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Hijos de la tinta

Tengo dos tortugas de Florida. De las que llamamos de orejas rojas. Pero estas no tienen orejas, ni rojas. Una estafa, mis pobres quelonios. Son de otra subespecie. Hay tantos ríos en Florida, tantos cursos de agua, que estas pequeñas cosas diabólicas se dividen en múltiples subespecies. Viven limitadas a pequeñas regiones, ignorantes de la presencia de las otras. Cómo las envidio. A las silvestres, claro. Aunque mis tortugas son consideradas invasoras incluso en el mismo territorio al que pertenecen en libertad. Ni las tortugas se libran de ser ilegales. Pues ahora, a las nenas les ha dado por pensar que va tocando poner huevos, y reproducirse. Y yo, en un piso donde apenas cabe un libro más, me veo con una nueva preocupación.

Tocará llevarlas al veterinario. Ojalá que mi madre estuviera aquí. Digo yo que a su hijo no le cobraría. No estoy seguro.

"Por grande que sea el fardo, siempre que disponga de un papel y algo con lo que escribir, podré librarme de tanto peso como llevo a la espalda"

Esta nimiedad, la de verme con una tortuga poniendo huevos, fértiles o no, y el macho intentando montarla sin saber cómo se hace aquello, es solo una briznita más de estrés. Una nimiedad, en realidad. Una pequeñez que se posa sobre un fardo bien cargado. Preocupa que tanto estrés acumulado y sin posibilidad de ser gestionado termine por estallar.

No sé si estarán al tanto, pero el estrés es una característica en este país —Estados Unidos—, que zumba y acosa como esos mosquitos que lo acompañan a uno en cuanto se viaja a Filipinas —por poner un ejemplo—. Solo que aquí nadie te da un panfleto para identificarlo, ni existen lociones repelentes. Las vacunas son poca cosa más que pastillas. Por pastillas que no falten. Por algo el país sufre una epidemia de opioides. De personas adictas a la evasión en las áreas más pobladas.

Pero soy afortunado. Y no es que sea una de esas personas optimistas hasta lo patológico. Más bien soy todo lo contrario. Aun y así, tengo la fortuna de ser escritor. Y esto implica que por grande que sea el fardo, siempre que disponga de un papel y algo con lo que escribir, podré librarme de tanto peso como llevo a la espalda. Este, que es de huerta y le pesan hasta las llaves en los bolsillos.

"Gracias a las letras, uno que se supone de ciencias, se libra por ahora de abrir con paladas impotentes un nuevo nicho en los monumentos al olvido que conservamos"

Es común la discusión de si un escritor nace o se hace. Lo es entre estos círculos de personas que no pertenecen al grupo de los que nacen escritores. Un escritor no malgasta su tiempo en charlas ridículas de ese tipo. Por una simple razón: escribir es jugar, escribir es la droga más potente que algunos podemos experimentar. Escribir para uno mismo. Sin pensar en ustedes, sin pensar en redes, en tendencias absurdas ni en nada más. Se escribe de corrido, en posturas incómodas, ajeno a la sed, al hambre y al propio cuerpo. Escribes aquello que no te dices a ti mismo, lo que te martiriza. Con palabras dibujas formas inefables. Es un río eterno en el que puedes encontrarte con personas que escribieron y alcanzaron la fama, con otras que lo hicieron y no llegaron a ninguna parte. Y todos compartimos la misma comprensión. Que no importa. Carece de peso que nos lean, no importa ser aplaudidos. Si acaso se agradece el poder vivir de lo que uno hace. Pero hasta eso es solo verdad a medias. Porque cuando eres escritor nacido, y no de estos que piensan que el nombre les sentaría bien sobre el pellejo, escribes para no morir, lo haces para reír. Las fiestas te sorprenderán escribiendo, los disgustos y las alegrías también. Desde el momento en que comprendas que esa pulsión significa que has de agarrar un boli, la escritura te acompañará como una amiga, una acosadora, una esquina silenciosa y cálida que solo tú podrás encontrar. No habrás de pensar en historias, no tendrás necesidad de buscarlas. En cada esquina hay algo, sabrás qué hacer, sabrás cómo usarlo para purgarte. Para no estallar, para no llorar de desesperación. Quizás sea amargo, seguro que es solitario. Y este precio les pesa más a unos que a otros. Pero nunca podrás librarte de la literatura una vez que hayas dado con ella. Y tal vez no triunfes jamás, al contrario que otros que no pertenecen a este arte como tú, pero tu indiferencia será liberadora. Ellos subyugan las letras para amasar reconocimiento, posesiones. Tú, si eres escritor, nadarás en mundos que pasarás la vida deseando reflejar en un papel.

Y gracias a esa pedantería de la que me dota el entender lo que digo me salvo. De ser una sombra gris, de volverme un adicto para soportar tantas tensiones de un mundo en el que deshacemos y hacemos, en el que cada giro de la rueda de un tractor despierta distopías y las tortugas de Florida de falsas orejas rojas ovopositan en los nichos de todos, mindundis. Gracias a las letras, uno que se supone de ciencias se libra por ahora de abrir con paladas impotentes un nuevo nicho en los monumentos al olvido que conservamos; todo por no reconocer que somos poco más que primates elitistas.

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