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Horda, de Ricardo Menéndez Salmón

Horda, de Ricardo Menéndez Salmón

Hubo un tiempo en el que se decía que hasta que uno no verbalizaba algo no existía. No se concebía el amor sin un te quiero ni la dicha de un niño sin el sonido de una risa. Poco a poco, con el paso del tiempo, hemos ido cambiando y ahora parece que si algo no se publica, si no hay una fotografía que lo registre, un selfie de las vacaciones, una imagen tomada a la salida del teatro, no ha sucedido. Y ese es el punto de partida para el mundo sin fechas ni nombres que nos presenta Ricardo Menéndez Salmón en su última novela. El autor nos regala una terrorífica distopía en una novela que es tanto una alegoría sobre la palabra como la inmersión en un mundo en el que esta aparece prohibida. Un mundo en el que a base de pervertir el significado de las palabras, de utilizarlas sin importar su significado real, se erradican. Y no solo la palabra pronunciada, también la palabra escrita. No hay oradores, no hay libros, no hay periódicos, radios, espectáculos de teatro… y tampoco hay risas. En esta realidad imaginada, los niños han decidido rebelarse en contra del mundo que los adultos les están dejando y han tomado el poder por la fuerza, generando una sociedad silenciosa y uniforme en la que ni siquiera se permiten los animales de compañía. Solo están los monos, sucios y ruidosos: tal vez un recordatorio del famoso de dónde venimos, puesto que en un mundo uniforme también los recuerdos se desdibujan en aquellos adultos que encuentran perturbador pensar que una vez fueron niños. En esta realidad paralela que parece vivir en las sombras de la Caverna de Platón, lo que impera es la imagen. El bombardeo visual se convierte en la forma de alienar a los sujetos que no necesariamente requieren de barrotes para estar en una prisión. Las paredes se llenan de imágenes y las noches no son noches porque la tranquilidad activa el pensamiento y este, con el tiempo necesario, se verbaliza aunque sea simplemente dentro de nuestra cabeza. Ahí tenemos el mensaje, la crítica feroz, el terror. El mundo que habitamos se lleva al extremo en Horda, pero ya nos alienamos delante de pantallas, ya vivimos en una sociedad llena de estímulos rápidos y respuestas inmediatas, ya tenemos contaminación lumínica en las ciudades. Y hemos empezado a dejar de hablar, de relacionarnos, de reírnos sin poner un emoji que diga que lo estamos haciendo. Nuestro mundo no es Horda, esa es la distopía, pero la crítica es imposible no verla.

No es la primera vez que Ricardo Menéndez Salmón trata en su obra la importancia de la imagen: Medusa presentaba a un hombre obsesionado con la imagen, no es un tema nuevo. En Horda, cuya escritura intuyo compleja, el autor se sumerge en la paradoja de escribir un libro en el que habla de un mundo en el que los libros están prohibidos. Y no solo eso: además articula el libro con un léxico elevado, una prosa fina, las palabras contadas y las frases medidas… para relatar ese lugar en el que se prohibieron las palabras por haber sido pervertidas. Quizás por eso ha medido cada término, demostrando que la elección precisa da lugar a un texto certero, casi matemático. Como si de esa manera su propio ejercicio creativo demostrara a sus niños que hay quien sigue utilizando la palabra verdadera, como si contenido y continente se fusionaran para dar una imagen completa de una historia corta que se paladea dejando que las palabras nos empapen. Y es que Horda es una novela para leer con calma: es la historia de un hombre sin nombre que necesita avanzar pero que no es un héroe, la del libro que llega a sus manos y también la del mono que lo acompaña. Pero es, sobre todo, un homenaje a la palabra.

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Autor: Ricardo Menéndez Salmón. Título: Horda. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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