Jerry Lee Lewis en Memphis

Otro dos de noviembre, el de 1956, hace hoy sesenta y seis años, llega a Memphis (Tennessee) un joven pianista de Luisiana dispuesto a probar fortuna en la Sun Records de Sam Phillips. Es un hombre de fe, pero ya ha tenido problemas en su iglesia y en su congregación por su afición a interpretar la música del Diablo. De hecho, en el 53 fue expulsado de la escuela de Waxahachie (Texas), a la que le envió su madre como intérprete de himnos religiosos, por hacer un boogie-woogie de una canción tan piadosa como My God is real. El boogie-woogie le pierde. El suyo es tan brutal que, en un futuro, los expertos que le escuchen estimarán que, más que boogie-woogie propiamente dicho, lo que hace es rock & roll.

Pero el rock & roll se toca con guitarras, no con pianos. El instrumento es uno más de los múltiples problemas que ya tiene el recién llegado. De hecho, cuando intentó presentarse en el Louisiana Hayride, un espacio radiofónico que marca la pauta en lo que a la música country & western se refiere —el country siempre será la otra faceta de su cancionero, la cara “B” de su repertorio existencial— no le dejaron hacerlo por el piano.

"Claro que sí, no erraban quienes presagiaban la mezcla de gentes que habría de traer el rock & roll. Pese a que la bandera del rockabilly haya de ser la enseña de combate de la Confederación"

Tiempo atrás, siendo poco más que un niño, apenas vieron sus padres su habilidad para tocar dicho instrumento, empeñaron su modesta granja para comprarle el primero. Pero el recién llegado a Memphis nunca ha sido ese pianista ejemplar que sus progenitores hubieran querido. Es más, podría decirse que ni una sola vez se ha sentado frente al teclado como es debido: con la espalda recta. Cuando enloquece, lo tañe con la furia de un homicida. El asesino de Luisiana, ése será su apodo, y perderá todas las formas cuando empiece a hacerse notar en las listas de éxitos y ofrezca pelea desde el escenario a quienes osen despreciar su boogie-woogie, tan brutal que ya será llamado rock & roll.

Quienes se preocupan por el mestizaje entre el country y el blues, que ya se percibe en ese incipiente rock & roll —no tanto por la fusión de las dos principales músicas populares estadounidenses que supone, como por la mezcla entre blancos y negros que podría traer— sostienen que los malos modos del Killer tienen su origen en los músicos afroamericanos, los que Jerry Lee Lewis —de quien hablamos— acostumbraba a ir a escuchar. En efecto, aún era un niño, y ya sabía escaparse a los antros de mala muerte donde los bluesmen entonaban sus lastimeras piezas. Hacerlo ya era toda una declaración de intenciones en una sociedad segregada como la del sur estadounidense: Dixieland. Claro que sí, no erraban quienes presagiaban la mezcla de gentes que habría de traer el rock & roll. Pese a que la bandera del rockabilly —el principal subgénero del rock & roll que tuvo en Sam Phillips uno de sus principales impulsores— haya de ser la enseña de combate de la Confederación.

"Estamos en el dos de noviembre del 56, cuando un joven, a quien se educó para tocar el piano en los altares y capillas, va a convertirse en el mejor pianista del ritmo del Diablo, del rock & roll seminal"

Y luego está el furor sexual del rock & roll. Uno de los primeros éxitos de Lewis para Sun Records —Whole Lotta Shakin’ Goin On (1957)—, versión de un viejo tema de Dave Curlee Williams, que así que pasen unos meses catapultará al Asesino de Luisiana al top ten de la música mundial, será uno de los rocanroles con más poderío sexual. Tanto que, a decir de Sam Phillips, quien se mostrará muy reticente ante la grabación, ésta será más apropiada para las audiencias afroamericanas. No en vano, los enemigos de esta comunidad —entre quienes desde luego no se encuentran los creadores del rock & roll, aunque la bandera de los rockabillys sea la enseña de combate de los Estados Confederados de América— sostienen que los afrodescendientes son especialmente lascivos.

En un futuro no muy lejano, cuando el rock & roll haya evolucionado hasta convertirse en el rock, “el sexo, las drogas y el rock & roll, más que el estribillo de un éxito de Ian Dury de 1977, más que un sublime trinomio, será algo así como una máxima, una consigna de la sedición juvenil que habrá de cambiar radicalmente esa sociedad occidental que sus enemigos del resto del mundo —quienes, ni que decir tiene, se habrán apresurado a prohibir el rock & roll— hoy se afanan en destruir.

"La discográfica está buscando músicos como el Killer: con una fuerza arrebatadora, que oscilen entre el country y el rock & roll"

Pero no adelantemos acontecimientos. Estamos en el dos de noviembre del 56, cuando un joven, a quien se educó para tocar el piano en los altares y capillas, va a convertirse en el mejor pianista del ritmo del Diablo, del rock & roll seminal. Pese a su juventud —veintiún años—, Jerry Lee Lewis ya es un hombre casado. ¡Vaya que sí! Aún luce cara de niño en las fotos y ya tiene en su debe, más que en su haber, una ajetreada vida sentimental. Con apenas dieciséis años se casó con Dorothy Barton, de dieciocho primaveras. Doce meses después de sus primeras nupcias, se convierte en polígamo al dejar embarazada a Jane Mitcham. Esa vez no pasa nada, obtiene el divorcio de Dorothy sin que nadie llegue a acusarle de poligamia. Será su tercer matrimonio, el más sonado —le unirá a su prima carnal, Myra Gale Brown, contando ella sólo trece abriles— el que le busque la primera ruina. Pero antes tiene que triunfar, y esa primera gloria nace con la llegada a Memphis un día tal que hoy.

