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Joker: el Triunfo es Horror

Joker: el Triunfo es Horror

Joker es una de esas películas ambiguas y en cierto sentido, tras su apariencia un tanto extrema, más bien polivalentes. Creado por Jerry Robinson, Bill Finger y Bob Kane para DC Comics, el archienemigo de Batman ha tenido múltiples encarnaciones en la gran pantalla hasta la actual de Joaquin Phoenix, que recoge el testigo de Jared Leto y, antes, el fallecido Heath Ledger en una película que presume de su total independencia del universo DC de películas como El Hombre de Acero, Escuadrón Suicida o la reciente Shazam!. Su historia en solitario permite más minutos para ahondar en la perturbada psique del gran enemigo del hombre murciélago, con su protagonista Joaquin Phoenix haciéndose con el protagonismo absoluto de la función y abriéndose de paso camino hacia los próximos Oscar.

Existen varias particularidades que convierten Joker en una película especial. Por un lado, su victoria en el Festival de Venecia, donde se llevó el León de Oro, y su repercusión en San Sebastián marcan un hito en el cine basado en cómics y en particular el superheroico, género al que pertenece por mucho que su campaña de promoción quiera negarlo y que está poco acostumbrada a esta clase de premios y trajes de etiqueta. Por no faltar, no ha faltado ni la inevitable polémica por la supuesta violencia del largometraje, con el estudio aclarando, por si a alguien le quedaba alguna duda, que la película es toda ficción y que desde luego nadie en la misma apoya las acciones de su protagonista… su protagonista de ficción.

"La película comienza con el logo de los 70 de la Warner Bros, obviando el de DC y manifestando así su intención de distanciarse del universo del cómic para introducirnos en un relato psicológico y marginal"

Todos estos artificios promocionales, ya sean estudiados o casuales, han llevado a que, además de los altísimos niveles de expectación generados (a lo que ayuda esa inesperada promoción de «qualité» pero también, no lo olvidemos, la tremenda popularidad de su personaje titular) se generen aquí los dos habituales bandos a la hora de recibir la película y casi cualquier cosa que se lance al mercado. Uno es el de aquellos que la saludan con curiosidad por, precisamente, alejarse de la fantasía y el jolgorio del género dominante en la cultura popular actual (ya sea por legítimo desinterés o, también, un innegable esnobismo cultural); el segundo, el de los otros más duchos en el personaje que precisamente reciben con escepticismo la obra por ese esfuerzo de distanciarse de sus predecesoras, añadir una pátina de seriedad  y oscuridad «a lo Scorsese» al relato y, en definitiva, apartarse hasta cierto punto del mundo de la viñeta y las diferentes encarnaciones del personaje a lo largo de las décadas.

Que han sido variadas y notorias, desde la colorida interpretación de César Romero, la memorable locura que Mark Hamill imprimió al mismo en la importante Batman: The Animated Series hasta el sadismo y notoriedad que autores como Alan Moore o Frank Miller han otorgado al personaje en el papel; diferentes versiones de una maldad más pura, anárquica e imprevisible que reediciones como las de Yo, Joker (Bob Hale, 1998-2000) y Joker (Brian Azzarello y Lee Bermejo, 2008) ponen sobre el tapete. Más tarde hablaremos de la maleabilidad del Joker en esos dos cómics, que ECC Ediciones ha renovado con motivo del estreno de la película de Todd Phillips, sin duda llamada a convertirse en un rentable fenómeno por varios factores (entre ellos un acotado presupuesto que va a facilitar su rápida amortización y que debería plantear un nuevo modelo para el estudio: menos dinero, más riesgo y una oferta más variada para el espectador adulto).

La película comienza con el logo de los 70 de la Warner Bros, obviando el de DC y manifestando así su intención de distanciarse del universo del cómic para introducirnos en un relato psicológico y marginal con ecos de Taxi Driver y El Rey de la Comedia, dos joyas decadentes de Martin Scorsese protagonizadas por un actor que, para que el juego de referencias quede claro, también está presente en el reparto de Joker, Robert De Niro. Esto no es nada nuevo, en tanto casi toda película que ha fijado sus miras en aquel cine (recuerden solamente Zodiac, de David Fincher) ha usado el símbolo antiguo del estudio y envejecido su fotografía digital para proponer visualmente ese retorno al pasado. La sombra de Scorsese (aunque sin su gracia visual) y la amargura del guionista Paul Schrader (con algo de trazo grueso comiquero, paradójicamente similar al de muchos filmes de realismo «festivalero» y reputación intachable) brilla efectivamente en su brillante reproducción de época, unos 70/80 más bien poco concretos, con Gotham convertida en un sucio trasunto de una Nueva York preñada de cines porno, ratas y enfermedades; un nihilismo que oscila entre el gris y el negro oscuro y que pese a ser incuestionablemente manipulador (si nos tomamos el asunto demasiado en serio) resulta también terriblemente familiar en un momento que no es ajeno a amenazas e incertidumbre. No hay muchos asideros en la película, que no obstante un director de comedia gamberra como Todd Phillips (responsable de la trilogía Resacón en Las Vegas y Aquellas juergas universitarias) exagera con una ligera, casi transparente capa de comedia negra. Aunque Paul Schrader no es que fuera precisamente sutil en sus escritos, en Joker se echa de menos una mano adicional que matizase sus primeros compases.

