita de encima esa sensación tan incómoda y comienza a dar saltitos mientras mueve sus brazos para que bombee la sangre por todo su cuerpo. Siempre es el mismo ritual, nunca le ha fallado.

El salpinx sonará tres veces para dar comienzo a la lid. Se concentra y visualiza la línea de meta. Se coloca en posición. Mira a su contrincante, que se muestra relajado. Insensato, piensa, no sabe que le espera la pica. El sonido de la trompeta corta el viento por tres veces y Atalanta adelanta un pie para comenzar a correr. Pero…

"Hipómenes ha vuelto a aprovechar para tomar ventaja. La seguridad de la muchacha juega esta vez en su contra. El sudor recorre la espalda de Atalanta"

Nada más salir de la línea de meta, ve algo brillante en el suelo. Duda un momento si pararse a recogerlo. Decide hacerlo: ella es rápida y, por lo que puede comprobar, el joven no lo es. ¡El objeto dorado es una manzana de oro! Se asombra y mira alrededor para ver de dónde ha caído, pero no ve nada. Se guarda el objeto en la falda y escucha a su padre azuzarla para que corra. El muchacho ha tomado ventaja; aun así, ella es más rápida y en un abrir y cerrar de ojos se coloca a su lado. Disimuladamente, Hipómenes saca otra manzana y la lanza unos metros por delante.

Atalanta la descubre con asombro. ¡No puede ser, qué suerte la mía, otra manzana! Hipómenes ha vuelto a aprovechar para tomar ventaja. La seguridad de la muchacha juega esta vez en su contra. El sudor recorre la espalda de Atalanta. Esta vez le cuesta un poco más llegar junto al muchacho que le ha tomado ventaja. Hipómenes aún se guarda un as en la manga. Ya se acerca la meta y Atalanta le ha tomado un poco de ventaja. Hipómenes vuelve a lanzar una tercera manzana. Esta vez le da en los pies y la hace trastabillar. La muchacha se agacha para recogerla y es entonces cuando Hipómenes saca todas sus fuerzas, que tenía guardadas para correr como siempre había corrido. Esta vez Atalanta, frustrada, no puede alcanzarlo. Cruza Hipómenes la meta sin resuello y Atalanta cae al suelo sin cruzarla. No puede creérselo; ha sido vencida. Pero aún no sabe hasta qué punto…

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basurillas
basurillas
3 meses hace

El placer de la astuta inteligencia vuelve a expulsar a esta nueva Eva del edén de la sobria soltería. Se acabó asi su altanería y el padre, esclavo de la palabra dada, tuvo que alabar la belleza de la manzana dorada:
Tuya es su mano,dijo ante sollozos conmovidos. Y ella, tras decapitar a tantos supuestos elegidos, se avino a cumplir las directrices. Aqui acaba el cuento; se casaron y se comieron las perdices.