Tiempo atrás, leyó un artículo periodístico sobre la llegada de Elvis Presley a la Sun Records, y Jerry Lee Lewis llama a esa misma puerta en busca de algo igual. Phillips no está en la casa. Pero no hay problema, la discográfica está buscando músicos como el Killer: con una fuerza arrebatadora, que oscilen entre el country y el rock & roll. Será Jack Clement —otro músico notable— quien grabe el primer disco del recién llegado. Será una versión del Crazy Arms de Ray Price.

"El de Luisiana será detenido, borracho como una cuba, después de estrellar su Lincoln Continental contra la verja de Graceland, la mansión de Presley. Se le acusará de intentar matarle"

El éxito no se hace esperar: entre los jóvenes hay avidez de rock & roll. Pero también desde el primer momento, El asesino de Luisiana será el contrapunto a Elvis. Presley, antes de despuntar como el rey del ritmo del Diablo, se había sometido voluntariamente a todo un proceso en el que se moderó cuanto se creyó oportuno en él, desde los movimientos que se consideraron obscenos hasta el atuendo. Exactamente igual que, unos años después, hará Brian Epstein con The Beatles al quitarles las chupas de cuero, y el resto de sus formas de banda de rock & roll, para convertirlos en un icono del amado siglo XX: el pórtico a la historia del pop de aquellos años.

Jerry Lee Lewis es todo lo contrario: el rocker indómito y pendenciero, el de verdad. Por eso, cuando graba su primera canción en el mismo estudio donde Elvis grabó las últimas, antes de doblegarse a las exigencias de la industria discográfica y el sentir popular, es un momento estelar: la autenticidad en la creación artística se alza frente a la sumisión a la comercialidad.

Elvis Presley y Jerry Lee Lewis habrán de coincidir en una memorable jam session que se celebrará el próximo cuatro de diciembre. Carl Perkins y Johnny Cash también acudirán. Entre el Killer y el Rey siempre habrá algo impreciso, pero manifiesto de forma meridiana la noche del veintitrés del noviembre del 76. Será entonces cuando el de Luisiana sea detenido, borracho como una cuba, después de estrellar su Lincoln Continental contra la verja de Graceland, la mansión de Presley. Se le acusará de intentar matarle.

"A Jerry Lee Lewis los escándalos le impedirán abrazar la gloria que merece. Los tendrá por deudas con el fisco, por disparar estando ebrio, por pegarse con quienes ofenden su música..."

Pero volvemos a adelantar acontecimientos. También será en este mismo viaje cuando conozca a su prima Myra, su futura esposa. ¡Esta visita a Memphis será total! Antes de desposarla, con los primeros títulos de su repertorio comenzando la escalada de las listas de 1958 —Breathless, High School Confidential, el propio Crazy Arms—, el poderoso Ed Sullivan negará al Killer la invitación a su show, por la obscenidad de sus canciones y la mala fama que ya tiene su persona. Nadie diría que Jerry Lee sigue siendo un hombre de fe que ha puesto muchos reparos para la grabación de Great Balls of Fire —otro hit de su repertorio— por considerarla una canción blasfema.

Como le sucede al gran Chuck Berry, el mejor guitarrista del rock & roll, quien luchó contra la ley, y la ley —huelga decirlo— le ganó, a Jerry Lee Lewis los escándalos le impedirán abrazar la gloria que merece. Los tendrá por deudas con el fisco, por disparar estando ebrio, por pegarse con quienes ofenden su música… El peor de todos tendrá lugar en el Reino Unido, cuando casualmente se sepa que su tercera esposa es su prima y que, además, es una niña de trece años. Al día siguiente, su primera gira inglesa quedará cancelada. De vuelta a Estados Unidos, la suerte no será mejor. Su camino a la gloria habrá de ser de los más tortuosos. Casi tanto como el del gran Chuck Berry, a quien este humilde comentarista tuvo el honor de estrechar la mano en la inauguración del ya desaparecido Hard Rock madrileño.

Así las cosas, El asesino de Luisiana volverá a tocar country en los honky-tonk. Permanecerá unido a Myra hasta 1970. Con el tiempo, cuando tras el estreno de la hermosísima American Graffitti (1973), la cinta en la que George Lucas dejará constancia de cómo la emoción de una vida entera puede sintetizarse en una sola noche de rock & roll, el ritmo del Diablo será objeto de un revivalismo internacional que tendrá una de sus principales referencias en el Killer —el rocker auténtico, como Chuck Berry y Gene Vincent— frente a Elvis Presley, el figurín.

Y ya en nuestro tiempo infausto, los amantes de esa música del Diablo de la que el Killer fue un pilar, lamentan que el pianista haya llegado a esa nada de la que ninguno hemos de volver. Así se escribe la historia. ¡Larga vida al rock & roll!

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