"Efectivamente, Joker es una bajada sin frenos a un mundo urbano de enfermedad mental y pobreza, una podredumbre que produce discordancias como la de Arthur Fleck"

Uno podría decir que la primera hora de Joker, show absolutamente dependiente de su protagonista, un entregado Joaquin Phoenix, es Scorsese del malo, una sucesión de desgracias acumuladas para que el protagonista pierda el control como Travis Bickle hizo en Taxi Driver, sin duda la gran referencia de la película. El asunto va cobrando densidad cuando, paradójicamente, amplía sus miras anticipando (cuidado, leve spoiler) el que será el definitivo enfrentamiento del personaje con el Caballero Oscuro. Muchos han atribuido la fuerza de la película a su independencia de la mitología de la que nace, pero lo cierto es que cada vez que se arrima al universo de Batman gana fuerza en base a una revelación argumental donde se abunda en los absolutos y relativos del binomio Batman/Joker y la génesis de un mundo marcado a fuego por la distancia insalvable entre lo marginal y lo elitista. Aunque Batman está aquí ausente por razones obvias, su sombra se deja ver por todas partes, desmintiendo las afirmaciones de Phillips, que ha presumido de no haberse basado en ningún cómic para una película desvinculada totalmente del dichoso hombre murciélago. Lo que anticipa para el futuro de la franquicia es poderoso, prometedor… épico y de una fuerza dramática probablemente nunca vista en la franquicia, y en realidad no se distancia mucho de la multitud de páginas y versiones del guasón escritas para los kioskos: Joker es (y esto es bueno, dadas las frías declaraciones de protagonista y director) una visión perfectamente integrada y válida que no rechaza su material de origen.

Efectivamente, Joker es una bajada sin frenos a un mundo urbano de enfermedad mental y pobreza, una podredumbre que produce discordancias como la de Arthur Fleck y, sobre todo, masas enfurecidas dispuestas a dejarse llevar por símbolos perentorios, envenenados, como los del payaso «asesino de ricos». Una carga de análisis social de sorprendente nihilismo, que será consumida por millennials que admiran la faceta rebelde y antisistema del Joker pero que pide y resiste un segundo análisis. Joker no engaña, todo está puesto en pantalla, incluyendo una bomba de profundidad contra aquellos dispuestos a jalear a un personaje surgido de las profundidades de la clase más baja y marginal. Los poderes invisibles se han olvidado de Arthur, que no obstante no solo sufre una enfermedad mental hereditaria sino también una evidente incapacidad para vivir, para sobreponerse al mundo real, un narcisismo que se distancia de lo que hasta ese momento era un victimismo demasiado discursivo, y que la película desplaza también a un plano colectivo, con una muchedumbre oprimida, legítimamente enfurecida, pero deseosa de entrar en una fase nihilista de «matar al rico» (como reza uno de los titulares de periódico que Arthur tiene tirados en el suelo de casa). Que Thomas Wayne, autoelegido como salvación de la ciudad, sea un tipo más bien hosco y distante no refuta la escéptica visión de la sociedad como una descerebrada, malévola y desesperanzada masa humana, una que ha engullido también a la madre de Arthur, una mentirosa crónica que vive esperando un mesías en la forma del alcaldable Thomas Wayne (nosotros, el público, sabemos que ese mesías llegará, solo que será su hijo y en forma de murciélago alado).

"El tergiversado cuento de hadas que es la historia de Arthur Fleck, una tragedia que se convierte en comedia, acaba en el momento en el que la empobrecida, degenerada Gotham cae por fin en el caos más absoluto"

No hay sitio en Joker, sin embargo, para alegorías religiosas. Todo en ella ocurre en la cara del espectador. Los tintes no solo paranoicos sino ególatras y narcisistas de su afección, ciertamente conmovedora en los pasajes iniciales (ojo al plano de Arthur vestido de payaso, tras recibir una paliza, hecho una bola en el suelo, justo antes de que se sobreimponga el título del film) nos distancian moralmente de un personaje que no se percata de que no tiene ni puñetera gracia, cuya incapacidad de vivir en el mundo real resulta evidente desde el principio. Aquí entra la carismática, emocional interpretación de Phoenix, capaz de acercanos de nuevo a él aun en esas circunstancias para participar de su viaje, una voluntaria caída al infierno que en realidad puede verse como un triunfo, un triunfo compatible con una sensación de horror máximo como la que se produce en la revuelta final de la película y ese formidable plano de Arthur subido al capó de un coche y ejecutando su baile ante, por primera vez, un público enfervorecido. ¿Se acuerdan de Breaking Bad?

