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Jarana para uno (Arresto domiciliario 93)

Jarana para uno (Arresto domiciliario 93)

Mi correclusa opina que una vez terminado el confinamiento habría que subir el precio a las bocinas y rebajar el de los audífonos. Los míos, a todo esto, están cerca de caerse en pedazos: se asoma el hule espuma de las orejeras y empiezan a sonar a cartón roto. “¿Pero cómo, si apenas los compré?”, me duelo intempestiva, amargamente, con ganas de buscarme un abogado, hasta que caigo en cuenta de que eso fue seis años atrás y desde entonces no les doy descanso. O sea que estoy de acuerdo: va llegando la hora de encontrar unos nuevos a mitad de precio.

"Basta con que te encierres en los auriculares para desentenderte del entorno"

“Cascos”, también les llaman, quiero pensar que por sus aptitudes para aislar a tu cráneo del entorno, igual que un casco de motociclista. Pues si éste ha de viajar atento a todo cuanto ocurre o cree que ocurrirá por el camino, algo no muy distinto intenta uno cuando avanza de renglón en renglón, buscando pensamientos, palabras u omisiones que pudieran descarrilar el texto. Sé que a más de un colega le perturba o le estorba la intrusión de la música, dado que la escritura lleva su propio ritmo, pero también he visto bateristas que cantan y redoblan sin perder la cadencia. Si quieres mi opinión, son pistas diferentes.

Basta con que te encierres en los auriculares para desentenderte del entorno. Alguna vez, a lo largo de un vuelo para otros fatigoso, agité el esqueleto en mi lugar por dos horas al hilo, delante de un concierto de Margareth Menezes en la feliz pantalla de mi laptop, mientras los pasajeros más cercanos debieron de echar pestes de razonable envidia y quizá preguntarse si en realidad la música era tan contagiosa. “Ande yo caliente, ríase la gente”, habría opinado al respecto mi abuela, que solía celebrar a risotada limpia hasta mis más penosos desfiguros.

"Ruge la podadora del jardín contiguo, ladra con toda el alma mi querida jauría, estallan los hip-hops del vecino de atrás y nada de eso llega hasta mis tímpanos"

Ya en horas de trabajo, no siempre soy consciente del espectáculo que estoy ofreciendo, acaso porque en medio del íntimo festín asumo que mis gritos no son tales. Mi correclusa, en cambio, los oye uno por uno, y si sale al balcón de la recámara es probable que encima me atrape bailoteando en mi lugar o aporreando timbales imaginarios. Sin quitar, eso sí, el dedo del renglón, como no sea para aplaudir de pronto al ritmo de la música. Nada que fuera fácil de lograr con la canción brotando de dos grandes bocinas, puesto que en ese caso nunca me sentiría tan solo y a mis anchas como con los benditos adminículos.

Ruge la podadora del jardín contiguo, ladra con toda el alma mi querida jauría, estallan los hip-hops del vecino de atrás y nada de eso llega hasta mis tímpanos, de modo que además de concentrarme como un cirujano me ahorro los rencores pestilentes y estériles que en otra situación incubaría. ¿Recuerdas a Nick Nolte en el primer capítulo de Historias de Nueva York, dirigido por Martin Scorsese? Lecciones de vida, se llama, y su protagonista es un artista plástico que hace el amor al lienzo a punta de brochazos ardorosos, con la música siempre a volumen de lesión cerebral. ¿Cómo va uno a olvidar, Cuarentenario amigo, a quien le hizo sentir representado?

Considerando todo lo anterior, en un mundo invadido de altavoces puede que los audífonos más caros sean de todas formas una ganga. Ni para qué esperar a las rebajas.

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