El tergiversado cuento de hadas que es la historia de Arthur Fleck, una tragedia que se convierte en comedia, acaba en el momento en el que la empobrecida, degenerada Gotham cae por fin en el caos más absoluto y decide ponerse la máscara. Vienen años de terror absoluto, y no parece haber salvación. Y no hay contrapunto en esa lucha contra el miedo que proporcionaría la presencia de un Bruce Wayne adulto, que ve morir a sus padres a balazos tras un visionado de Excalibur (y a continuación procede a mezclar alucinación y realidad en su cabeza). Pero pese a su ausencia, o precisamente por ella, la película multiplica su efectividad y alcance cuando se inserta en el mito, superando el realismo grosero de su comienzo. Ese victimismo, sin embargo, apasiona igualmente en su relato de un mundo caracterizado por la ausencia de amor, en el que los efectos de la pobreza y el abandono producen monstruos grotescos y, en última instancia, esos movimientos populistas que se expanden socialmente a la velocidad de un latido. Gotham se pone la máscara. Y si retrocedemos un paso e insertamos la película como una pieza de un mundo mayor que está por venir, aunque nunca lo lleguemos a ver, su grotesco realismo adquiere tintes más atractivos y poéticos.

El Joker de papel

Las dos encarnaciones en papel del Joker que mencionamos, Yo, Joker (obra de Bob Hall) y Joker (Brian Azzarello y Lee Bermejo) pertenecen al sello «Otros Mundos» en los que la editorial plantea diferentes escenarios y situaciones en historias autoconclusivas y al margen de la continuidad general, permitiendo a autores variados pergeñar sus propias versiones de los personajes emblemáticos de la empresa. Se trata de exactamente la misma filosofía que Warner, asustada por la poca aceptación de algunas aventuras anteriores, ha iniciado con la aquí presente, una película dirigida a un público adulto y más bien poco adecuada para menores y ciertamente autoconclusiva.

Yo, Joker, nueva edición de dos relatos del guionista y dibujante Bob Hall, nos interesa sobre todo por la segunda y más extensa de ellas, La hora del Joker, donde el villano hace de las suyas en un programa de televisión que decide aprovecharse de su desgracia. Naturalmente, Joker congelará la risa de los espectadores con el control de la situación en una sátira televisiva cuyo contenido no ha podido ser ajeno a Todd Phillips y Scott Silver, guionistas de la película. Ya en ellas el personaje vive en una cultura del simulacro, y aunque el programa donde Joker hace de las suyas es un trasunto del insoportable Jerry Springer, puntal de la telebasura USA de los 90, y no una suerte de tradicional show cómico de entrevistas como el que conduce Robert De Niro en el film, la idea, el gesto de poner ante la cámara el horror del Joker, está ahí de manera evidente. Si el de Joaquin Phoenix se queja de que no existe, el de Hall lo hace de ser un jerbo domesticado, llegando al final de ambos relatos a una suerte de realización personal ante las cámaras. Ninguno de los dos plantea un escenario de anarquía terrorista post 11-S como el de Nolan y Ledger, tipo del que por cierto nunca sabremos su nombre, pero ambos acaban su propia historia siendo los reyes de su propio tinglado, ya sea en libertad o entre rejas.

"Como siempre, Batman demuestra que es un buen secundario en sus propias historias, con una aparición final majestuosa y brutal"

Este reflejo invertido del triunfo, de convertirse en uno mismo, tiene en el Joker de Azzarello una plasmación distinta. Inserto en una serie de volúmenes dedicados a los grandes villanos de la factoría (el primero fue para Lex Luthor), su bromista asesino es un thriller callejero de ramificaciones terroríficas gracias al descarnado dibujo de Bermejo. Se trata de una narración escueta, seca y terrible. Su Gotham es una ciudad industrial muy similar a la perpetrada en el Joker de Phillips, su estética visual similar al realismo de la rotoscopia es la de un criminal salido del psiquiátrico y dispuesto a recuperar su imperio. Dice Azzarello que hubiera sido un error utilizar su punto de vista, que al fin y al cabo restaría impacto al imprevisible sujeto. Por eso utiliza el de un esbirro que ejerce de testigo de la brutalidad de Joker y Harley Quinn, que lo mismo despellejan tras el escenario a uno de sus rivales que organizan un tiroteo en un restaurante italiano con eco a película de mafiosos. El eco aquí es Donnie Brasco, o incluso Training Day, además de todos esos filmes de Scorsese a los que los creadores del filme han guiñado el ojo. Como siempre, Batman demuestra que es un buen secundario en sus propias historias, con una aparición final majestuosa y brutal mucho menos frustrante que la del relato de Hall, de índole satírica, donde el Caballero Oscuro se perdía en la burocracia de un sistema que privilegiaba el derecho a la información sobre el sentido común.

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Joker se estrena en cines el 4 de octubre; Yo, Joker y Joker están ya en tiendas especializadas.

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